El autoritarismo sin partidos políticos en América Latina / Análisis de Francisco Barbosa

América Latina ha vivido en ambientes proclives al populismo sin partidos en los últimos 25 años. Los llamados “outsiders” o “lobos solitarios” han sido protagonistas en su más reciente historia política.

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En el caso de Venezuela la pesadilla no ha terminado. Perú ha visto a varios de estos sujetos terminar derrocados o presos y con la consecuencia de haber convertido el sistema democrático en una colcha de retazos. En el caso de Ecuador, los ejemplos no han podido destruir la democracia, pero la han fracturado. Pueden darse más ejemplos, como es el caso de Nicaragua, que demuestran esta situación.

El presente artículo pretende mostrar esas tipologías y los ejemplos que nos deben llevar a pensar que Colombia no puede caer en escenarios de ese nivel porque las consecuencias son conocidas y demostradas.

Romper las democracias

La llegada al poder de populistas que no hacen parte del entorno institucional o de los movimientos o partidos genera una distorsión en el modelo democrático. Esta distorsión se materializa en los conceptos que enumeró Moisés Naím en su libro La revancha de los poderosos, como el populismo, la polarización y la posverdad.

En varios países de la región fueron elegidos en los últimos 25 años personas que no hacían parte del orden político y que terminaron representando los tres elementos distorsivos de poder que enumera Naím. A eso habría que agregar el continuismo autoritario en algunos de esos regímenes. La llegada de estos líderes carismáticos tiene dos escenarios de acción. El primero es que el liderazgo puede constituir elementos de autoritarismo que implican la cooptación del sistema democrático en su integridad. El caso venezolano o el nicaragüense son ejemplos de esta categoría. En otros lugares, lo advertimos en Rusia, Turquía o Hungría.

Hugo Chávez, indultado por la misma institucionalidad partidista que intentó derrocar, llegó al poder en medio de un masivo descontento contra las instituciones democráticas del país.

Foto:GDA

El segundo tipo de liderazgo tiene que ver con aquellos líderes que no logran imponerse al orden político y jurídico establecido, pero que intentan franquearlo a como dé lugar. En esos casos, quienes lideran estos procesos se ven abocados a un cercamiento institucional que los lleva al enjuiciamiento por parte de los jueces al querer violentar el Estado de derecho o al exilio. La cantinela de su defensa no es otra que atacar al mismo Estado y a la Rama Judicial que representan a través de una estrambótica teoría denominada lawfare, que ha sido usada por varios de estos líderes carismáticos para atacar a la Rama Judicial y construir un fuero ideológico sobre su gestión. Casos ecuatorianos y peruanos podrían ser la regla.

Liderazgos autoritarios

La característica de este tipo de líderes es que son elegidos democráticamente. Llegan al poder con la idea de demoler el orden político anterior. Para ello, su primer objetivo es la convocatoria de una asamblea nacional constituyente que permite refundar las instituciones, desmantelar la Rama Judicial y los organismos de control y apoderarse del órgano electoral.

El caso de Venezuela es el más palpable. El golpista Hugo Chávez, indultado por la misma institucionalidad partidista que intentó derrocar, llegó al poder en medio de un masivo descontento contra las instituciones democráticas del país. Como decía el expresidente Carlos Andrés Pérez, se quería elegir un vengador. Sin partidos y en unas elecciones a las que enfrentó a una exreina de belleza y un lánguido empresario, el coronel golpista ganó las elecciones. A partir de allí, todo fue destrucción. Juró sobre una “moribunda Constitución”, convocó una constituyente y alteró el funcionamiento del país. La llegada de Chávez en 1999 se prolonga con 14 elecciones que han incluido los tres fraudes electorales que tienen a su sucesor Nicolás Maduro al frente del país 25 años después.

Alberto Fujimori.

