Como en los tiempos de la resistencia contra el nazismo, las fuerzas democráticas de Europa se enfrentarán en los próximos tres días al desafío de los extremismos de derecha en la madre de todas las batallas cívicas del Viejo Continente: la que se librará en los 28 países miembros de la Unión Europea (UE) para elegir los 751 diputados al Parlamento de la Unión.
Las elecciones, que se celebran cada cinco años, comenzarán hoy en Holanda, seguirán en Irlanda, República Checa, Letonia y Estonia, y concluirán el domingo en los 23 países restantes, que incluyen las dos potencias continentales, Alemania y Francia, y concentran la mayoría de los 360 millones de ciudadanos habilitados para votar. Serán las mayores elecciones transnacionales de la historia y su resultado determinará cómo enfrentará Europa los grandes problemas de la época, como la migración, el cambio climático, el empleo y la seguridad.
Los comicios ocurren en momentos en que las democracias europeas se ven debilitadas por el auge del populismo, un fenómeno sin precedentes desde los años treinta del siglo pasado que ha ganado terreno en los gobiernos y parlamentos nacionales. La oleada extremista, alimentada por la xenofobia que despierta la inmigración de África y el Medio Oriente, ha alterado el mapa político europeo y está amenazando la estabilidad de la integración, que favoreció la reconstrucción del continente después de la Segunda Guerra Mundial y creó el mayor mercado único del mundo, con unos 500 millones de consumidores. A esto se agrega la incertidumbre sobre la salida del Reino Unido, la cual, de consumarse, llevará al retiro de sus 73 diputados y obligará a distribuir esas curules entre los demás socios.
El auge populista
Las recientes victorias electorales populistas enmudecieron a quienes decían que el triunfo de Emmanuel Macron sobre Marine Le Pen en las elecciones presidenciales francesas del 7 de mayo de 2017 había frenado el avance de la derecha en Europa. Al contrario, desde entonces los populistas, los extremistas de derecha y los neonazis han ganado más espacio.
En Austria, el ultraconservador Sebastian Kurz fue catapultado al cargo de primer ministro en octubre de 2017 por su triunfo en las elecciones legislativas; en Hungría, el derechista primer ministro Viktor Orbán ganó, por tercera vez consecutiva, el año pasado; en Italia, los eurófobos Luigi di Maio y Matteo Salvini obtuvieron el derecho a gobernar el país en las elecciones de 2018; en Polonia, el derechista Jaroslav Kaczynski está en el gobierno desde 2015 y en noviembre confirmó sus mayorías en las elecciones locales; en Holanda, el xenófobo Geert Wilders fue relegado al segundo lugar en las últimas elecciones parlamentarias por un líder más radical, Thierry Baudet, y en Alemania, la neonazi Alternativa para Alemania se acercó al poder en 2017, al irrumpir por primera vez en el Bundestag (Parlamento Federal) como el tercer partido en número de curules, detrás de la Unión Demócrata Cristiana (UDC) de Angela Merkel y del otrora poderoso Partido Socialdemócrata.
El avance neonazi en Alemania, replicado en las elecciones regionales de septiembre pasado, llevó a Merkel a anunciar que no buscará su reelección cuando termine su mandato en 2021, para facilitar una renovación de su partido, que a pesar del revés sigue siendo el mayoritario del país.
Por su parte, los líderes extremistas europeos, envalentonados por sus progresos, han propuesto un frente común para “sustituir” la UE con una organización de estados nacionalistas.
Pero aun si logran crear esa coalición y obtienen buenos resultados esta semana, no alcanzarán a poner en jaque a los dos bloques que mantienen las mayorías en el Parlamento Europeo: el Grupo del Partido Popular, que incluye socialcristianos, conservadores y partidos de centro y ocupa 221 curules, y la Alianza de Socialistas y Demócratas, que posee 191 curules.
Los conservadores y liberales moderados, izquierdistas y ecologistas suman 281 diputados, y los de extrema derecha solo alcanzan un total de 58. Las diferencias se explican porque en los dos primeros bloques están los países más grandes, Alemania, Francia, Italia y España, mientras que el último incluye países y partidos pequeños. El número de escaños es proporcional a la población de cada país y oscila entre los seis de Luxemburgo y los 96 de Alemania.
Sueño amenazado
Lo que más preocupa a los analistas de la política europea es el crecimiento de la Alternativa para Alemania y de la Agrupación Nacional de Marine Le Pen en Francia porque amenaza a los socios de más peso en la UE. La integración europea depende en gran parte de la alianza franco-alemana, gracias a la cual nació en 1951 la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (Ceca), primera piedra de la unión económica y política continental.
