Hace tres meses, la colombiana Leidy Mateus decidió ir al hospital Rumah Sakit Gandaria, en Yakarta, capital de Indonesia, donde vive hace cinco años. Llevaba varios días sintiéndose enferma. Sus síntomas eran los de una gripa muy fuerte: tos seca, flemas, dificultad para respirar y debilidad en el cuerpo. Por la gravedad de su situación los médicos decidieron practicarle varios exámenes para descartar tuberculosis o un caso de dengue. Todo dio negativo, no era una enfermedad.
“Es polución”, le aseguró el doctor.
“Yo lo que veía en las radiografías era como unos rayones blancos en mis pulmones. Y el médico me decía que ya había visto casos así, incluso, que había peores; entonces, que no me preocupara. Yo le decía: es que yo no puedo respirar por las noches, doctor. ¿Cómo no me voy a preocupar?”, recuerda.
Tan solo siete días después, su hija, de cinco años, empezó a vomitar; su hijo, de ocho, y su esposo, también empezaron a experimentar los mismos síntomas que ella y terminaron todos internados en el mismo hospital durante una semana.
Esta vez, el dictamen fue más claro: infección respiratoria, una afección muy común en Yakarta, la décima ciudad capital más contaminada del mundo. Así lo determinó el más reciente estudio de la reconocida ONG GreenPeace y de la firma IQAir, una empresa de servicio de monitoreo del aire que entrega datos en tiempo real de diferentes ciudades en todo el mundo a través de su aplicación móvil o un medidor portátil del tamaño de un celular. La investigación fue presentada en el 2018.
Tras el incidente, la mujer, de 37 años y nacida en Guavatá (Santander), asegura: “Hasta ese momento me di cuenta realmente de la gravedad del aire que estaba respirando”. Era un tema que la tenía sin cuidado.
Nada comparado con su pueblo natal, del cual partió hace más de una década. El pequeño municipio, de apenas 3.679 habitantes, ubicado al sur del departamento, es el lugar idóneo para la tranquilidad y para respirar aire puro.
Sin industrias, rodeados del verde de las montañas de la cordillera oriental y con un área urbana de apenas dos kilómetros de extensión, sus habitantes viven en un espacio casi del mismo tamaño que la sede de la Universidad Nacional en Bogotá, cultivando en su mayoría guayaba y caña de azúcar para la producción de bocadillo y panela.
Una realidad totalmente contraria a lo que sucede en Yakarta. Una de las ciudades más pobladas del mundo que suma casi 30 millones de habitantes con su área metropolitana, y donde la congestión vehicular es casi tan común como los días oscuros por culpa del esmog.
Cada año, según un informe de la Organización Mundial para la Salud, la calidad del aire es responsable de la muerte de siete millones de personas por enfermedades asociadas a esta problemática, como el cáncer, los accidentes cerebrovasculares, las enfermedades cardiacas y las pulmonares. Una cifra equivalente a todos los habitantes de Medellín, Barranquilla, Cali y Cartagena.
El mismo documento, publicado en 2018, asegura que en el mundo 9 de cada 10 personas respiran aire contaminado.
En Yakarta la situación es más que preocupante. El año pasado fue la ciudad más contaminada de todo el sudeste asiático (según el informe Greenpeace y IQAir). De hecho, la capital de Indonesia estuvo en el ojo del huracán en agosto de 2018 cuando varios medios de todo el mundo cuestionaron su capacidad para albergar los Juegos Asiáticos mientras los niveles de contaminación del aire que registraba la ciudad alcanzaban índices nocivos para la salud de los deportistas y asistentes a los eventos.
Los segundos juegos deportivos más importantes del mundo, después de los Olímpicos, y que congregan más de 14.000 atletas de 45 países asiáticos, finalmente se realizaron en medio de un acelerado esfuerzo gubernamental por mejorar el ambiente.
Un aumento en las centrales eléctricas de carbón, la quema de tierras para la agricultura y un incremento en el parque automotor serían los culpables de que en los últimos años el aire de Indonesia se haya contaminado hasta ser uno de los peores del mundo, según un informe del Instituto de Política Energética de la Universidad de Chicago.
