Eddy Hekman y su esposa viven en un pueblo en los Países Bajos, cerca del Mar del Norte. Allí llevan una vida tranquila, no muy diferente que la de otras parejas retiradas. Con una gran excepción: una vez al mes se reúnen con el hombre que asesinó a su hija.
No solo eso. También conversan con él telefónicamente todos los domingos. Y Hekman escribió un libro junto con el hombre.
Hekman le contó al programa Outlook, del Servicio Mundial de la BBC, que él y su esposa incluso consideran al asesino de su hija como parte de su familia.
¿Cómo es posible? Hekman le contó su historia a Neal Razzell de Outlook.
Su hija, Renske, nació en 1982. «Era una chica muy feliz, se reía mucho pero también era un poco tímida. Amaba la naturaleza, era aventurera y viajaba mucho», la recuerda su padre.
Renske estudió biología y trabajó en un santuario para focas en Holanda. «Siempre le gustó cuidar a otros», cuenta su papá.
Ella y sus padres mantenían una relación cercana. Cuando viajaba, solían acompañarla hasta la estación de tren, para despedirla.
En noviembre de 2008 la joven veinteañera viajaba a Suiza, donde trabajaba como instructora de esquí, y sus padres fueron a despedirla.
Hekman recuerda que fue en ese momento que conoció a Alasam Samarie, el hombre que eventualmente la asesinaría.
«Se subió al vagón y allí estaba Samarie. Enseguida empezaron a charlar animadamente y nos saludaron cuando el tren empezó a partir», recuerda.
Así empezó la relación. «Venían mucho a visitarnos los fines de semana», cuenta Hekman. Salían todos juntos a pasear a los perros y compartían una pasión por el fútbol.
«Mis dos hijos jugaban, Renske también y a Samarie le encantaba, así que era una actividad realmente familiar. Éramos como una gran familia».
«Una gran pareja»
A pesar de venir de mundos muy diferentes, Hekman y su esposa sentían que su hija y su novio hacían «una gran pareja».
Samarie era un refugiado en los Países Bajos. Su país de origen era Benín, en el oeste de África. Había llegado al país europeo en 2002 y después de vivir en varios centros de asilo logró asentarse.
Cuando era adolescente, Samarie trabajó en una plantación de bananas en Benín. Era una vida dura y él quería dejarla atrás así que se escondió en un barco de carga que viajó más de 8.000 kilómetros hasta los Países Bajos.
«Samarie era amable y atento», cuenta Hekman, quien asegura que «nunca mostró signos de agresión», ni siquiera cuando jugaban al fútbol juntos.
Renske siguió viviendo en la aldea de Baflo, cerca del santuario de focas donde trabajaba. Samarie la visitaba seguido.
El 13 de abril de 2011, cuando la pareja ya llevaba dos años de relación, la madre de Renske se quedó despierta tarde en la noche mirando las noticias y se enteró de que algo terrible había ocurrido en Baflo.
Ella y su marido no tardaron mucho en darse cuenta de que la espeluznante noticia involucraba a su hija.
«Había noticias en internet de que una joven había sido asesinada por un hombre con rastas», recuerda Hekman.
«Baflo es muy pequeña y había un solo hombre con rastas, así que sabía que tenía que ser Samarie y que la joven sería Renske», afirma.
Le cuesta poner en palabras lo que sintió en ese momento. Quiso esperar hasta confirmar que su sospecha era cierta. Llamó a la policía a las cinco de la mañana pero no pudieron decirle nada.
Recién a las 11, cuando dos policías aparecieron en su puerta, supo que lo peor había ocurrido.
Tratando de sobrevivir
«Me dijeron que Renske y Samarie habían discutido y que él la golpeó en la cabeza con un matafuegos».
Samarie luego dejó la casa y empezó a caminar hacia la estación de tren. Un policía de civil lo persiguió y, en circunstancias poco claras, Samarie logró quitarle su arma y le disparó.
Otros oficiales fueron en su búsqueda y después de dispararle cinco veces lo arrestaron. Los médicos le salvaron la vida.
Es aquí donde empieza la parte más inusual e increíble de esta historia. Porque incluso en esos primeros momentos, tras enterarse que su hija había sido asesinada, Eddy Hekman nunca sintió enojo.
