La historia de Natalia Bolívar es la historia de una revolucionaria que luchó para derribar su propia clase social.
En 1957, Fidel Castro y Ernesto «Che» Guevara plantaban en el campo las semillas de la revolución, reclutando a un ejército de campesinos.
En la ciudad, el gobernante militar Fulgencio Batista también tenía problemas: un grupo de estudiantes armados atacaba, en marzo de ese año, el palacio presidencial.
Desesperado por el asedio, el ejército empezó a lanzar proyectiles contra las posiciones de la guerrilla, algunos de los cuales cayeron sobre un museo.
Dentro estaba Bolívar -entonces una joven guía-, conocida miembro de la alta sociedad de La Habana, procedente de una familia rica, de la misma élite que esas guerrillas urbanas intentaban derribar.
Pero nada era lo que parecía y Natalia tenía entonces una doble vida.
En la década de 1950, su familia era influyente. Estaban bien conectados y tenían dinero. El padre de Natalia había estado en el ejército y ayudado a Batista a alcanzar el poder mediante un golpe militar.
Su estatus privilegiado le había permitido a ella perseguir su amor por el arte en un momento en que éste estaba limitado en Cuba a los más ricos.
Los ricos estaban también aislados de los problemas de la sociedad en una isla en la que una minoría controlaba la tierra, y la cual estaba en gran parte bajo la influencia de hombres de negocios estadounidenses.
Pero su estatus social no la había hecho perezosa, y a principios de los 50 Natalia se había matriculado en numerosos cursos en La Habana y Nueva York, de chino, español o historia del arte cubano.
Cuando tenía veintipocos años, empezó a sentirse cautivada por la antropología, especialmente por la cultura afrocubana de su niñera.
«Mi niñera me enseñó muchas cosas. Era una parte enorme de mi familia. Me enseñó a querer a la naturaleza, los atardeceres, la lluvia, los colores del mar», explica Natalia.
Isabel, así se llamaba, estuvo a cargo de cuidarla a ella y a sus hermanos.
«La importancia de la naturaleza es la base de las religiones afrocubanas y ella fue la persona que me hizo interesarme por ellas.
«Es por ella que practico esa religión y la estudio», dice Natalia.
La doble vida
Natalia se se fue volviendo más consciente políticamente, mezclándose con otros estudiantes que le abrieron los ojos a las injusticias políticas.
Uno de los grupos rebeldes en los años 50 era el conocido como Directorio Revolucionario.
«Uno de los estudiantes de ese grupo trabajaba en el Museo de Artes Plásticas, donde yo también trabajaba», rememora.
Así que Natalia lo conoció, le gustaron sus ideas y se unió al grupo.
Su familia no sabía de sus actividades. Ella iba a las reuniones con los revolucionarios, incluso tuvo una relación romántica con uno de ellos.
Pero en la superficie, todavía era una rica miembro de la alta sociedad, y su familia la presionaba para que tuviera citas con hombres de su mismo estatus, lo cual a ella le aburría.
Uno de sus trabajos era utilizar sus contactos de alta sociedad con diplomáticos extranjeros para ayudar a conseguir asilo para los revolucionarios que tenían que escapar del país.
Para el año 1957, su universidad había sido clausurada por el gobierno y las ambiciones de Natalia y otros estudiantes revolucionarios aumentaron.
«Yo era parte de su grupo y teníamos un plan: atacar el Palacio presidencial. Yo trabajaba como guía en el tercer piso del Museo Nacional de Bellas Artes. El grupo de estudiantes me dijo que, cuando empezara el ataque, yo tenía que estar en el museo», cuenta Natalia.
«Me querían ahí porque el museo estaba cerca del Palacio y la idea era que yo ayudara si había heridos».
El plan para matar a Batista era que un camión y dos coches, llenos de estudiantes armados, se dirigieran al Palacio, que estos saltaran del coche y asaltaran la oficina presidencial, con apoyo de combatientes situados en los tejados de los edificios colindantes.
«Pero cuando sucedió yo tenía a más de 100 turistas conmigo y tuvimos que echarnos al suelo rápido, por los disparos y los tanques que estaban también disparando. El ejército pensó que el ataque venía del museo, así que empezaron a bombardearlo», recuerda.
El ejército acabó tomando control de la situación y muchos de los participantes en el asalto murieron.
«Eran gánsters»
El plan, en realidad, estaba condenado desde el principio: había una entrada al Palacio que los estudiantes no conocían y por la que Batista había logrado escapar.
Ella pudo escapar: las autoridades no sospecharon que esta chica de la alta sociedad pudiera estar involucrada en los hechos, así que Natalia volvió a la casa de sus padres.
Los que sobrevivieron empezaron a movilizar armas para los estudiantes del Directorio Revolucionario que habían pasado a la clandestinidad.
«Teníamos que moverlos de un sitio a otro porque La Habana era muy peligrosa en aquel momento», explica ella.
Natalia reconoce que disparó contra gente.
«Fui parte de un ataque contra una comisaría de policía en La Habana en 1958. Disparas porque ellos te están disparando. No vas a quedarse sentada y esperar a que te llegue la bala.
«No podría decirte si maté a cinco, 10 o 20 personas. No lo sé», explica.
