La ciudad de Trípoli, que desde su fundación en el siglo VII a. C. fue motivo de contiendas, hoy vuelve a ser centro de ofensivas en medio de un país sin gobierno claro.
La capital de Libia se mantiene amenazada por el general Jalifa Haftar, quien intensificó desde el domingo una embestida militar con la toma del único aeropuerto activo en la ciudad y con bombardeos que han dejado, al menos, 56 muertos y cientos de heridos, según la Organización Mundial de la Salud.
De acuerdo con expertos, el llamado Caudillo del este de Libia apunta a Trípoli, con el objetivo de legitimar su poder, pues desde 2015 se instaló allí la sede del Gobierno de Acuerdo Nacional (GNA, por sus siglas en inglés), un órgano ejecutivo de transición auspiciado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para la dirección política de Libia, tras el vacío de poder que dejó la caída del dictador Muamar Gadafi.
Sin embargo, las fuerzas de Haftar se disputan el territorio con otras milicias como las fuerzas de tuareg, e incluso con el denominado Estado Islámico. “Miles de civiles huyeron de sus hogares, mientras que cientos más están atrapados en las zonas de conflicto. Los hospitales de Trípoli y de sus alrededores reciben víctimas todos los días”, dijo la ONU en un comunicado.
Ante lo que se configura como una crisis humanitaria inminente; también se suman las precarias condiciones en que se encuentran miles de refugiados que, en su intento de llegar a Europa, están hacinados en centros de detención en el país.
António Guterres, secretario general de la ONU, ha realizado varios llamados a un alto el fuego y solicitó una reunión de emergencia del Consejo de Seguridad para evitar un conflicto mayor. “Todavía es tiempo de que se produzca un alto el fuego y de que se evite lo peor, lo que sería una dramática batalla cruenta por Trípoli”, aseguró Guterres.
El ‘orden’ de un excéntrico dictador
Aunque el mundo parece atender con sorpresa lo que se prevé como la próxima gran guerra en un país árabe, cierto es que el conflicto se venía avivando desde hace siete años, tras la llegada de la Primavera árabe y el sangriento derrocamiento de Gadafi, quien gobernó por cuatro décadas.
Gadafi fue un militar libio que llegó al poder en 1969, tras un golpe de Estado contra el rey Idris I de Libia. Durante su mandato, el coronel acaparó los intereses extranjeros petrolíferos en el país y fue un actor clave en la crisis del petróleo de los 70.
Tras un largo periodo de críticas desde Occidente, Libia volvió al escenario político internacional en 2004, cuando se levantaron las sanciones al militar. Sin embargo, su suerte duraría hasta 2011, cuando el mundo árabe sufrió la ola de movimientos reformistas.
La Primavera Árabe tocó suelo libio el 17 de febrero de ese año. Miles de ciudadanos salieron a las calles a exigir mejoras políticas y el retiro de Gadafi. En cuestión de semanas, la oposición fue respaldada por políticos locales y comandantes militares que formaron grupos armados ‘rebeldes’.
Aunque el dictador contó con el apoyo mayoritario del Ejercito, los enfrentamientos entre las facciones a favor y en contra del régimen se extendieron durante meses, en los cuales, incluso, participó la Otan, mediante ataques aéreos.
Seis meses después de que empezaron las marchas, los rebeldes tomaron Trípoli e iniciaron una intensa búsqueda de Gadafi, que culminaría el 20 de octubre de 2011, cuando asesinaron al coronel en su ciudad natal, Sirte.
En este contexto, la figura de Jalifa Haftar tomó más relevancia. El general de las que eran las Fuerzas Armadas libias lidera un movimiento que, desde Tobruk (ciudad al este de Libia), intenta tomar el control del territorio.
De acuerdo con Massimiliano Trentin, investigador de la Universidad de Bolonia, Haftar y Gadafi tuvieron vínculos muy cercanos, pues el mariscal participó del golpe de Estado, en 1969, que lideró el segundo.
Asimismo, es reconocido por su rol como comandante de tropas en la guerra con Chad (1978-1987). Sin embargo, el fracaso en este conflicto le costó su cargo e hizo que Gadafi lo señalara de traición.
Desde entonces, Haftar vivió exiliado en Estados Unidos, donde fue entrenado por la CIA, hasta su retorno en 2011. Según Youssef Cherif, analista político de la Red de Investigación Cívica Carnegie, “Haftar regresó a Libia con la esperanza de liderar las fuerzas contra Gadafi, pero terminó siendo un comandante menor con poco éxito”.
De todos modos, señaló el experto, “fue capaz de reunir un grupo de combatientes a su alrededor” y, desde 2014, supo aprovechar la presencia de grupos islamistas en el país, para idear una campaña de lucha contra el terrorismo.
