¿Podrá Lula da Silva salvar el Amazonas? / Análisis de Mauricio Vargas

La semana pasada, varios estudios advirtieron que la destrucción del más preciado ecosistema del planeta Tierra, la selva amazónica, avanza a pasos mucho más veloces de lo calculado hasta ahora. Una salvaje exploración forestal y minera, el avance de colonos agricultores y ganaderos sobre la enorme selva, los devastadores incendios y una larga serie de temporadas de sequía degradaron de manera grave más de un tercio de esta zona del mundo en las dos primeras décadas del siglo.

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Según una investigación de la Universidad Estadual de Campinas, en el estado de São Paulo, el fuego, la tala indiscriminada de bosques y las actividades de colonización deterioraron de modo significativo, entre 2001 y 2018, unos 365.000 kilómetros cuadrados, equivalentes al 5,5 por ciento del territorio selvático para inicios del siglo.

Pero al sumar los efectos de la larga serie de sequías que se ha abatido sobre la región, el área dañada se eleva a 2,5 millones de kilómetros cuadrados, equivalente a más de un tercio de la superficie que la Amazonía cubría en el 2000. Para hacerse una idea del tamaño del desastre, 2,5 millones de km² son más de dos veces el territorio de Colombia.

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Lo que ocurre en esta región de siete millones de kilómetros cuadrados que integra a nueve países, el principal de ellos Brasil, es a la vez causa y consecuencia del cambio climático. El deterioro de la selva puede llevar, en pocos años, a que la Amazonía deje de limpiar la atmósfera planetaria, al absorber menos dióxido de carbono (CO2) del que emite, lo que implicaría acelerar aún más el calentamiento del planeta. Pero, al mismo tiempo, la sequía –causa central de este deterioro– es consecuencia del cambio climático. Típico círculo vicioso: el deterioro de la Amazonía agrava el cambio climático y, a causa de las sequías, el cambio climático deteriora esta formidable selva.

De ahí que todas las esperanzas estén puestas en el nuevo presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, quien acaba de iniciar su tercer mandato, después de los dos consecutivos que tuvo entre 2003 y 2011, con dos principales promesas: acabar con el hambre que afecta a 33 millones de brasileños y frenar la destrucción de la selva amazónica. Lo complejo del panorama es que avanzar en ambas direcciones a la vez puede resultar conflictivo.

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Buena parte de la presión que destruye los bosques se origina en decenas de miles de familias campesinas hambrientas que, alentadas en un principio por el Gobierno en los 80, colonizaron una larga franja en el sur y el sureste de la gigantesca selva para sembrar, criar ganado, extraer madera y explotar pequeñas minas. Tras el aumento de la pobreza por la pandemia de covid-19 y el freno de la economía brasileña en los años recientes, esa presión se reactivó.

Una zona deforestada y quemada se ve en un tramo de la BR-230 (carretera transamazónica) en Humaitá, estado de Amazonas, Brasil, el 16 de septiembre de 2022. 

Foto:

MICHAEL DANTAS. AFP

El tamaño del desastre

La Amazonía alberga un tercio de las especies vegetales conocidas. Son cerca de 400.000 millones de árboles que contribuyen, como ninguna otra región lo hace, a mantener el equilibrio en los ciclos del carbono y el agua de la Tierra. Esa monumental vegetación absorbe más de una cuarta parte del carbono y otros gases de efecto invernadero (los que elevan las temperaturas) producidos.

El problema es que, por causa de la actividad humana, el inmenso sistema amazónico ha comenzado a producir desmesuradas cantidades de dióxido de carbono. En 2021, algunos estudios indicaban que la producción de CO2 ya era superior a lo que la selva absorbía. Pero dichas cifras fueron revaluadas y ahora existe cierto consenso en cuanto a que la Amazonía sigue limpiando la atmósfera más de lo que la ensucia.

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En cualquier caso, si la degradación continúa, mientras menos CO2 digiera la Amazonía, mayor será el deterioro de la atmósfera, mayor el calentamiento global y mucho más catastróficas las consecuencias del cambio climático.

“Sin estos bosques, uno de los pulmones del planeta que absorbe entre el 25 y el 30 por ciento de los gases de efecto invernadero emitidos por los humanos, el cambio climático sería mucho peor”, sostiene Jean-Pierre Wigneron, investigador del Inrae, instituto francés que lucha por una agricultura sostenible.

Para Wigneron, la deforestación es el fenómeno que impacta de manera más grave a la selva amazónica. La búsqueda de nuevas áreas para cultivo y ganadería, en muchos casos por parte de familias necesitadas, la explotación maderera incontrolada y la minería ilegal, entre otras causas, impulsan la tala de bosques.

A principios de siglo, la región perdía casi 25.000 kilómetros cuadrados de bosques por año. Para 2012, el ritmo bajó a poco menos de 5.000 km². Pero entre 2019 y 2021, bajo el mandato del presidente derechista Jair Bolsonaro, la deforestación volvió a acelerarse a más de 10.000 km² por año.

