¿Cuál será la estrategia de la campaña de reelección de Trump?

Hace exactamente cuatro años, Donald Trump se apareció en el lobby de su residencia en Manhattan para anunciar, entre un puñado de personas a las que se les pagó por asistir, que pensaba lanzarse a la presidencia de Estados Unidos.

Acostumbrado ya a sus fanfarronadas, el público estadounidense le prestó poca atención. Más bien, lo que hubo fue una avalancha de burlas ante una candidatura por la que nadie daba un peso.

Este martes, cuando Trump anuncie su campaña de reelección de cara a los comicios presidenciales del 2020, las cosas serán bastante diferentes.

En primer lugar, nadie se reirá o burlará. Y en esta ocasión, Trump hará su anuncio en grande, ante miles de fervientes seguidores en un estadio de Florida, junto a su esposa, Melania, y el vicepresidente Mike Pence.

De hecho, entre la oposición –y buena parte del mundo– lo que existe ahora es un ambiente de preocupación y temor por las considerables probabilidades de que el polémico mandatario republicano pueda repetir la faena que lo llevó a la Casa Blanca en el 2016 y se quede otros cuatro años más en el poder, es decir, hasta el 2024.

En realidad, Trump está en campaña desde el mismo día que tomó las riendas de la Oficina Oval, en enero del 2017. A los pocos días de su posesión ya estaba constituido su comité de reelección, que desde entonces viene trabajando sin pausa y ya cuenta con cientos de millones de dólares recaudados en estos casi dos años y medio que van desde entonces.

Fiel a su estilo, el presidente simplemente estaba esperando a que sus potenciales rivales en el partido demócrata anunciaran sus intenciones –y ya lo hicieron 23– para hacer lo propio, y de manera oficial, con toda la pompa que lo caracteriza.

Y, además, lo hace en un momento critico: justo una semana antes de que la oposición realice su primer debate televisado entre los aspirantes a la nominación, y cuando los estadounidenses verán por primera vez en un mismo –y largo– podio a los candidatos que buscan destronarlo.

Aunque el contexto ha cambiado bastante, todo indica que la estrategia de Trump será muy similar a la que lo llevó al poder y que se basó en un discurso nacionalista y antiinmigrante cuyo primer cañonazo fue catalogar a los mexicanos que llegan al país como violadores y criminales e invocando el ‘Que América vuelva a ser grande’ (Maga, en inglés), que tan buenos resultados le dio la primera vez.

“Recuerdo una entrevista, en la semana de la inauguración (de su gobierno), en la que planteaba que la gran pregunta pendiente era si la presidencia cambiaría al Trump explosivo y partidista que terminó ganando o si sería lo contrario. La respuesta es hoy clarísima: Donald Trump ha transformado el fundamento mismo de la presidencia de EE. UU., y será necesario alguien de formidable carácter para restaurar la institución”, le dijo al diario The Guardian Michael Steel, que durante años fue el presidente del Comité Nacional Republicano.

Steel está convencido de que en esta ocasión, lo que veremos será a un Trump “crecido” que volverá a insistir como nunca en su retórica de división y miedo.

Y con un añadido importante: que, a diferencia de la campaña anterior, en esta ocasión tiene casi todo a su favor. De entrada cuenta con el púlpito que le ofrece la Casa Blanca y le permite controlar la narrativa en los medios de comunicación y las redes sociales.

Últimos días de campaña para Clinton y Trump

Donald Trump muestra un cartel de apoyo de mujeres latinas a su aspiración presidencial en Las Vegas.

Foto:

John Gurzinski / AFP

Cuenta además con un panorama que causaría envidia en cualquier aspirante a la reelección de cualquier país del mundo. Si bien los expertos coinciden en que el buen momento de la economía estadounidense comenzó mucho antes de que Trump llegara a la presidencia, el mandatario es hoy el dueño de unas generosas estadísticas que suelen ser casi decisivas en comicios presidenciales.

Al menos en EE. UU., donde el expresidente Bill Clinton volvió casi un mantra la ya célebre frase “es la economía, estúpido”, que le permitió volver trizas a George Bush (padre) en las elecciones de 1992.

Números impresionantes

El país viene creciendo a más del 3 por ciento anual, y la tasa de desempleo, que es, por lo general, un indicador clave en la salud de la economía, está en el 3,6 por ciento, el más bajo en casi 50 años. Bajo Trump, además, se han creado casi 5 millones de nuevos empleos en solo dos años y medio.

Para ponerlo en contexto, Barack Obama, su antecesor, creó casi 9 millones en ocho años. De seguir a este ritmo, y si resulta reelecto, Trump podría batir el récord histórico de Clinton, que generó 18 millones de empleos durante su mandato. Y eso, en la mente de un potencial elector, pesa bastante.

