El líder del Partido Popular (PP) de España, Alberto Núñez Feijóo, se fue a dormir la noche del domingo con la más amarga de las sensaciones: ganó las elecciones, pero es casi seguro que no podrá gobernar porque su partido, sumado a Vox (derecha populista), se quedó a siete escaños de lograr la mayoría absoluta.
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Mientras tanto, el presidente en funciones, el socialista Pedro Sánchez, cuenta con buenas opciones para reeditar el pacto multicolor de su partido, el Psoe, con la izquierda radical (Sumar) y un manojo de grupos nacionalistas del País Vasco y Cataluña.
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De ese modo, seguiría en el poder el gobierno “Frankenstein”, llamado así porque sus opositores lo ven como una construcción forzada, con materiales que no pegan unos con otros.
Lo más duro para Feijóo fue archivar las ilusiones que se habían disparado en la centro-derecha tras la rotunda victoria del PP sobre el Psoe en las elecciones regionales de fines de mayo, hace menos de dos meses.
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Ilusiones que crecieron aún más con las encuestas, no solo en los días previos a la votación, cuando la mayoría de las investigaciones lo dejaba a las puertas de la mayoría absoluta en unión con Vox, sino el domingo mismo, cuando las encuestas a boca de urna (que le preguntan a quien acaba de votar por quién lo hizo) también le otorgaban el triunfo.
Y es que al lado del PP, ganador nominal pero derrotado real, las firmas encuestadoras también salieron golpeadas: casi todas le daban al partido de Feijóo entre 145 y 155 escaños, y a Vox, entre 30 y 45, con lo cual los 176 diputados que garantizan la mayoría absoluta de un Congreso de los Diputados de 350 eran casi un hecho.
El PP —con solo 136 escaños, 47 más que en las elecciones de 2019— obtuvo casi 20 curules menos que el mayor de sus pronósticos. Algo similar le sucedió a Vox, que se tuvo que conformar con 33 diputados, con un retroceso notable frente a los 52 obtenidos en 2019.
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Miedo convertido en votos
Para Narciso Michavila, presidente de la firma GAD3, que había acertado en casi todas las comunidades autónomas en las regionales de mayo, y en esta ocasión erró el tiro al pronosticar que el PP se alzaría con la mayoría absoluta, el miedo de cientos de miles de votantes de izquierda a las ideas radicales postuladas por Vox fue un factor decisivo. “Los electores de izquierda —explicó Michavila— que se quedaron en casa en mayo han votado ahora por miedo a Vox”, señaló Michavila.
Pero ¿por qué las encuestas no detectaron el fenómeno a tiempo?
Los electores de izquierda que se quedaron en casa en mayo han votado ahora por miedo a Vox
La principal razón radica en que, al igual que sucede en otros países como Colombia, la ley electoral establece una veda para la publicación de encuestas durante la semana final de la campaña. Y como los sondeos deben realizarse uno o dos días antes de su publicación, para que el encuestador tenga tiempo de sumar, ponderar y verificar toda la información recaudada, los datos finales de las encuestas eran de 8 a 9 días antes de la votación.
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En esa semana final, los indecisos se movilizaron a favor del Psoe, asustados con que las ideas y propuestas radicales de Vox: suprimir la ley del aborto, la ley trans, la ley de eutanasia y hasta eliminar el ministerio de Igualdad, tendrían eco en un gobierno liderado por Feijóo.
En los días previos a esa semana final de campaña, PP y Vox sellaron —no sin dificultad— varios pactos de gobierno en media docena de autonomías, y a la postre, eso resultó fatal para Feijóo, pues quedó desvirtuada su imagen de líder de centro-derecha moderado.
Vox, liderado por Santiago Abascal, comparte con los republicanos de Donald Trump muchas de sus banderas.
Culpa a los inmigrantes —sobre todo a los que vienen del norte y el centro de África— de los problemas de inseguridad y hasta del desempleo, como hacen Trump y los suyos con los inmigrantes latinoamericanos y árabes.
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Y, al igual que los trumpistas, Vox sataniza todas las reivindicaciones de las minorías diversas, quiere prohibir las banderas LGBTIQ+ y limitar los matrimonios entre personas del mismo sexo. Además, cuestiona la lucha contra el cambio climático y el movimiento ambientalista, y se opone a los logros autonomistas de las muy diversas regiones de España.
Vox es un partido antidiversidad, antifeminista, antiaborto, antiecologista, antiautonomista y antiimigración. En resumen, es un partido enemigo de la diversidad cultural, racial e ideológica, atado a un nacionalismo españolista de otros tiempos.
Y eso es todo lo contrario a los intereses de una inmensa porción de los ciudadanos de ese país, que cree en la riqueza de la diversidad.
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Como dijo el diario británico The Financial Times: “La gran mayoría de los españoles rechaza el extremismo de Vox y cuestiona su cualificación para entrar en el poder a nivel nacional”.
“Al perfilarse como el partido antidiversidad, Vox se pasó de la raya”, le dijo este lunes al columnista Andrés Oppenheimer, del Miami Herald, Sebastián Faber, profesor de Historia de España en Oberlin College, en Ohio.
