Suena un disparo, un cuerpo cae. Lo más seguro es que haya sido un joven que nació en la tierra donde las probabilidades de morir asesinado son más altas que las de morir por vejez, por enfermedad o por un accidente. Son en promedio 400 los disparos o golpes o puñaladas que todos los días en América Latina terminan con la vida de esa misma cantidad de personas –hijos, padres, madres, hermanos, hermanas– y que convierten esta región en el lugar más violento del mundo.
Realidad que se vive todos los días. Por ejemplo, el sábado 13 de julio, en Tlaxcala (México), se vivieron momentos de pánico cuando empezó un tiroteo en un mercado local que tuvo como resultado una persona muerta. Con pocas horas de diferencia, en Praia da Graciosa, en Palmas (Brasil), Ismael Lopes, un joven de 20 años, fue asesinado con siete disparos en un local. Y mientras tanto, Juan Carlos Palomeque pidió un permiso de 72 horas para salir de prisión –donde pasó los últimos 14 años de su vida por homicidio– para casarse con su prometida. Sin embargo, el mismo día que salió fue asesinado en Soledad, Atlántico.
Estos homicidios son apenas tres casos más que se suman al macabro conteo de las 2,5 millones de personas que han sido asesinadas en América Latina desde el año 2000, cantidad de gente similar a la población total que habita en Medellín. Es tal el índice de homicidios que la región, con solo el 8 % de la población mundial, aporta el 37 % de todos los asesinatos en el mundo.
A este fenómeno se le ha llegado a definir como ‘epidemia’, o por lo menos así lo dice la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC). El término no es desacertado porque epidemia se entiende como “daño o desgracia que afecta a gran parte de una población y que causa un perjuicio grave”.
Desgracia que no puede ser ignorada. Según el Estudio Mundial sobre el Homicidio 2019, publicado hace pocas semanas por esa organización, la tasa promedio de homicidios en el continente americano en el 2017 fue de 17,2 por cada 100.000 habitantes, la más alta registrada en la región desde 1990 y también la más alta de los continentes.
Esta epidemia no parece estar siendo controlada, con algunos casos aparte como el de Colombia. El estudio arroja resultados globales y evidencia que América Latina es la única región que presenta una tendencia al alza, mientras que, en comparación con 1990, la tasa mundial ha ido en descenso.
Surge, entonces, la pregunta: ¿qué hace que una región, o unos países o unas ciudades tengan más homicidios que otros? Sin duda, el crimen y la violencia es un fenómeno muy complejo. Sus causas pueden variar de región a región, dentro de los mismos países, dentro de las mismas ciudades y en las comunidades. Paulina Duarte, directora del departamento de Seguridad Pública de la Organización de Estados Americanos (OEA), le dice a EL TIEMPO que “el problema está concentrado en puntos específicos y no afecta a la región de modo geográficamente parejo”.
Al dividir el mundo en subregiones, las tres con las tasas más altas de homicidios son América Central, América del Sur y el Caribe, 25,9, 24,2 y 15,1 de víctimas cada 100.000 habitantes, respectivamente. Índices que permanecen muy superiores a cualquier otra subregión del mundo, y muy por encima de la tasa mundial de 6,1. Y las cifras crecen si se miran por país. Los únicos cuatro países con tasas de homicidio de más de 40 personas por cada 100.000 están en América Latina y el Caribe: El Salvador (62,1), Venezuela (57), Jamaica (57) y Honduras (41,7).
“Cabe especificar que los homicidios se concentran principalmente en centros urbanos y en zonas específicas de los mismos, denominadas ‘hotspots’, que cambian a lo largo del tiempo”, explica Duarte.
Nathalie Alvarado, coordinadora del área de Seguridad Ciudadana y Justicia del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), explica que “América Latina es una región que vive en una paradoja; en la última década experimentó un crecimiento económico y mejoró mucho sus indicadores sociales, por ejemplo, el ingreso per cápita se duplicó. La pregunta que surge es: ¿por qué está región se enriqueció, pero el crimen y la violencia siguen siendo de gran impacto?”.
Si bien la violencia es un fenómeno muy complejo, hay algunos elementos comunes que pueden ser asociados con aquellas causas y que la experta del BID ha denominado como la “tormenta perfecta”.
La pregunta que surge es: ¿por qué está región (América Latina) se enriqueció, pero el crimen y la violencia siguen siendo de gran impacto?
Se mata porque se puede
Pierre Lapaque, representante de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito en Colombia, asegura que la explicación a este fenómeno tiene que ver directamente con el crimen organizado. Así lo demostró el informe de la UNODC, que dice que globalmente este tipo de delincuencia es responsable de más de 11,7 millones de muertes, mientras que el conflicto armado lo es de poco más de 2,2 millones.