Pero no es solo eso. A diferencia de la campaña del 2016, cuando Trump nunca recibió el visto bueno del establecimiento republicano –que hizo todo por derrotarlo–, ahora cuenta con el respaldo casi absoluto de un partido que terminó subyugado ante su poder y popularidad entre las bases de esta colectividad.

Donald Trump

Trump es hoy el dueño de unas generosas estadísticas que suelen ser casi decisivas en comicios presidenciales.

Foto:

Jim Watson / AFP

De hecho, Trump probablemente será nominado sin oposición, pues no hay ningún candidato republicano que le haga sombra.

Y luego está el dinero. El presidente ya tiene unos 40 millones de dólares en efectivo para gastar en su campaña –más que cualquiera de sus rivales demócratas–, y el Comité Republicano, otros 400 millones listos para respaldarlo.

Sobre el papel, y con todos los vientos aparentemente soplando en su dirección, Trump luce en inmejorables condiciones para retener la presidencia. Pero, en el papel, a veces la tinta es muerta. Y en el caso del multimillonario, hay amplias evidencias de que no la tendrá tan fácil como se pinta.

No obstante todas sus ventajas, una mayoría de los estadounidenses siguen dando claros signos de que no comulgan con el republicano. De hecho, es el único mandatario de la historia reciente que nunca ha alcanzado el 50 por ciento de aprobación en las encuestas a nivel nacional, y su promedio se ubica en un mediocre 40 por ciento en estos dos años de mandato.

Y nadie olvida que aunque ganó las elecciones al obtener más votos al colegio electoral, perdió el voto popular por más de 3 millones de sufragios y llegó a la presidencia con solo el 47 por ciento de los votos depositados en las urnas.

Lo que dicen las encuestas

Y los pronósticos actuales, aunque muy preliminares aún, no son los mejores. En una encuesta reciente de Quinnipiac, la primera de este tipo para la campaña del 2020, Trump aparece perdiendo con los primeros 6 contendores demócratas.

El vicepresidente Joe Biden, hoy por hoy su más probable rival, le saca 13 puntos (53 por ciento contra 40); Bernie Sanders, 9 puntos (51-42), y hasta un medio desconocido, Pete Buttigieg, alcalde de South Bend, Indiana, y primer candidato en EE. UU. abiertamente homosexual, le saca 5 puntos (47-42).

Incluso a nivel estatal, que es donde se definen las elecciones, las cosas no lucen bien para Trump. En Carolina del Norte, Arizona, Wisconsin, Ohio, Pensilvania, Míchigan y Iowa, todos estados que Trump ganó en las elecciones del 2016, su desaprobación está por encima del 50 por ciento. Incluso Texas, que suele ser un bastión republicano, estaría en riesgo.

Donald Trump ha transformado el fundamento mismo de la presidencia de EE. UU., y será necesario alguien de formidable carácter para restaurar la institución.

Según Josh Kraushaar, analista electoral en el National Journal, los números de Trump son igual de malos a los que tenía George H. Bush antes de perder las elecciones de 1992.

Y la primera prueba de ello fueron las elecciones legislativas del 2018, cuando los republicanos perdieron el control de la Cámara de Representantes en unos comicios que terminaron siendo vistos como un referendo a su gestión.

“El drama y los constantes escándalos que rodean a Trump han cansado a un gran sector del electorado que desaprueba su comportamiento, a pesar de que el ambiente económico sea bueno. Esta sería una de las pocas elecciones en las que los valores y la moralidad podrían pesar más que el tamaño de la billetera”, sostiene Kraushaar.

Además, siguen pendientes las decenas de investigaciones que adelantan los demócratas en el Congreso en torno a una posible obstrucción de la justicia cuando se investigaba la intervención de Rusia en la campaña del 2016, y aún no se descarta que eso conduzca a un juicio de destitución en su contra o se destapen nuevos escándalos. A lo que se suman otras pesquisas acerca de una posible evasión de impuestos e irregularidades en los negocios de su familia.

Pero sería un error, y grande, dar por muerto al hábil Trump. Si alguna lección dejaron los comicios del 2016, es que ni las encuestas ni los medios supieron leer el fenómeno que se estaba cocinando. Nadie pronostica tampoco que arrasará. El mejor cálculo es que las elecciones del 2020 se definirán por márgenes muy estrechos y serán de esas como para alquilar balcón.

SERGIO GÓMEZ MASERI
Corresponsal de EL TIEMPO
Washington 
Twitter @sergom68

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