Desde hace cuatro meses, Sudán enfrenta masivas manifestaciones contra el régimen del presidente Omar Al Bashir, en el poder hace 30 años. De acuerdo con las autoridades, al menos 49 personas habrían fallecido en medio de las protestas. Ante la presión civil, el presidente sudanés, conocido en la región como el carnicero de Darfur, fue destituido por las fuerzas armadas del país, según anunció este jueves el ministro de Defensa Awad Ahmed Benawf.
Soberbio, despiadado y duro, así describen los manifestantes a Omar al Bashir, quien asumió por tres décadas en la Presidencia de Sudán hasta que, este jueves, fue apartado del poder por los mismos militares que en algún momento lo apoyaron durante el conflicto en Darfur (oeste de Sudán), por el que se le acusa de genocidio.
El instinto de supervivencia ha guiado a Al Bashir, de 75 años, y le ha llevado a aferrarse al poder hasta el límite, a sabiendas de que, a partir de ahora, sin la protección de su cargo, podría ser juzgado y condenado de por vida por su participación en distintos conflictos de Sudán.
También, hasta el último instante, el presidente mantuvo su bien conocido temperamento desafiante hacia los miles de opositores que, desde hace meses, alentaban la intervención militar.
Por esto, sin titubear, Al Bashir no tardó en ordenar una represión violenta contra las manifestaciones que cada día tomaban más fuerza, lo que resultó al menos en 49 muertes y más de un centenar de heridos durante este año.
Sin embargo, en las protestas ha quedado patente que las heridas de tres décadas de guerras continuas -y enfrentamientos entre etnias instigados por Al Bashir- siguen abiertas para los sudaneses.
«Todos somos Darfur» afirmaba una pancarta instalada en las concentraciones populares a las afueras de la sede del Ejército, para recordarle al descendiente bediuno los crímenes por los que, en la última década, ha sido rechazado por buena parte de la comunidad internacional.
Al Bashir nació el 1 de enero de 1944 en el seno de una familia humilde la tribu árabe Yaalín, en la aldea de Hosh Banaqa, situada a unos 150 kilómetros al norte de Jartum (capital de Sudán), donde el Nilo ya se adentra en el desierto del Sáhara.
Empezó la carrera militar muy joven y ascendió en el escalafón luego de participar en la guerra del Yom Kipur de parte de Egipto en 1973, y en otros conflictos del sur de África, incluyendo los de su propio país.
Firmemente respaldado por el Ejército y los partidos islámicos, Al Bashir ascendió
al poder mediante un golpe de Estado en 1989 contra el único Gobierno democrático de la historia del país. Desde entonces, el gobernante que alternaba entre la tradicional túnica blanca sudanesa y el uniforme militar, se caracterizó por la tenaz capacidad de salir a flote ante cualquier crisis que impusiera en su camino.
Poco después de asumir el poder impuso la ley islámica, la sharía, agravando el resentimiento con las provincias del sur, de población cristiana y animista, y alimentando una guerra que se desató en 1983 y solo concluyó hasta 2005, con un acuerdo que conduciría a la independencia de Sudán del Sur en 2011.
Mientras se calmaba el conflicto con el sur, los rebeldes se levantaron en Darfur, a quienes arrasó con sangre y fuego, en lo que la Fiscalía de la Corte Penal Internacional (CPI) describe como «actos de exterminio» de las tribus Fur, Masalit y Zaghawa.
Luego de un inminente rechazo internacional, la CPI emitió dos órdenes de arresto en contra de Al Bashir, en 2009 y 2010 por crímenes de lesa humanidad y de genocidio. Por esta razón, el mandatario solo había podido viajar a las capitales árabes y a contados países africanos, como Sudáfrica de donde regresó en 2015 celebrando triunfalista su impunidad ante la CPI.
De hecho, el líder sudanés nunca tomó en serio las condenas de las Naciones Unidas porque, en la práctica, vivía en un régimen aislado por los países occidentales desde los años 90, que lo juzgaron por haber dado cobijo a terroristas como Osama bin Laden o el venezolano Ilich Ramírez, más conocido como «El Chacal».
A pesar del perenne estado de guerra, Al Bashir gozó de gran popularidad en su país durante su gobierno, en parte por un carácter jocoso que mostraba a menudo en mítines y actos públicos, donde le gustaba divertir al pueblo bailando en el escenario, con una agilidad sorprendente para alguien que camina con bastón.
Su aceptación también respondía al hecho de que en varias ocasiones tomó recursos de la producción de petróleo para modernizar Jartum, mejorar las calles y el sistema de transporte, y crear ofertas de empleo.
Sin embargo, cuando el mandatario cerró las puertas al petroleo tras la independencia de Sudán del Sur, el apoyo por parte del pueblo se esfumó a la misma velocidad que se hundía la economía del país, generando las protestas que ahora le han costado su cabeza.
Por el momento, Al-Bashir está bajo arresto domiciliario y sus guardaespaldas fueron detenidos, según informaron los medios locales. Mientras tanto, la milicia sudanesa será la que asuma el poder en el país, que estará al menos tres meses en estado de emergencia y tendrá cierre de fronteras y del espacio aéreo, de acuerdo con el ministro de Defensa, Awad Ibnouf.
EFE y AFEP