«Recuerda que estaba luchando por salvar a mi país. Mataban a gente todo el tiempo. Eran gánsters del peor tipo. Torturaban a gente de formas que no puedes ni imaginar. Así que nunca he sentido remordimiento por lo que hice», relata.
Pero la policía finalmente se la llevó en 1958. Alguien les había hablado de ella.
Dice que la torturaron y la golpearon. Querían saber a qué organización pertenecía pero ella no lo contó.
«Me llevaron al río y me mostraron el cemento que me iban a poner en los pies para hundirme y lanzarme al mar. Y tengo que decir que en ese momento estaba aterrorizada».
El collar salvador
Luego se la llevaron para interrogarla y Natalia tuvo entonces un momento de profunda espiritualidad.
Cuando el comandante la estaba golpeando, se fijó en el collar que ella llevaba puesto. Era un collar extraordinario, hecho de hierro. Representaba a San Pedro, también conocido como Oggun, un famoso dios guerrero de la religión de la santería.
Es una creencia que se practica mucho en Cuba y que entró allí procedente de los yoruba, que llegaron como esclavos desde África.
Es una mezcla de cristianismo y religiones tradicionales africanas y la devoción se muestra llevando joyas ornamentales.
Unas semanas antes de su arresto, Natalia había ido a ver a un conocido líder de la santería para aprender más sobre esta religión.
«Cuando vi al hombre, que tenía 90 años, me avisó de que estaba jugando con fuego y que iba a ser arrestada. Luego me empezó a decir cosas sobre el hombre que me iba a interrogar, quien dijo que me iba a mantener a salvo. Y me dio un collar que, según él, tenía poderes especiales.
«Me dijo: ‘cuando vengan a por ti, ponte este collar’.
«Y cuando el comandante empezó a interrogarme y me preguntó por el collar, me di cuenta de que era la persona de la que me había hablado el líder religioso.
«Empezó a decirme algunas palabras en yoruba y yo le contesté. Yo daba conferencias en yoruba sobre religión afrocubana. Así que le dije: no me puedes hacer daño porque tengo este collar y sabes lo que significa para nuestra religión.
«Le dije: no hagas nada de lo que te puedas arrepentir.
«Y el famoso asesino se detuvo, porque se dio cuenta de que yo sabía mucho de su religión y sobre lo que podía y no podía hacer.
«Así que me preguntó: ‘¿qué quieres?’
«Y le dije: quiero que vayas y traigas a mi madre».
Para cuando su madre llegó, todo era distinto. El collar había tenido un profundo efecto en el policía, que incluso le había comprado un helado.
Tras 24 horas, la liberaron.
Al llegar a casa, su familia habló de mandarla a Nueva York para mantenerla a salvo, pero Natalia no quería irse.
A finales de la década de los 50, sin embargo, ni siquiera sus conexiones podían mantenerla a salvo.
Se fue a la clandestinidad, viviendo de las recetas de cocina que le había enseñado su niñera, especialmente las diseñadas para tiempos de frugalidad.
Su grupo ya no era tan influyente como lo había sido.
La lucha había sido tomada por otro grupo, liderado por Fidel Castro, una guerrilla que había estado peleando en el campo en lugar de la capital. En 1959 entraron en La Habana.
Finalmente, la revolución triunfó. Y los líderes se reunieron.
«Había estado viviendo escondida y volví a mi casa. Pesaba 40 kilos y mi madre empezó a llorar».
Castro se convirtió en primer ministro y el viejo establishment desapareció.
Gracias a sus conocimientos, a Natalia le ofrecieron un nuevo papel tras la revolución: el de salvaguardar el arte de la ciudad. La pusieron al frente del museo.
«Muchas de las personas que estaban escapando de Cuba y yendo a Estados Unidos, en el segundo o tercer día de la revolución, me dejaron ir a sus casas y me dieron sus colecciones de arte porque querían que las protegiera. Así que llevé las cosas al museo», cuenta.
Con el nuevo régimen, las cosas no fueron siempre fáciles para ella. Su grupo nunca aceptó del todo a Fidel, aunque las facciones intentaron solucionar las divisiones durante un tiempo.
«Fidel venía a casa de mis padres para reuniones en 1959, cuando yo aún estaba allí. Mi antigua niñera Isabel aún vivía allí y él se refería a ella como su bastón, porque era bajita y robusta. Y yo decía: no te la lleves, es mía», cuenta ella riéndose.
Esos encuentros no funcionaron y con el tiempo ella se fue encontrando en una posición aislada políticamente, con problemas a veces para continuar con su trabajo académico.
«Tuve momentos buenos y malos, pero los malos fueron muy malos. Tuve que limpiar tumbas en el cementerio para conseguir dinero», explica.
Espiritualmente tampoco estaba alineada con el nuevo gobierno, porque su devoción por la santería no era ya algo políticamente aceptable.
Pero mientras que muchos que perdieron el favor con el régimen abandonaron Cuba, Natalia se quedó.
Con el tiempo recuperó su trabajo académico y se convirtió en una escritora respetada y famosa.
Hoy en día es una autoridad en el tema de la santería.
«Fueron tiempos difíciles, pero no importa. Estaba peleando por mi país, no por un puesto. Lo único que me importa a mí es mi país porque he aprendido a quererlo realmente y me siento muy orgullosa de ser cubana».
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