El apagón diario de 10 horas, una de las tantas plagas que le cayeron al Ecuador

Martina, de 12 años, llega a su casa en Quito hacia las 5 p. m., luego de su jornada escolar, dispuesta a realizar sus tareas para subirlas a la plataforma tecnológica de su colegio.

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Las tareas no son cortas y estima que le tomarán al menos dos horas, pero debe apresurarse porque el apagón arranca a las 7 p. m. y durará hasta la medianoche. Cinco horas en las que deberá vivir sin servicio de luz y a la espera de que su madre, Gabriela, llegue del trabajo para hacerle compañía.

 Sin embargo, se le hizo tarde por la difícil congestión y los trancones que se producen debido a los semáforos apagados.

En su hogar ya es común tener listos focos de luz recargables y velas por si la contingencia eléctrica se extiende. Hay que ganarle al apagón: Gabriela pone ropa en la lavadora y a la carrera comienza a preparar la cena, pero el tiempo es corto y la oscuridad apremia.

Madre e hija se sientan a la mesa a la luz tenue de un farol recargable y, aunque aprovechan el tiempo para contarse el día, saben que están obligadas a irse a la cama y dormir temprano para “matar el tiempo sin luz”, algo que volverá a ocurrir a las 9 de la mañana cuando, de nuevo, la casa quedará a oscuras por otras cinco horas.

La situación que enfrenta esta familia se suma a la que atraviesa Gabriel, un adulto mayor que vive solo y debe estar conectado las 24 horas a un tanque de oxígeno debido a una enfermedad pulmonar obstructiva crónica que padece. 

Ante el corte obligatorio de energía, Gabriel debió alquilar un tanque de oxígeno medicinal de 1.738 litros para suplir el surtidor eléctrico.

“No es mi único problema”, le cuenta a EL TIEMPO. “No puedo surtir la refrigeradora porque, especialmente, los cárnicos se descomponen y he optado por pedir a domicilio cada dos días. Este cambio de vida ha incrementado mis gastos”, señala. 

Las tiendas barriales también compran lo mínimo para evitar la descomposición de los productos refrigerados. “No compramos helados, quesos o embutidos, y las verduras o frutas, compramos poquito”, cuenta María Paucar, dueña de la frutería Kaylita, en el sur de Quito.

AME2164. QUITO (ECUADOR), 24/09/2024.- Fotografía de un incendio forestal este martes, en el sector de Guapulo en Quito (Ecuador). EFE/ José Jácome

Foto:EFE

Desde hace un mes, los 18 millones de habitantes han tenido que acoplarse a una difícil cotidianidad por los cortes de energía a nivel nacional, que en algunas zonas del país han llegado hasta 14 horas de corte. Las franjas horarias para los cortes parchan con oscuridad amplias zonas de las ciudades.

En las calles y comercios, el olor y el ruido que despiden los generadores portátiles son penetrantes. Los jóvenes buscan lugares abiertos para su distracción o aprovechan para reuniones “a media luz”. La vida nocturna agoniza y la gente se refugia en sus casas para no ser víctimas de delincuentes. 

No es mi único problema. No puedo surtir la refrigeradora porque, especialmente, los cárnicos se descomponen y he optado por pedir a domicilio cada dos días. Este cambio de vida ha incrementado mis gastos

Es la peor crisis energética que vive Ecuador, se reconoce desde el Gobierno, que no ha encontrado la forma de resolver la situación derivada de una prolongada y fuerte sequía.

El estiaje de los embalses en las principales hidroeléctricas, que cubren más del 90 por ciento de la demanda nacional de entre 4.600 y 4.800 megavatios, ha llegado a cotas mínimas. La energía que les vendía Colombia dejó de llegar por los problemas similares de la matriz energética del vecino.

Los cortes de electricidad ya provocan pérdidas millonarias. Los parques industriales no han estado exentos. 10 horas de suspensión de servicios “para proteger el sistema de generación eléctrica”.

El Comité Empresarial calcula que cada corte de ocho horas genera pérdidas aproximadas por 96 millones de dólares diarios a escala nacional. Los industriales refieren pérdidas en su sector de 12 millones de dólares por hora.

Pero la crisis energética, que durará hasta enero, según previsiones oficiales, no es la única que enfrenta el Ecuador, país al que parece haberle caído las ‘7 plagas’.

La fuerte sequía, que duró 70 días, no solo acentuó la crisis energética que el Ecuador enfrenta desde hace ocho años, también facilitó el registro de 3.360 incendios forestales en todo el país, que arrasaron con cerca de 38.000 hectáreas de áreas protegidas, bosques y pastizales y campos agrícolas, “dejando un escenario complejo para la agricultura y el alimento para los animales productivos, lo que ya hace estragos en la cadena de abastecimiento para la población y en el incremento de precios”, según advertencia del ministro de Agricultura y Ganadería, Danilo Palacios.