Haftar regresó a Libia con la esperanza de liderar las fuerzas contra Gadafi, pero terminó siendo un comandante menor con poco éxito
Desde la región de Cirenaica, limítrofe con Egipto, el mariscal “avanzó en varios frentes, tomó Bengasi y muchas ciudades del este, y a principios de año se trasladó al suroeste de Libia”, añadió Cherif.
Como resultado de la pugna entre las distintas fuerzas armadas, Libia permanece fragmentada. El oeste está bajo control del GNA, dirigido por el primer ministro Fayez al Saraj. En el este domina la Cámara de Representantes Libia, elegida en 2014 en unas controvertidas elecciones. Es cuerpo legislativo, con sede en Tobruk, y cuenta con el respaldo militar del Ejército Nacional Libio, de Haftar.
El caótico escenario geopolítico en Libia
La división interna también ha suscitado diferencias en el exterior. De acuerdo con Riccardo Fabiani, analista geopolítico del Energy Aspects, “Egipto y los Emiratos Árabes Unidos proporcionan apoyo financiero, armas y, probablemente, soldados a Haftar”.
Además, el ministro del Interior de Italia, Matteo Salvini, aseguró ayer que posiblemente Francia esté del lado del mariscal. “Sería muy grave que Francia, por razones económicas o comerciales, bloqueara una iniciativa de la Unión Europea para acabar con el conflicto en Libia”, afirmó Salvini. Asimismo, asegura Fabiani, existen rumores de que Rusia también apoya al general.
El GNA, por su lado, es reconocido oficialmente por la Unión Europea, y estados como Catar y Turquía le han, incluso, transferido recursos.
Estos países, según Fabiani, han estado muy involucrados, “aunque se han mostrado reacios a intervenir directamente (como en Siria), y optan por un tipo de intervención de perfil más bajo”. De acuerdo con Cherif, es difícil identificar una salida clara al conflicto por el convulso escenario donde no se ven garantías para unas elecciones generales próximas.
Desde mediados del 2018, representantes del GNA y del ENL se reunieron en París para negociar un marco legal hasta el 16 de septiembre y poder celebrar elecciones en diciembre de este año, con mediación de Francia.
La propuesta, que desde un principio fue cuestionada por Italia, se vio afectada también por la negativa de Ghassan Salamé, representante de la ONU en Libia, quien declaró imposible llevar a cabo unos comicios en medio de la lucha actual.
Tres escenarios
Ahora, según Cherif, tres alternativas parecen tomar fuerza para el futuro de Libia. Por un lado, este podría convertirse en un conflicto prolongado que “arruinaría las esperanzas de Haftar de ingresar a la capital como un salvador popular”.
Por otro lado, el general podría ganar el apoyo suficiente de las milicias, con quienes tomaría el control de Trípoli sin mayor problema. Pese a esto, “lograr un acuerdo con grupos armados significa que tendrá que garantizar sus intereses militares y económicos”. Ante la promesa de Haftar de acabar con el Ejercito en el futuro, esto terminaría en rebelión generalizada.
Por último, opina el analista, es posible que el vacío de poder configure un nuevo statu quo, “donde las fuerzas del ENL acorten su ofensiva, pero mantendrían posiciones estratégicas para ejercer presión sobre Trípoli”, es decir que, tras una serie de negociaciones, Haftar se llevaría la ventaja.
No obstante, de acuerdo con Trentin, cualquier resolución al conflicto se enfrentaría a un tejido social dividido por clanes o grupos tribales. Bajo esta misma perspectiva, el investigador de la Universidad LUISS, Alessandro Orsini, considera que “Libia debería ser dividida en dos Estados soberanos e independientes: la tripolitana y la cirenaica”, pues, “si Trípoli es conquistada con la fuerza del gobierno de Tobruk, el país no encontrará la paz”, concluye.
Libia debería ser dividida en dos Estados soberanos e independientes: la tripolitana y la cirenaica
En todo caso, los expertos coinciden en que el panorama libio será, por un buen tiempo, foco de guerra aún más complejo que el conflicto en Siria, pues en este contexto, además de que no hay una fuerza dominante, ninguna potencia parece tener más influencia que otra. A esto se suman dos problemas: los refugiados y el Estado Islámico.
Por el momento, Trípoli vuelve a ser la ciudad de la eterna codicia. Así como la caída de Gadafi se dio por la llegada de los rebeldes a la ciudad, hoy la suerte del GNA queda en manos de lo que logre avanzar Haftar.
ANNIE VALENTINA GÓMEZ / ALEXANDER BERRÍO
REDACCIÓN INTERNACIONAL