Cuando la Unión Soviética compitió con Estados Unidos por la supremacía global en la Guerra Fría, solía actuar con cautela y fuera de la luz pública en el vecindario de Washington: América Latina.
Pero tres décadas después de la caída del muro de Berlín, hoy Rusia da pasos en Venezuela que desafían a EE.UU. de una forma ostensible y difícil de imaginar algún tiempo atrás.
Uno de esos pasos fue el reciente envío de aviones militares rusos a Venezuela, donde Moscú respalda al presidente Nicolás Maduro y Washington apoya los esfuerzos para derrocarlo liderados por Juan Guaidó.
Dos aviones con personal militar ruso aterrizaron a fines de marzo en el aeropuerto internacional de Caracas, no en secreto sino en horario diurno y visibles para quien pasara por allí.
El presidente de EE.UU., Donald Trump, advirtió entonces que «Rusia tiene que salir» de Venezuela y su enviado especial para ese país, Elliott Abrams, dijo a la BBC que «los rusos pagarán un precio».
Sin embargo, en declaraciones recogidas por la agencia de noticias rusa Interfax el jueves el vicecanciller venezolano Yván Gil indicó que a su país podrían llegar más militares rusos para cumplir acuerdos de cooperación.
Esta presencia militar de Rusia en un país latinoamericano donde EE.UU. presiona por un cambio de gobierno es vista por expertos como algo excepcional, incluso para los viejos parámetros de la Guerra Fría.
«Es inusual sin duda. Este tipo de desafíos no se hicieron ampliamente durante la Guerra Fría dentro los vecindarios del otro», dice James Hershberg, un profesor de historia y relaciones internacionales en la Universidad George Washington, a BBC Mundo.
«Esferas de influencia»
Así como la desaparecida URSS por lo general evitó intervenir directamente en América Latina, EE.UU. hizo lo mismo en Europa Oriental durante la Guerra Fría.
Ambas regiones eran consideradas «esferas de influencia» de las dos superpotencias globales, lugares donde tenían un amplio control político y militar al menos extraoficialmente.
Aunque hubo excepciones a esas reglas tácitas. Una de ellas fue Cuba.
Cuando en 1962 un avión espía de EE.UU. descubrió la instalación de misiles nucleares soviéticos en la isla, el mundo estuvo al borde de la guerra nuclear, en lo que se conoce como la «crisis de los misiles».
Pero por lo general el apoyo de la URSS a fuerzas ideológicamente afines en América Latina fue limitado, encubierto y a través de terceros, con Cuba actuando como el principal promotor de guerrillas en el subcontinente.
Un informe secreto de la inteligencia de EE.UU. estableció en 1982 que, pese al interés existente, «la lejanía geográfica ha tendido a relegar a América Latina, excepto a Cuba, a la periferia de las preocupaciones de seguridad soviéticas».
El texto, desclasificado años más tarde, señaló que la URSS sólo tenía a Perú como cliente principal de sus armas en la región. Pero aclaró que «la relación militar de Moscú con Lima le ha dado a los soviéticos poca influencia sobre las políticas peruanas».
Ahora Rusia es un sostén internacional crucial de Maduro, cuyo gobierno y el de su antecesor, Hugo Chávez (1999-2013), firmaron contratos por miles de millones de dólares para que Moscú le suministrara y mantuviera aviones de combate, tanques y sistemas de defensa aérea.
Es en función de esos contratos que habrían llegado los aviones rusos a Caracas en marzo.
«Venezuela desde el tiempo de Chávez no ha sido un país considerado bajo la influencia estadounidense», dice Hershberg.
Pero agrega que la presencia militar rusa en el país durante la crisis actual «muestra que, bajo Trump, Rusia se siente incentivada a no respetar la idea de que EE.UU. tiene algún estatus en el área que le impida hacerlo. Eso, por cierto, parece inusual».
«Un gran riesgo»
Históricamente, la idea de que EE.UU. tiene una influencia especial en América Latina se ha basado en la doctrina Monroe.
Presentada por el presidente James Monroe en 1823 y resumida en la frase «América para los americanos», esa doctrina rechazó el colonialismo en el continente y estableció que cualquier intervención europea sería vista como una agresión que requeriría la intervención de EE.UU., que luego expandió su propia influencia en el hemisferio.
Tras el fin de la Guerra Fría, el gobierno de Barack Obama declaró el fin de la doctrina Monroe en 2013. Pero su sucesor Trump se ha mostrado resuelto a reflotarla.
Y esto ha motivado advertencias bastante directas de Washington a Rusia y China. Las diferencias con Moscú en Venezuela marcan el punto más alto de esas tensiones.
Cuando periodistas le preguntaron a Trump a fines de marzo cómo lograría que los rusos salieran de Venezuela, el mandatario sostuvo que «todas las opciones están abiertas».
Esto implica de hecho la advertencia de una posible acción militar.
Y su consejero de Seguridad Nacional, John Bolton, lanzó luego un comunicado que evocó la doctrina Monroe.
«Advertimos enérgicamente a los actores externos al Hemisferio Occidental contra el despliegue de activos militares en Venezuela, o en cualquier otro lugar del Hemisferio, con la intención de establecer o expandir las operaciones militares. Consideramos tales acciones provocativas como una amenaza directa a la paz y seguridad internacional en la región», indicó Bolton.
Pero el Kremlin ha rechazado los llamados de Trump y su gobierno, señalando, según la agencia rusa RIA, que su presencia en Venezuela fue acordada con el gobierno de ese país y es legal.
Algunos expertos comienzan a cuestionar si el presidente ruso, Vladimir Putin, se acercará en Venezuela a una situación como la que el líder soviético Nikita Jruschov enfrentó en la esfera de influencia de EE.UU. durante la crisis de los misiles de Cuba.
«Putin ha asumido un gran riesgo aquí, al posicionar públicamente un contingente militar y cibernético ruso en Venezuela, lejos del territorio ruso, y en una zona del mundo donde EE.UU. tiene un predominio militar abrumador», sostiene Kimberly Marten, una profesora del Barnard College de la Universidad de Columbia especialista en seguridad internacional y Rusia.
«Si Putin ha calculado correctamente, entonces tal vez disuadirá cualquier acción directa de EE.UU., o quizás haga un espacio para que Rusia se siente en la mesa de negociaciones para remover a Maduro mientras protege los intereses rusos», agrega Marten en declaraciones a BBC Mundo.
Pero advierte que si Putin calculó mal, «corre el riesgo de someter a su personal militar en Venezuela a un ataque directo de EE.UU. que no puedan igualar» y producirse «una escalada de conflicto entre dos superpotencias nucleares».
«Eso es lo que arriesgó Jruschov en la crisis de los misiles de Cuba de 1962», señala Marten. «Solo podemos esperar que este conflicto se resuelva tan pacíficamente como aquel».
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