Desde el año 2000 se ha hecho seguimiento a estos patrones de crimen y se ha encontrado que la mayoría de los homicidios (entre el 25 % y el 75 %) están asociados al crimen organizado y a las pandillas que viven disputas por negocios lucrativos y por luchas de territorio. A esto se suma la proliferación de armas en la región, muy ligado a la falta de instituciones con las capacidades para poder controlar el acceso a ellas; tres de cuatro homicidios se produjeron con armas de fuego en el 2017.
Sin embargo, como decía Alvarado, no es un solo factor el que hay que considerar, y en ello coinciden otros expertos. Para comprender los elementos que hacen ‘la tormenta perfecta’, la mexicana Alejandra Sánchez y el español José Luis Pardo, fundadores de Dromómanos y actualmente coordinadores de En Malos Pasos –un proyecto periodístico sobre homicidios en América Latina–, han recorrido durante dos años los siete países más violentos.
En su extensa investigación han encontrado que no se trata solo de una lucha de narcotráfico o de pandillas, sino que hay muchos problemas de territorio en la región, de luchas por recursos naturales. Pero que, además, hay un factor cultural, y es que en la región se entiende el asesinato como una forma de solucionar problemas. “El sicariato, las riñas, al final son formas de solucionar problemas, y todo deriva en esto”, dice Alejandra. Y José Luis complementa: “América Latina tiene un contexto de países con más del 90 % de impunidad. El crimen no tiene castigo, entonces se termina matando simplemente porque se puede matar”.
Un territorio de impunidad
Según el Índice Global de Impunidad (IGI) de 2017 del Centro de Estudios sobre Impunidad y Justicia (Cesij), la ausencia de castigo es la norma en la región. Casi la mitad de los países latinoamericanos tienen las peores calificaciones a ese respecto a nivel global. Lidera México, seguido por Perú, Venezuela, Brasil y Colombia.
Alvarado, del BID, explica que una de las grandes causas del crimen y la violencia es el rezago que experimentan las instituciones de seguridad y de justicia. “A medida que ha aumentado la problemática, estas instituciones no han avanzado y no se han fortalecido para responder al gran desafío que hay hoy en la región. Uno de los grandes vacíos en el territorio es la falta de instituciones de seguridad y justicia fuertes”, subraya Alvarado.
Sin embargo, Lapaque asegura que no hay una relación directa entre la impunidad y la violencia. “Si bien un sistema de justicia criminal eficaz y eficiente puede tener un papel disuasor a la hora de cometer un delito, el homicidio tiene causas diversas que no permiten predecirlo –afirma–. El homicida generalmente no actúa de forma racional y no se detiene a pensar en qué ocurrirá, sobre todo en aquellos casos donde el homicidio sucede por conflictos interpersonales”.
Un factor que se podría sumar a la impunidad lo explica el sociólogo de la Universidad Nacional Hugo Acero, experto en temas de seguridad y quien ha asesorado a países latinoamericanos en sus políticas: “Cuando uno les plantea a los ministros de defensa que hay que hacer una política integral, que se necesitan recursos para prevenir que los jóvenes no lleguen a la violencia, ellos dicen que hay que perseguir a los delincuentes. Una visión muy represiva”.
Es decir, hay ausencia de un manejo civilista en la región, “la tendencia es más militar y policial, lo cual privilegia las sanciones represivas antes que a la prevención. Otro elemento que agrava la situación es que no hay capital humano que aborde estos temas desde la ciudadanía, desde una gestión moderna”, complementa el experto, y subraya que falta una gestión democrática y moderna de la seguridad.
Por su parte, Paulina Duarte, de la OEA, expresa que a pesar de la grave situación que presentan algunos países, particularmente a nivel local, cabe tener en cuenta que recién en los últimos años comenzaron a ver la incidencia del delito de homicidio intencional como un problema en sí mismo. “Hasta ahora los Gobiernos han comenzado a hablar de la necesidad de contar con políticas públicas basadas en evidencia en el ámbito de la seguridad pública y a colocar como prioridad de política pública la necesidad de disminuir de manera efectiva y sostenible el número de víctimas de homicidio intencional”, explica.
Adam Isacson es el director para Veeduría de Defensa en la Oficina de Washington para Asuntos Latinoamericanos, y desde la capital estadounidense le explica a EL TIEMPO que no hay una respuesta completa a la pregunta de por qué unos tienen más homicidios que otros: “Muchos hablan de la brecha entre ricos y pobres, de los problemas de justicia, la pobreza, la corrupción –que son ciertos–, pero también India, Pakistán y gran parte de África sufren de los mismos problemas y no presentan los índices de violencia de los países latinoamericanos”.