Por eso Mateus y su familia han decidido tomar medidas. Se mudaron a un barrio donde la calidad del aire que se respira es mejor y que está lejos de avenidas principales y del tráfico congestionado. Usan una máscara de tela cuando los días son muy oscuros debido al esmog y caminan en las mañanas en un parque cercano, buscando respirar -aunque sea- unas bocanadas de aire puro.
Además, procuran no salir demasiado. La escuela de los niños queda a tan solo unos pasos de su casa; también, la universidad donde Mateus cursa estudios de ciencias de la comunicación y dicta clases de español. El único lugar lejano al que se desplaza en transporte público es a su trabajo como traductora de noticias en indonesio en la Embajada de Colombia, que queda a una media hora en bus.
Mateus, quien solía practicar judo y lucha en Colombia -hasta el punto de llegar a ser varias veces medallista nacional- también ha retomado el deporte y la actividad física junto con sus hijos. Pero solo lo practican en espacios cerrados. La OMS recomienda abstenerse de realizar actividad física en lugares con índices negativos de contaminación del aire por los efectos nocivos que esto podría tener para la salud.
Sin embargo, esas acciones resultan mínimas para enfrentarse a la realidad de la ciudad en la que vive. Los habitantes de Yakarta, como Mateus y su familia, respiran en promedio un aire casi cinco veces peor al recomendado como saludable.
En Yakarta, las mediciones de las partículas PM 2.5 promediaron el año pasado 45,3 µg/m³, mientras que la OMS recomienda 10µg/m³. Estas partículas son el medidor más representativo y común de la calidad del aire debido a que son las que más afectan a las personas. Pueden atravesar la barrera pulmonar y entrar en el sistema sanguíneo debido a su tamaño, cien veces más pequeño que el de un cabello humano.
El PM 2.5 es básicamente una compleja mezcla de partículas sólidas y líquidas de sustancias orgánicas e inorgánicas suspendidas en el aire. Y sus componentes son sulfatos, nitratos, amoníaco, cloruro de sodio, hollín, polvos minerales y agua.
Así se ve la contaminación en vivo en diferentes ciudades del mundo. Los colores amarillo, anaranjado, rojo, morado y vinotinto significan, según una escala ascendente, que puede ser desde «moderadamente dañino» a «arriesgado» respirar el aire de la ciudad. Solo verde significa que el aire es bueno para respirar. Asia es de los continentes con más color rojo y vinotinto. Vea aquí el mapa:
Según la OMS, “la contaminación con partículas conlleva efectos sanitarios, incluso, en muy bajas concentraciones; de hecho, no se ha podido identificar ningún umbral por debajo del cual no se hayan observado daños para la salud”. Por eso, la misma organización ha afirmado desde 2005 que la recomendación de 10µg/m³ está orientada a lograr las concentraciones “más bajas posibles”.
Mateus dice que llegó a la capital de Indonseia sin saber a lo que iba a enfrentarse. Llevaba seis años viviendo en la isla de Lombok, ubicada en el oriente de la capital y de donde es natal su esposo. Allá, según cuenta, la vida era muy tranquila y agradable, y respiraba aire puro.
A Indonesia –cuenta- llegó intrigada por la cultura y por el islam, que es la religión más profesada en el país y que ella actualmente practica. Había vivido antes cuatro años en Japón, a donde también había llegado por curiosidad y con las ganas de conocer más sobre su deporte preferido: el judo.
Terminó por quedarse mucho más tiempo del que había pensado y dice que una de las cosas que más le agrada es la sensación de fraternidad de los indonesios y la seguridad.
“Uno puede dejar a sus hijos jugando tranquilo en la calle y no pasa nada, uno puede dejar las llaves pegadas en la moto y no se pierde”, cuenta la mujer. Sin embargo, prefiere que sus hijos jueguen adentro de la casa o en espacios cerrados para protegerlos del aire contaminado.
Esta colombiana asegura que junto con su esposo están considerando mudarse, al menos de ciudad. “La idea es dejar este lugar algún día cuando yo acabe mi universidad y los niños acaben su escuela”, señala. Aún no sabe para dónde: tal vez regresar a Japón o traer a su esposo y a sus hijos a conocer Colombia. Siempre, buscando un lugar donde puedan ser felices y donde su salud no corra tanto riesgo.
*Estudiante de la Escuela de Periodismo Multimedia EL TIEMPO