El sueño de esa unión fue abrigado por estadistas europeos desde antes de la Segunda Guerra Mundial. El entonces primer ministro francés, Aristide Briand, propuso en 1926 un eje franco-alemán para prevenir la repetición de la Gran Guerra de 1914, pero los desarrollos de la política alemana frustraron la idea y condujeron al mundo a la peor catástrofe de la historia.
El proyecto renació en 1946 y se concretó en la creación de la Ceca, sucedida en 1957 por la Comunidad Económica Europea (CEE) y en 1993 por la UE. El número de socios creció en forma sostenida desde 1960 hasta alcanzar los hitos históricos que marcaron la caída del muro de Berlín y la reunificación alemana.
Con el derrumbe del comunismo, el ingreso de nuevos miembros y el nacimiento del euro, surgió la Europa sin fronteras. Pero los buenos tiempos comenzaron a pasar en esta década por la crisis económica mundial, la inundación de inmigrantes y los ataques del terrorismo. El malestar generado por estos fenómenos se reflejó en el avance de los euroescépticos.
A lo anterior se añade la aparición de discrepancias entre París y Berlín sobre temas cruciales como la reforma de la eurozona propuesta por el presidente Macron para compartir riesgos entre los socios y generar más solidaridad entre ellos.
La propuesta no fue acogida por Alemania, que hace énfasis en el rigor presupuestal que deben ejercer los gobiernos miembros. El plan francés es visto con desconfianza y hasta con desdén en los círculos de poder de Berlín, que consideran que Macron quiere rescatar a Europa a costa de Alemania. El Frankfurter Allgemeine Zeitung, uno de los periódicos más prestigiosos del país, llamó al mandatario francés “caro amigo”, en el doble sentido de querido y costoso.
Pero en otros frentes, como el de la seguridad, la alianza franco-alemana sigue siendo sólida. Los dos países comparten la idea de crear un ejército europeo para no seguir delegando a Estados Unidos la defensa de Europa. La propuesta cobró fuerza debido a la política aislacionista de Donald Trump, pero no parece realizable a corto plazo, como tampoco lo es el divorcio de Estados Unidos de la Otán, a la que sigue contribuyendo con tropas y recursos económicos.
Trump es, junto con el fantasma del brexit, uno de los factores perturbadores de las elecciones europeas. El gobernante estadounidense ha calificado de “enemiga” a la UE y ha desatado contra ella una guerra comercial como la declarada contra China. Su apoyo a los ultraconservadores europeos fue recalcado hace poco al recibir en la Casa Blanca al húngaro Viktor Orbán. Steve Bannon, el gran gurú de la derecha estadounidense que lo acompañó en su campaña y colaboró en su gobierno, asesora a los partidos y gobiernos derechistas europeos, a los que busca unir en una sola agrupación que bautizó como El Movimiento.
Está en contacto con Le Pen, Orbán y Salvini y se ha radicado en Roma, donde estableció un think tank (laboratorio de ideas) que colabora con ellos. Su meta es la misma de los derechistas europeos: acabar con el “supergobierno” de la UE, que les impone reglas inaceptables para ellos, como los controles ambientales y las cuotas de recepción de inmigrantes.
En cuanto al brexit, las encuestas indican que el partido del mismo nombre, creado por el eurófobo Nigel Farage luego de abandonar el Partido de la Independencia, podría ganar la mayoría de las curules que corresponden al Reino Unido. Farage ha dicho que si gana, exigirá que los eurodiputados de su partido sean incluidos en el equipo que negocia con Bruselas el retiro de su país de la UE. El avance de este partido se podría sumar al de los otros movimientos populistas, aumentando el dolor de cabeza para los partidos y gobiernos progresistas.
A esto se agrega, como lo reveló hace poco The New York Times, que ‘hackers’ rusos están atacando los sistemas cibernéticos europeos para interferir en las elecciones de diversas maneras. El exsecretario general de la Otán Anders Fogh Rasmussen dijo hace poco que Rusia será “un gran actor maligno” en las elecciones. Como Trump y su alter ego Bannon, los rusos están pescando en río revuelto con la intención de demoler el edificio construido por los europeos en más de medio siglo.
Sin embargo, todo indica que los bloques mayoritarios mantendrán su representación en el Parlamento aunque los partidos extremistas logren un avance. Las encuestas muestran que estos últimos podrían obtener el 20 por ciento del voto, una minoría suficiente para bloquear algunas iniciativas. Escasa para destruir a la UE, pero apta para devolver, o al menos para frenar, el reloj de la integración europea.
LEOPOLDO VILLAR BORDA
PARA EL TIEMPO