En este panorama, la crisis económica ya se siente en el bolsillo de y en las proyecciones de los sectores productivos. En el segundo trimestre de 2024, el producto interno bruto (PIB) del Ecuador registró un decrecimiento de 2,2 % comparado con el mismo periodo del 2023, según el Banco Central.El Banco Mundial estima que la economía crecerá solo un 0,3 % en 2024, lo que representa la tasa más baja de la región.

Fotografía de archivo del 8 de septiembre de 2024 del buque Emre Bey, realizando pruebas de generación eléctrica para entrar en operación, en el río Guayas, en Guayaquil (Ecuador).

Foto:EFE

Caída petrolera

Desde hace dos años, el país registra una desaceleración de su economía por la reducción de la producción petrolera, menor acceso al crédito, reducción de ventas y consumo y el desempleo.

Y esa es la otra crisis, el aumento del desempleo. Según datos del Instituto de Estadísticas y Censos (Inec), en el segundo trimestre de este año la tasa de desempleo en Ecuador se ubicó en 3,7 % y el 53 % de la población se desempeña en la informalidad. El reducido crecimiento del PIB (0,9 %) anunciado por el Banco Central para 2024 será la barrera para que se genere más empleo de calidad.

Atendiendo estas cifras se entiende la crisis migratoria; 1,2 millones de ecuatorianos tienen la intención de migrar al extranjero, según un informe de ONU Migración, difundido en julio pasado. No hay cifras de cuántos ecuatorianos han migrado legal y definitivamente tanto a Europa como a Norteamérica, pero el documento señala que, hasta mayo de 2024, 12.128 ecuatorianos han usado el cruce del Darién. 

Ecuador es uno de los 20 países con mayor riesgo de intensificar las crisis humanitarias, según la Lista de Vigilancia de Emergencias de 2024 del Comité Internacional de Rescate (IRC).

Pero los ecuatorianos no solo huyen por este rosario de penurias: los efectos de la narcoviolencia son devastadores. Los jóvenes tratan de buscar oportunidades fuera del territorio, familias enteras tratan de irse o los padres tratan de que sus hijos se vayan para evitar sean captados por las bandas o sean víctimas de ellas.

El ‘Informe mundial’ de Human Rights Watch puntualiza que “el desempleo, los bajos ingresos, la inseguridad general y las amenazas y la violencia de las pandillas son algunos de los factores que provocan que la gente se vaya”.

“La tasa de homicidios de Ecuador aumentó de 13,7 por cada 100.000 personas en 2021 a 25,9 en 2022. En 2023 aumentó aún más hasta alrededor de 45, lo que coloca a Ecuador entre los tres países latinoamericanos más violentos, junto con Venezuela y Honduras”, dice el informe que en cifras revela las escenas diarias de secuestros, asaltos, sicariatos, extorsiones etc. que se difunden a través de los medios.

Los carteles de la droga extranjeros, aliados con bandas locales, han hecho de Ecuador su centro de operaciones, lo que cambió el ambiente de un país considerado hace una década una “isla de paz”.

Un total de 204 toneladas de droga se han incautado en lo que va del 2024, un 25 % más en comparación con las del mismo período de 2023. El Gobierno ha identificado 22 organizaciones delictivas que han penetrado la sociedad, instituciones públicas, militares y policiales, sistema judicial, etc.

Según el analista Fernando Carrión, en Ecuador se lavan unos 3.500 millones de dólares anuales en las empresas privadas ‘legales’. “Hay una inserción de legalización del narcotráfico en el mercado, en la economía y en las empresas”, ha descrito públicamente. Según su análisis, unas 50.000 personas estarían tras las bandas.

En este panorama, la salud mental de los ecuatorianos está en juego. “La afectación emocional se traduce en sentimientos de desesperanza, frustración e impotencia, lo que puede derivar en problemas de salud mental”, señala Pablo Analuisa, psicólogo de la Secretaría de Salud de Quito, servicio que ha identificado trastornos depresivos y de ansiedad como los de mayor prevalencia.

Coincide otro psicólogo, Ricardo Serrano: “Los ecuatorianos sienten una creciente incertidumbre y temor por su bienestar, lo que afecta su salud mental. Muchos experimentan agotamiento emocional y desmotivación.

De ahí a la inmigración y la desesperanza no hay sino un paso.

MAGGY AYALA SAMANIEGO

CORRESPONSAL DE EL TIEMPO

QUITO

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