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Tan solo entre agosto de 2019 y julio de 2020, el seguimiento satelital y las investigaciones sobre el terreno concluyeron que más de 11.000 kilómetros de bosques fueron destruidos. Según dijo entonces el diario francés Le Monde: “Este ritmo implica acabar con el equivalente de 4.300 campos de fútbol por día, tres por minuto”. Para mediados de 2021, el ritmo anual de destrucción seguía al alza, con más de 13.000 km². Y las primeras estimaciones para 2022 apuntan a indicadores similares.

En 2019 y 2020 estallaron los grandes incendios que causaron alarma mundial. Pero además, generó debate la construcción de una interminable carretera en el estado de Pará, que implicó no solo la destrucción forestal derivada de la obra, sino la llegada de miles de colonos más a las fronteras y el interior de la Amazonía.

Más de 99.000 focos de fuego –muchos de ellos de iniciativa humana– fueron detectados por los satélites en 2020, contra 88.000 en 2019. Y eso en pleno periodo de pandemia, cuando Brasil fue uno de los pocos países que aumentó sus emisiones de CO2, mientras la inmensa mayoría las frenaba debido al confinamiento, el menor uso de transportes y el descenso de la actividad industrial.

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Son muchos los expertos que temen que esté cerca un colapso irreversible de la Amazonía, con la desaparición definitiva de más de un cuarto de lo que fueran sus bosques hasta hace pocas décadas, provocando un efecto devastador para el conjunto del planeta.

“Ya es evidente una neta degradación de la selva, que está más caliente, más seca y más vulnerable, con las temperaturas en aumento y las lluvias en disminución”, sostiene Antonio Oviedo, del Instituto Socioambiental (ISA), de Brasil.

Un camión que transporta madera obtenida ilegalmente en la selva amazónica, cerca de la ciudad de Apuí, al sur del estado de Amazonas (Brasil).

El desafío para Lula

En noviembre, dos meses antes de tomar posesión por tercera vez, Lula proclamó: “El compromiso más urgente es acabar con el hambre”. Durante la primera década del siglo, y gracias en buena medida al boom de las exportaciones de petróleo, pero también de las de soya, maíz y otros productos agrícolas, Lula pudo invertir enormes cantidades de reales en aumentar los puestos de trabajo y los subsidios, y reducir así la pobreza y el hambre.

Unos 30 millones de brasileños salieron de la pobreza en esos años. De cerca de 50 millones que había cuando el líder del Partido de los Trabajadores llegó por primera vez al Palacio de Planalto, en Brasilia. Pero el freno de la bonanza exportadora durante la segunda década del siglo y los devastadores efectos de la pandemia de covid-19, elevaron el número de pobres de 19 millones en 2020 a más de 30 millones, según las cifras más recientes. Ese es el tamaño del desafío de Lula.

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Ya es evidente una neta degradación de la selva, que está más caliente, más seca y más vulnerable, con las temperaturas en aumento y las lluvias en disminución.

Aparte de los buenos precios internacionales, debido al boom exportador de granos y cereales de esos años se debió a la política de impulso a la agroindustria, en estados como Minas Gerais, fuera de la Amazonía. Ese programa, que implicó ampliar en cientos de miles de hectáreas la frontera agrícola, convirtió a Brasil en el tercer productor mundial de alimentos y el primero en proteína animal.

Pero algunos conocedores consideran que, para sostener e incluso subir esta apuesta, y volver así por la senda de reducir la pobreza, Lula no podrá cortar de tajo con el avance agroindustrial. Y ese avance puede implicar una nueva amenaza sobre las fronteras de la Amazonía.

Al igual que le pasó a Bolsonaro, su sucesor sentirá la presión internacional en defensa de la selva amazónica. Pero como todo líder brasileño, Lula tiene un lado nacionalista que lo hace resistir las injerencias extranjeras.

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De entrada y consciente de lo difícil que será revertir la tendencia en la Amazonía, Lula, consciente de aterrizar las expectativas en cuanto a las medidas medioambientales, no habla de acabar con la deforestación sino de “frenar su avance”, y en cuanto a la minería en tierras, habla de eliminarla pero sobre todo “en territorios indígenas”.

En 2011, Lula dejó la presidencia con índices de popularidad superiores al 80 por ciento. Pero los escándalos de corrupción que fueron destapados luego, y que lo tocaron de manera directa, llevaron a que ganara las elecciones presidenciales apenas con 50,9 por ciento de los votos contra 49,1 por ciento de Bolsonaro. Por eso, no solo gobierna un Brasil polarizado sino que para sacar leyes en el Congreso tendrá que pactar con partidos de centro y centroderecha, pues la izquierda que lo respalda es minoritaria en el Legislativo.

Necesitado de una base popular de apoyo más amplia que aquella que lo eligió, sin duda se verá obligado a apuntarle mucho más a la reducción de la pobreza y del hambre. Ojalá que eso no signifique que sus promesas de salvar la Amazonía queden en un segundo nivel, porque la supervivencia del mayor pulmón del planeta depende en gran medida de ello.

MAURICIO VARGAS
PARA EL TIEMPOmvargaslina@hotmail.com

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