La gran mayoría de los españoles rechaza el extremismo de Vox y cuestiona su cualificación para entrar en el poder a nivel nacional
The Financial Times apuntó en la misma dirección, al asegurar que las ideas extremas de Vox “resultaron un gran motivador para muchos votantes de izquierda, incluidos aquellos desilusionados con el caótico gobierno de coalición de Sánchez”.
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Eso sí, queda por resolver una duda final sobre las encuestas: ¿por qué fallaron los sondeos a boca de urna, si se supone que para ese momento ya se habían movilizado los votantes que estaban indecisos una semana antes?
La explicación puede estar en el llamado voto vergonzante. Es probable que muchos electores que se decidieron a última hora asustados por un gobierno con participación de Vox siguieran sintiendo vergüenza de aparecer votando al Psoe en medio del desprestigio de su gobierno. Así las cosas, votaron contra Vox, pero no se enorgullecían de haberlo hecho por el Psoe, y por eso se lo ocultaron a los encuestadores.
Lo que viene
Una cosa es que Vox y su discurso hayan terminado por perjudicar al PP y, muy probablemente, regalarle un nuevo mandato al socialista Sánchez, y otra que el actual presidente del Gobierno (por ahora, interino) la tenga fácil para sacar adelante su coalición.
Si el PP tiene problemas con su socio Vox, el Psoe los tiene, y muchos, con sus socios de Sumar, la coalición de populistas de izquierda que sustituyó a la desaparecida marca Podemos y desplazó a su carismático líder, Pablo Iglesias, hoy viudo de poder y venido a menos.
Con 122 diputados socialistas y 31 de Sumar, Sánchez está lejos de la mayoría absoluta y se ve obligado, si quiere formar gobierno, a convencer de apoyarlo a los 7 de ERC (izquierda catalana), los 6 de Bildu (grupo surgido tras el desarme de los terroristas de Eta), los 5 del PNV (nacionalistas vascos) y 7 más de Junts per Catalunya, para sumar 178 escaños, dos más que la mayoría absoluta.
Junts per Catalunya, los independentistas catalanes que intentaron, con hechos de fuerza y el uso ilegal de fondos públicos, la realización de un referendo secesionista en 2017, son el mayor dolor de cabeza para Sánchez.
Su exiliado líder, Carles Puigdemont, contra quien pesa una condena por la realización del ilegal referendo cuando él era presidente de Cataluña, acaba de ser objeto de una orden de captura internacional proferida por la Justicia española.
Puigdemont y sus socios de Junts han puesto un precio claro y alto para apoyar a Sánchez: la realización de un referendo sobre la independencia de Cataluña, cuyo resultado sea vinculante, de modo que si los favorables a la independencia ganan, la región se separará de España.
Se trata de un riesgo enorme para Sánchez, pues si acepta el referendo —que tiene muchos escollos legales para su realización— y los independentistas ganan, pasará a la historia como el hombre que disolvió a España. Pero si no lo hace, se quedará corto y no tendrá los votos para formar gobierno, lo que puede abocar al país a unas nuevas elecciones.
El lunes en la mañana, Feijóo insistía en que la condición del PP de ser el partido más votado y con más diputados electos le otorga el derecho a ser el primero en intentar formar gobierno, pero sus posibilidades son casi nulas.
Aparte de un par de votos de nacionalistas moderados de Canarias y Navarra, necesitaría cinco votos más. El único que podría dárselos sería el PNV, los nacionalistas moderados del País Vasco, pero su líder, Andoni Ortuzar, ya le comunicó a Feijóo que ni siquiera entrará en conversaciones para un eventual gobierno.
Tras ese portazo, el jefe del PP se quedó sin opciones distintas a sentarse a esperar que Sánchez haga su propio intento, algo que desde ya —y por cuenta de las durísimas exigencias de Junts— podría tardar varias semanas, incluso meses.
De ahí que Feijóo lanzó ayer una nueva propuesta: que PP y Psoe se sienten a conversar como los dos partidos más votados. Sería avanzar en un modelo similar al que algunas veces se ha dado en Alemania entre el centro-derecha del CDU y los socialdemócratas.
Pero, en España, esa salida parece imposible. Como explica The Financial Times: “Los socialistas y el PP (…) no tienen tradición de compartir el poder y con demasiada frecuencia prefieren hacer hincapié en sus desacuerdos en lugar de explorar áreas de posible cooperación”.
De modo que, por ahora, en España, lo único cierto es la incertidumbre.
Sánchez tomará un descanso
Tras las elecciones generales del domingo pasado y después de que se celebró ayer la última reunión del presidente interino Pedro Sánchez con sus ministros, el líder socialista anunció que se tomará en breve un descanso. No obstante, mantendrá de momento agenda, que incluirá un despacho con el rey Felipe VI en Madrid. Lo que sí anuló fue su comparecencia para hacer el habitual balance del Gobierno de mitad de año.
Dado que hasta mediados de agosto se constituirá el nuevo Congreso y el Senado, se prevé que Sánchez deba condicionar alguna cita internacional pendiente, como su comparecencia ante el Parlamento Europeo para exponer las prioridades de la presidencia española del Consejo de la Unión Europea.
Por su parte, el líder del conservador Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, insistió ayer en que es una “conclusión precipitada” asumir que no podrá formar gobierno y señaló que sigue en contacto con las formaciones que puedan sumar para su investidura.
MAURICIO VARGAS LINARES
PARA EL TIEMPO
mvargaslina@hotmail.com