«Lo que también era parte de la historia es que el día anterior, el 12 de abril, Samarie había recibido el rechazo definitivo a su solicitud de permanecer en los Países Bajos como refugiado», cuenta.
Hekman no encontraba ningún sentido a lo que había ocurrido. «No podía imaginar al hombre que yo había conocido haciendo eso», dice sobre la violenta muerte de su hija.
Hekman y su familia intentaron salir adelante lo mejor que pudieron. «Simplemente tratamos de sobrevivir», recuerda.
Para intentar comprender lo que había ocurrido, la pareja le escribió a Samarie dos meses más tarde, en junio. Le mandaron una carta a la cárcel cerca de La Haya donde el joven está detenido, pidiendo verlo para hablar sobre lo que pasó.
El encuentro
El encuentro finalmente ocurrió ese septiembre.
«Fue muy emotivo. Nuestra terapeuta estaba allí, al igual que su abogado. Estábamos todos sentados en una habitación pequeña. Y luego él entró», cuenta.
«Simplemente lloramos», recuerda.
«Principalmente hablamos sobre lo que él creía que había pasado y por qué había pasado. Para nosotros era un rompecabezas».
Hekman no recuerda si Samarie usó la palabra «perdón» pero no duda que «ciertamente era lo que sentía».
El joven les dijo que él mismo no entendía lo que había pasado.
A pesar de todo, Hekman dice que nunca sintió enojo, al menos no hacia Samarie. «No puedo explicar a qué se debe», confiesa.
Pero de todos modos necesitaba entender cómo un hombre que parecía tan gentil y amoroso se pudo haber vuelto tan letalmente violento, de golpe.
Visitó la habitación donde vivía Samarie para juntar sus pertenencias. «Era un lío», recuerda. Pero entre todo el desorden encontró unas píldoras.
«Fue en ese momento que las piezas encajaron en su lugar», revela.
Antidepresivos
Samarie estaba tomando un tipo de antidepresivo conocido como un ISRS (inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina), y en los días previos a la muerte de Renske sus dosis habían subido y bajado.
Hekman cree que esos aumentos y caídas afectaron su comportamiento.
«No soy médico pero leí mucho sobre el tema y estoy convencido de que es una posibilidad», dice.
Su teoría es que el medicamento, más la ansiedad que sentía por su pedido de asilo, contribuyeron a que se pusiera agitado y violento.
El respetado psiquiatra británico Peter Tyrer, consultado por el programa Outlook, confirmó que los antidepresivos ISRS pueden tener efectos adversos cuando se dejan de tomar, aunque consideró que la violencia agresiva es un efecto secundario extremadamente inusual, afectando a menos de una persona entre mil.
La justicia neerlandesa en un principio condenó a Samarie a 28 años en prisión. Pero en una segunda instancia, tomando en consideración su estado mental, redujeron su pena a cinco años y medio.
«Ya cumplió su sentencia y ahora está en un instituto psiquiátrico, donde no se le permite salir», cuenta Hekman, quien lo visita todos los meses junto con su esposa.
El libro
Hekman decidió escribir un libro con él para darle «algo positivo para hacer» durante su encierro.
Dice que a él también le sirvió: fue su manera de «encontrar una estructura dentro de una situación muy caótica».
Durante esos encuentros y sus conversaciones cada domingo hablan «sobre cosas normales»: la vida diaria, los programas que dan en la tele, la comida…
«Al principio hablábamos, por supuesto, sobre lo que ocurrió esa noche, pero eso se fue esfumando. Por momentos vuelve y rememoramos el pasado y el tiempo que pasaron juntos. A veces las emociones regresan, pero se están diluyendo con el paso del tiempo».
Hekman cree que su hija aprobaría de la relación que mantienen con Samarie. «Ella era así, era amorosa, ella misma no habría entendido por qué ocurrió todo».
Y a pesar de lo ocurrido, Hekman y su esposa siguen considerando a Samarie parte de su familia, aunque saben que es algo inusual.
«En algún punto tienes que tomar una decisión: ser crítico o tomar el camino que tomamos nosotros… Ciertamente no es el camino que tomarían la mayoría de las personas pero es el camino que elegimos nosotros, y creemos que es lo mejor para nosotros».
Puedes escuchar el programa original de Outlook (en inglés) aquí
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