Alberto Fujimori rompió los esquemas institucionales y partidistas del país. Luego de su llegada al poder aplicó la misma receta: atacar las instituciones judiciales y establecer un autogolpe

Foto:AFP

En América Latina, otro caso de ese tenor es el del dictador nicaragüense Daniel Ortega, que llegó al poder a través de un proceso electoral en el año 2007. Su control del régimen es total, y la democracia se sepultó.

Otro ejemplo –este sí fallido en su etapa final– fue el del expresidente ecuatoriano Rafael Correa, quien llegó a la presidencia del país en el 2006 y de forma inmediata convocó una constituyente y cambio las reglas de juego. Su debacle luego de ser reelegido en dos ocasiones fue que su vicepresidente Lenin Moreno, elegido después de su gestión, no se prestó para permitir el regreso del correísmo, generando una recuperación del entorno democrático del país.

Al final, Correa se exilió en Bélgica y fue condenado por corrupción en su país.

Se agrega al caso anterior el del expresidente del Perú Alberto Fujimori, quien rompió los esquemas institucionales y partidistas del país. Luego de su llegada al poder aplicó la misma receta: atacar las instituciones judiciales y establecer un autogolpe de Estado que llevó al traste el sistema que lo precedió. Su régimen se extendió por 10 años, hasta que el mismo sistema que diseñó lo excluyó. Al final, fue condenado por delitos de lesa humanidad.

Otros casos de análisis de esta tipología son Hungría, Turquía y Rusia. En los tres países, los líderes han llegado al poder por la vía de las urnas y luego han procedido a demoler las instituciones que los eligieron, establecer una nueva Constitución o modificar la existente en sus ejes axiales, perseguir a la oposición y buscar la reelección. Estos procesos no son democráticos porque los órganos electorales son parte del modelo reformado por sus mayorías.

Liderazgos anárquicos

También estos son elegidos democráticamente. Son carismáticos, pero sus bases populares son difusas y difíciles de unir alrededor de un proyecto autoritario.

Sus discursos son anárquicos y critican los poderes establecidos sin tener las mayorías, ni el respaldo popular suficiente para convocar o destruir el régimen establecido.

Al final, sin discursos y sin respeto de la misma institucionalidad, terminan cayendo en posturas solitarias. Su final es la cárcel, la destitución o el exilio. Estos líderes terminan procesados en la mayoría de los casos por corrupción y ponen punto final a sus carreras políticas, sin dejar atrás partido o movimiento alguno. No tienen proyecto.

De este tipo de personas, podemos destacar el caso del expresidente de Ecuador Abdalá Bucaram, quien fue elegido en 1996 y duró seis meses en el cargo. Fue destituido por incapacidad mental y procesado por corrupción. Terminó asilado en Panamá.

Como se puede observar, los outsiders de la política tienen características similares cuando llegan al poder. O tratan de quedarse a como dé lugar o producen un daño en el sistema democrático

Otro más en el Ecuador fue el del presidente Lucio Gutiérrez, quien llegó al poder precedido de ser el jefe del golpe de Estado contra el presidente Jamil Mahuad. Este militar golpista fue elegido presidente del país en el 2002 y destituido en el 2005.

En Perú, recientemente se destaca el caso del expresidente Pedro Castillo, quien –sin ningún soporte institucional y desconociendo la Constitución peruana de 1993– intentó un autogolpe buscando disolver el Congreso, intervenir la Rama Judicial, el Tribunal Constitucional, capturar a la fiscal general y convocar un nuevo Congreso con facultades constitucionales. La justicia, como debía ser, reaccionó y fue apresado.

Como se puede observar, los outsiders de la política tienen características similares cuando llegan al poder. O tratan de quedarse a como dé lugar o producen un daño en el sistema democrático. Lo mejor, en estos casos, es que la madurez democrática lleve a la ciudadanía a rechazar esos cantos de sirena. Colombia debe estar atenta en el 2026.

(*) Profesor del Adam Smith Center for Economic Freedom, de la Florida Internacional University.

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