Aunque las causas del accidente del avión Boeing 737 MAX 8 de la aerolínea Ethiopian Airlines, que el domingo pasado cayó ocho minutos después de despegar de Adís Abeba –cuando se dirigía hacia Nairobi (Kenia) y en el que murieron sus 157 ocupantes– apenas comenzaron a investigarse, el hecho desencadenó decisiones inéditas para la aviación mundial y ocasionó un golpe a la reputación y finanzas en la gigantesca compañía, uno de los estandartes de la industria estadounidense.
Pero también generó cuestionamientos a la Administración Federal de Aviación de Estados Unidos (FAA) por haberse demorado en actuar frente a las denuncias de algunos pilotos sobre un mal funcionamiento del sistema de estabilización de la aeronave luego del despegue, las cuales se habían hecho públicas después del accidente de un avión de la misma referencia de la compañía indonesia Lion Air el pasado octubre, en el que murieron 189 personas.
Conocedores del sector le reprochan a la FAA que tras el accidente, el organismo haya reafirmado su confianza en Boeing y su modelo accidentado y que solo tres días después, cuando algunas pistas del siniestro concordaban con el acaecido pocos meses atrás, y muchos países suspendieran la operación de los aviones, decidiera hacer lo propio en EE. UU.
Asimismo, en este capítulo, el presidente estadounidense, Donald Trump, tiene mucho que ver, pues su estrecho vínculo con Boeing, que entre otros asuntos incluye el nombramiento de un exdirectivo de la aerolínea en un alto cargo de su administración, podría configurar un eventual caso de conflicto de interés.
Se trata de Patrick Shanahan, quien se desempeña como secretario de Defensa interino desde el pasado primero de enero y quien ocupó tres vicepresidencias y el consejo directivo de Boeing.
Pero los vínculos de Trump con la firma también pasan por el hecho de que Boeing es la que diseña y fabrica los aviones presidenciales (el mandatario firmó la renovación de los Air Force One por 3.900 millones de dólares), ensambla los aviones de combate F-18 Super Hornets y además trabaja con el Pentágono en diversos programas de desarrollo militar y de seguridad.
Dada la popularidad del modelo 737 MAX 8, el más vendido de la Boeing –actualmente hay 371 aviones de esa referencia parqueados alrededor del mundo– y con 5.826 unidades encargadas por más de 100 compañías, el asunto interesa a todos los que viajan en avión, pues eventualmente podrían transportarse en uno de ellos tanto en vuelos domésticos como en trayectos internacionales de mediano alcance, ya que la aeronave tiene un alcance de 6.570 kilómetros.
Uno de los hechos inéditos de la actual crisis que enfrenta la compañía estadounidense es que todos los países del mundo en donde operan los 737 MAX 8 suspendieron su operación hasta nueva orden.
No hay una fecha para el levantamiento de la medida, y todo dependerá de que Boeing informe el momento en que se conozca el resultado de la investigación del accidente en Etiopía y los arreglos al cuestionado sistema de estabilización.
De la misma manera, que las aerolíneas decidieran parar de manera voluntaria esa referencia de aviones marca un antes y un después para la industria, que prefiere asumir posibles pérdidas de manera temporal.
Golpe a las finanzas
Boeing tuvo una ganancia neta de 10.460 millones de dólares en 2018, un 24 por ciento más que en 2017, gracias a los ingresos récord de 101.127 millones de dólares. Esas cifras fueron muy superiores de lo que esperaban los analistas, pero la crisis actual va a lastimar el resultado de este año.
La empresa ya perdió 27.000 millones de dólares de su valor esta semana en la Bolsa de Nueva York. Esto afecta la confianza de los inversionistas y accionistas, pues el modelo 737 MAX 8 es la joya de la compañía aeronáutica gracias a que representa el 78 por ciento de su portafolio de aeronaves.
Y, como es de suponer, muchos creen que el accidente va a afectar la lista de pedidos del modelo más vendido pero más problemático de Boeing y que suma unos 600.000 millones de dólares. Algunos consideran que los compradores podrían arrepentirse e ir a la competencia, la europea Airbus, para hacerse a los A320, aunque voces calificadas estiman que esa empresa ya tiene demasiados encargos con ese modelo para aceptar a los posibles ‘arrepentidos’ del 737 MAX 8.
El 737 MAX 8 cuesta 121,6 millones de dólares al precio de catálogo, lleva en servicio desde mayo de 2017 y es uno de los muchos desarrollos del 737 que se lanzó en 1960. Actualmente también hay 737 MAX 7, 9 y 10, pero de ninguno de esos modelos se han reportado fallas. La empresa produce 52 aviones del 737 MAX 8 al mes y tenía previsto subir ese número a 57 este año.
Hablando de costos y pérdidas, hay que hablar de que la suspensión, al menos por unas seis semanas en los vuelos, también llevará a una pausa en las entregas hasta que se instale y se certifique una corrección, lo que según el analista Rob Stallard, de Vertical Research Partners, requeriría que Boeing tenga que incurrir en al menos 1.000 millones de dólares en correcciones del sistema de estabilización, aunque si se encuentran fallas más profundas el costo sería incalculable.
Tendrán que convencer a la gente para que vuelva a confiar en ellos
Ahora, Boeing tiene que asumir esos gastos y los flujos de efectivo sin ningún tipo de contraprestación. Pero también sufre la reputación de la empresa, pues aparte de lo que representa un accidente, Boeing debe mejorar su imagen, que se ha visto empañada por una semana de mala publicidad en la mayoría de los canales de televisión de todo el mundo, incluidas las llamadas a boicotear el 737 MAX en las redes sociales y las dudas sobre la fiabilidad de sus aeronaves. “Tendrán que convencer a la gente para que vuelva a confiar en ellos”, dice Michel Merluzeau, de la firma AirInsight.
Redacción internacional*
Con información de AFP, Efe, Reuters y Bloomberg.