Ocho años después de la Primavera Árabe, los sueños de democracia en el mundo árabe se han visto frustrados por la cruda realidad de la autocracia, la corrupción y el régimen militar.
Sin embargo, Argelia y Sudán, que no se dejaron llevar por la agitación de 2011, hoy prueban suerte desafiando los poderes muchas veces ocultos –lo que los manifestantes argelinos en 1988 llamaban ‘le pouvoir’ (el poder)–. ¿A los movimientos democráticos árabes les irá mejor esta vez?
En Argelia, los planes del gobierno de reducir su robusto programa de subsidios –una respuesta a años de caída de los ingresos por hidrocarburos– desataron protestas tan fuertes que llevaron al ejército a forzar al presidente Abdelaziz Bouteflika a renunciar el mes pasado, después de 20 años en el poder (seis de los cuales los pasó incapacitado como consecuencia de un derrame cerebral). Pero esto no significa un nuevo comienzo para el país.
Sin duda, luego de la renuncia de Bouteflika, cinco de los principales oligarcas de Argelia fueron arrestados, y el CEO de la compañía energética estatal fue despedido. A esto siguieron más arrestos de alto perfil, entre ellos el de Said Bouteflika, hermano del presidente derrocado y líder ‘de facto’ de Argelia, así como el del general Bachir Athmane Tartag y del general Mohamed Mediène (mejor conocido como Toufik), ambos exjefes de inteligencia.
Sin embargo, por más que el ejército de Argelia, liderado por el general Gaid Salah, pretenda que los ciudadanos crean que está desmantelando la camarilla de mafiosos muy conectados que conforman ‘le pouvoir’, los manifestantes siguen convencidos de que todo esto no es más que una pantalla de humo. Salah debería arrestarse a sí mismo, gritan las masas, que siguen volcándose a las calles cada semana, para exigir que ‘le pouvoir’ sea verdaderamente borrado del mapa, para que no pueda elegir a dedo al sucesor de Bouteflika.
Los argelinos saben lo resistente que es ‘le pouvoir’. Lo bautizaron así durante los disturbios del octubre negro de 1988 –una explosión de ira masiva contra un sistema unipartidario corrupto y autocrático controlado por el Frente de Liberación Nacional (FLN)–. El Gobierno respondió ordenándoles a las fuerzas de seguridad aplicar mano dura, lo que resultó en unos 500 muertos y más de 1.000 manifestantes heridos.
Las protestas efectivamente llevaron al presidente Chadli Bendjedid a prometer realizar elecciones libres por primera vez en la historia de Argelia, y los otros partidos políticos, excepto el FLN, fueron legalizados en 1989. Pero cuando el Frente Islámico de Salvación (FIS) parecía listo para derrotar al FLN dos años más tarde, las elecciones se cancelaron. El ejército tomó un control efectivo del Gobierno y proscribió al FIS, arrestando a miles de sus miembros.
Instinto de supervivencia
La experiencia de Argelia hasta este punto era un presagio de la Primavera Árabe, durante la cual el instinto de supervivencia de ‘le pouvoir’ era sumamente evidente. El ‘pouvoir’ de Siria, liderado por Bashar al-Assad, ha defendido sus negocios y sus intereses tribales impiadosamente, con la ayuda de actores externos que tienen un interés estratégico en su supervivencia política. Ninguno de ellos pierde el sueño por los más de 500.000 sirios asesinados y los millones de sirios que han tenido que huir desde 2011.
Pero también hay muchos ejemplos de sociedades árabes que logran derribar dictaduras seculares. A falta de una clase media lo suficientemente importante o de una tradición liberal fuerte, el pueblo luego elige democráticamente un partido islamista. Incapaz de aceptar ese resultado, ‘le pouvoir’ –en este caso, encabezado por el ejército, sin su figura dictatorial– toma medidas para restablecer el régimen autócrata secular.
Aunque los ejércitos muchas veces han demostrado ser adeptos a montar golpes, desde Egipto hasta Tailandia y Birmania, han sido mucho menos efectivos a la hora de garantizar transiciones al régimen civil. Esto se debe a que el ejército ha retenido el poder todo el tiempo: si bien puede estar dispuesto a cambiar una figura por otra, no tiene ningún interés real en cambiar drásticamente las estructuras políticas y económicas que controla.
La experiencia de Egipto ejemplifica este patrón. Después del derrocamiento de Hosni Mubarak en 2011, los egipcios eligieron al presidente Mohamed Morsi y a su Hermandad Musulmana. En 2013, el gobierno electo de Morsi fue derrocado y Abdel Fattah al-Sisi, el sucesor de Morsi respaldado por el ejército, ha estado en el poder desde entonces.
El mes pasado, el gobierno de Sisi llevó a cabo un referendo constitucional ficticio que extendió su mandato de cuatro años a seis y eliminó el límite de dos mandatos.
Con eso, el régimen unipersonal de Sisi y la autoridad suprema del ejército –que controla por lo menos el 30 por ciento de la economía– se afianzaron, y lo que quedaba de gobernanza democrática en Egipto quedó destruida.
Este patrón podría repetirse nuevamente en Argelia, mientras que Sudán bien puede ir camino a un destino similar. Al igual que Argelia, las protestas masivas llevaron a una camarilla de oficiales del ejército el mes pasado a derribar al presidente Omar al-Bashir, que había estado en el poder durante 30 años.
¿Transferencia de poder?
Luego de algunos días de confusión entre la jerarquía militar, el general Abdel Fattah Abdelrahman Burhan, el jefe de Estado ‘de facto’, anunció que el ejército se haría cargo de “desplazar” al gobierno militar y procesar a quienes eran responsables de matar a los manifestantes, entre ellos Bashir. El poder, prometió, será entregado a un gobierno civil en el lapso de dos años.
Dados los antecedentes históricos, no es la promesa más convincente. Sin embargo, Sudán tiene un factor de su lado: mientras que la Liga Árabe se comporta esencialmente como un club regional de autocracias, la Unión Africana (UA) tiene una tolerancia limitada de los golpes de Estado –una preferencia que podría explicar en parte la disminución de los golpes militares en África en los últimos años–. La UA ahora ha amenazado a los nuevos gobernantes de Sudán con suspenderlos del grupo, a menos que transfieran el poder a una autoridad civil.
Sin embargo, aun si los líderes militares de Sudán sucumben ante la presión de la Unión Europea (UE), la estabilidad política dista de estar garantizada. Durante décadas, ‘le pouvoir’ utilizó los ingresos petroleros para comprar una relativa calma pública a través de subsidios masivos. Pero esas reservas estaban concentradas en el sur y, por lo tanto, se perdieron cuando Sudán del Sur se independizó en 2011. Y ahora la estabilidad política desapareció.
De todos modos, como en Argelia, no se puede decir que la lucha por un cambio genuino haya terminado. Los manifestantes en ambos países han luchado por la oportunidad de ser gobernados por líderes con un amplio respaldo popular. Pero, mientras intentan redimir la promesa de la Primavera Árabe, ‘le pouvoir’ se reagrupará, demostrando una vez más que su resiliencia sigue siendo el mayor obstáculo para la reforma en el mundo árabe.
SHLOMO BEN-AMI*
© Project Syndicate
Tel Aviv
* Shlomo Ben-Ami, exministro de Relaciones Exteriores israelí, es vicepresidente del Centro Internacional Toledo para la Paz. Es el autor de Scars of War, Wounds of Peace: The Israeli-Arab Tragedy.