El sicariato, las riñas, al final son formas de solucionar problemas…El crimen no tiene castigo, entonces se termina matando porque se puede matar
El por qué del crimen
El experto señala que quizá el narcotráfico es el factor más importante. “En todo el mundo hay crimen organizado, pero las drogas ilícitas tienen mayor margen de criminalidad, da más rentabilidad que, por ejemplo, la extorsión. Como hay más dinero, hay más posibilidades de corromper las instituciones”, dice Isacson, pero aclara: “Aun así, no es un factor absoluto”. A esto el sociólogo de la Nacional agrega que “el narcotráfico es la actividad delincuencial más gruesa y de la que se desligan otras como el contrabando, la extorsión, el sicariato, el gota a gota, el comercio de armas, etc”.
Desde el comienzo del siglo XXI, las organizaciones criminales han causado la muerte de un número de personas igual al de todos los conflictos armados del mundo. Por otra parte, de la misma manera que los conflictos armados, la delincuencia organizada desestabiliza a los países, mina el desarrollo socioeconómico y erosiona el Estado de derecho.
Pero detrás de estas organizaciones hay factores estructurales, históricos y sociales que hacen que en una región sea más fuerte que en otras. Según Alvarado, “uno de los elementos que se ha identificado es el crecimiento rápido y desorganizado de las ciudades, lo cual ha creado grandes problemas para proveer servicios básicos a todos los ciudadanos, y se han creado los cinturones de pobreza”.
A esto se suma que en la región hay una gran proporción de población vulnerable, por ejemplo, en América Latina uno de cada 5 jóvenes es un “Nini” –ni estudia ni trabaja–. Alvarado asegura que los cálculos estimados sobre esta población son cercanos a los 32 millones.
Los que caen
Aunados a los factores de pobreza y desigualdad, la ausencia de programas de prevención del delito y de resolución pacífica de conflictos, además de la presencia de crimen organizado, son factores que potencian la amenaza de los homicidios. Lapaque concluye: “Resolver inequidades sociales y fortalecer los círculos de la familia, el barrio y la escuela pueden reducir el fenómeno”.
El profesor Alexander Rubio recuerda que cuando llevaba un mes trabajando en el Colegio Rodrigo Lara Bonilla, en la localidad de Ciudad Bolívar, Bogotá, asesinaron a uno de sus estudiantes con siete disparos. “Ese fue el detonante para que mi labor pedagógica se orientara por el camino de generar un espacio de paz en la institución”, explica el docente que con su trabajo ha logrado disminuir la violencia en el colegio.
El asesinato de su estudiante fue el primero, pero no el último que ha vivido, tiempo después de ese hecho asesinaron a una estudiante que estaba embarazada. “Aquí han asesinado a padres de estudiantes, primos, amigos. La violencia nos ha calado muy fuerte”, dice.
Esta realidad con la que ha convivido Rubio es la que se replica en América Latina. Y es que son los jóvenes las principales víctimas de la violencia. El estudio de la ONU muestra que ese cuerpo que cae lo más probable es que sea de un joven entre 15 y 25 años. Según la Organización Panamericana de la Salud, entre 2010 y 2018 los homicidios fueron la principal causa de muerte de los jóvenes (24 %).
El impacto de los elevados niveles del homicidio intencional queda evidenciado, de manera directa, en el costo que se paga en términos de vidas humana, pero tiene consecuencias más allá. La primera, genera rupturas al interior de los núcleos familiares, difíciles de superar.
Duarte, de la OEA, explica que “cuando las tasas de homicidio se mantienen elevadas por un tiempo prolongado, la violencia se normaliza y la ciudadanía altera sus hábitos y estilos de vida, afectando su sensación de bienestar, pudiendo influenciar sobre el desplazamiento interno de la población y la decisión de emigrar”.
Los altos niveles de violencia también son un mayor impedimento al crecimiento económico y al desarrollo humano. En un estudio del BID se estimó que el crimen y la violencia absorben alrededor del 3 % del PIB de los países. Lo cual, según explica Alvarado tiene dos significados: primero, la región está invirtiendo muchos recursos en seguridad pero no se están traduciendo en soluciones efectivas. Y segundo, estos recursos que están siendo desviados en su gran mayoría a los temas de seguridad podrían invertirse para suplir otras necesidades que son imperantes en la región, como la educación y la salud, y en estrategias de prevención del crimen.
Mientras tanto, suena otro disparo, otro cuerpo cae. Y lo triste es que a nadie parece importarle, y todo sigue igual.
Colombia, un país que marca la diferencia
Las cifras de homicidio en Colombia, contrario a lo que ha venido ocurriendo en otros países históricamente violentos, han mostrado un descenso. De 1990 a 2019, Colombia ha reducido los homicidios de una tasa de 80 por cada 100.000 habitantes a menos de 25. Una de las principales razones, según los expertos, ha sido el fin del conflicto con las Farc, así como también políticas de cero armas en ciudades como Bogotá.
SIMÓN GRANJA MATIAS
Redacción Domingo