Las tensiones con Irán se elevaron esta semana, y de manera dramática, luego de que la ONU confirmó que el país había violado los términos del acuerdo nuclear que firmó con las potencias del mundo en el 2015 y que limitaban la cantidad de uranio que podía enriquecer para prevenir la construcción de un arma nuclear.
Y aún más tras la amenaza del presidente Hassan Rohaní de que seguirá aumentando esa capacidad “hasta donde quieran”, si Europa, China y Rusia no cumplen con su parte del acuerdo, que prevé el levantamiento de sanciones y otros incentivos económicos para su país.
Si bien el paso provocó una condena general, todas las naciones involucradas coinciden en que la nueva escalada es consecuencia directa de la decisión tomada por el presidente Donald Trump en mayo del año pasado, cuando retiró a Estados Unidos del acuerdo.
Pero, principalmente, desde que optó por reimponer un arsenal de sanciones y castigos económicas para estrangular al régimen islámico de Teherán.
Aun antes de llegar a la Casa Blanca, Trump había renegado del pacto y prometido acabarlo si llegaba a sentarse en la Oficina Oval.
Desde su perspectiva, lo acordado fue un pésimo negocio, pues puso solo límites temporales al enriquecimiento de uranio y evitó poner en cintura otra serie de programas, como el de la construcción de misiles balísticos, que continúan siendo una amenaza para la región.
Desde que llegó John Bolton al Consejo Nacional de Seguridad, la estrategia de Trump ha sido ejercer una política de “máxima presión” contra Irán para forzarlo de nuevo a sentarse en la mesa de negociación. Y, en paralelo, debilitar el régimen con sanciones económicas, y quizá provocar su caída generando malestar y división entre la población civil y las estructuras del Estado.
Pero para muchos, se trata de una posición miope que no está considerando las dinámicas internas en este país ni las fuerzas externas que por lo general juegan en este tablero geoestratégico.
“Durante años, tanto las facciones de línea dura en Irán como el establecimiento político más conservador han insistido en que no se puede confiar en EE. UU. a pesar del avance de facciones más moderadas y reformistas que quisieran ver a su país más en línea con la comunidad internacional. Ahora, Trump no solo le está dando la razón a esa línea dura sino que ahoga las voces que han buscado un cambio”, afirma Narges Bajoghli, experto en Oriente Próximo de la Universidad de John Hopkins.
Durante años, tanto las facciones de línea dura en Irán como el establecimiento político más conservador han insistido en que no se puede confiar en EE. UU.
Según Bajoghli, la jugada de Trump también consolida la Guardia Revolucionaria, que siempre ha operado como una especie de defensora de la Revolución de 1979 y necesita un enemigo externo para subsistir.
En especial porque Irán, según los inspectores de la ONU, venía cumpliendo al pie de la letra con su compromiso del 2015. Antes del pacto, el país poseía suficiente uranio enriquecido como para construir 12 bombas nucleares.
Desde entonces había eliminado casi el 97 por ciento de ese material radioactivo y, hasta la semana pasada, acumulaba menos de 300 kilogramos (y se necesitan más de 1.000 para una bomba nuclear).
Aunque Teherán solo ha sobrepasado el límite levemente (por unos cuantos kilos), podría, si lo decide, volver a los niveles que poseía antes del acuerdo en menos de un año.
Más delicada aún es la decisión de comenzar a enriquecer el uranio con una concentración más allá del 3,67 por ciento que fue lo acordado en el pacto de hace cuatro años, y que es el nivel por lo general utilizado para usar el material como generador de energía. Para desarrollar un arma nuclear, esa concentración debe llegar al 90 por ciento.
Teherán solo ha sobrepasado el límite levemente (por unos cuantos kilos), podría, si lo decide, volver a los niveles que poseía antes del acuerdo en menos de un año.
Según Rohaní, comenzarán a elevar esa concentración a partir de hoy si europeos, chinos y rusos no ofrecen incentivos económicos que mitiguen las sanciones estadounidenses.
Frente a eso, Trump respondió con su propia amenaza de una posible acción militar. La cual se suma a un contexto volátil que tuvo a Estados Unidos al borde de un ataque hace dos semanas, cuando Teherán derribó un dron estadounidense.
La apuesta de Rohaní también es arriesgada. Al abandonar sus compromisos bajo el acuerdo, está poniendo a los europeos contra la pared, pues deben decidir si demandan el quebrantamiento ante la ONU o desafían a EE.UU., cuyas sanciones también recaen contra aquellos países que hagan negocios con Teherán.
Pero si optan por demandar, no llegarían muy lejos, pues cualquier consecuencia pasa por el Consejo de Seguridad de la ONU, donde China y Rusia usarán su veto para oponerse.
De hecho, el más probable desenlace si Rohaní no da reversa, o los europeos no ofrecen paliativos para compensar el castigo de EE. UU., es el rompimiento del balance que se alcanzó en 2015, cuando todos los miembros del Consejo de Seguridad de la ONU, más Alemania y la UE, firmaron el acuerdo nuclear con Irán.
Y eso, en práctica, dejaría muerto un pacto que agoniza.
“Con su régimen de sanciones y posición de línea dura, Trump y su equipo lo que han logrado es devolver al mundo a la peligrosa situación que existía antes de que se firmara un acuerdo que, en buena parte, eliminó ese escenario”, se lamentaba esta semana el Boston Globe en su editorial.
Con su régimen de sanciones, Trump y su equipo han logrado es devolver al mundo a la peligrosa situación que existía antes de que se firmara un acuerdo que, en buena parte, eliminó ese escenario.
Para Bajoghli, lo más grave es que la administración republicana no parece tener plan B, pues aparte de desatar una guerra con Irán –algo que el mismo Trump ha dicho no querer–, no hay nada más que pueda hacer si este país decide retomar sus ambiciones nucleares.
Sobre todo porque ha sido él mismo quien le ha dado el pretexto para hacerlo.
SERGIO GÓMEZ MASERI
Corresponsal de EL TIEMPO
Washington