Un anunciado choque con la Unión Europea, de la que prometió sacar al Reino Unido antes del 31 de octubre, y la negativa del bloque comunitario a cambiarle una coma al acuerdo ya firmado; una delicada relación con Irán y un nexo con el presidente estadounidense, Donald Trump, que en cualquier momento puede pasar de amistoso a tormentoso –por la suma de dos egos veleidosos–, son apenas algunos elementos que le esperan a Boris Johnson como primer ministro británico.
De momento lo más importante que debe afrontar el nuevo inquilino del 10 de Downing Street (sede del gobierno) es su relación con la Unión Europea (UE), de la cual ha dicho, dado su carácter y el deseo de mostrarse como un primer ministro británico poderoso, que será capaz de cambiar el acuerdo al que llegó su antecesora, Theresa May.
En Bruselas, los nuevos y antiguos líderes de la UE han tomado atenta nota de los ímpetus, el brío y los mensajes verbales y no verbales de los que ha hecho gala Johnson, uno de los cerebros de la salida del Reino Unido del bloque.
Para Johnson, lo ideal sería obtener un nuevo acuerdo de retirada en lugar del negociado por May, el cual fue rechazado en tres ocasiones por el Parlamento británico.
Pero Johnson admite que esto prácticamente está casi fuera de su alcance, dado el receso parlamentario de este verano y el establecimiento de nuevos equipos de gestión tanto en Londres como en Bruselas.
Solo le quedarían unas pocas semanas en septiembre y octubre para negociar, lo que parece muy escaso, ya que el acuerdo actual es el resultado de 17 meses de difíciles discusiones que dieron lugar a un texto extenso de 585 páginas.
La UE, por su parte, repite que solo cambiaría la declaración política sobre los vínculos futuros que acompaña el tratado de retirada. Nada más.
Segundo escenario
La otra posibilidad prevista por Johnson es que el Parlamento ratifique solo las “mejores partes” del acuerdo de May.
Esto incluiría cuestiones menos polémicas, como los derechos de los ciudadanos europeos, las cuestiones de seguridad y la cooperación diplomática, y excluiría el controvertido ‘backstop’, red de seguridad destinada a impedir el retorno de una frontera dura entre la República de Irlanda y la provincia británica de Irlanda del Norte.
Los detractores británicos de este mecanismo argumentan que Irlanda del Norte podría quedar así virtualmente unida a la República de Irlanda –y a la UE– y separada de Gran Bretaña al establecer las aduanas en el mar de Irlanda.
Johnson confía en una estrategia de “ambigüedad constructiva”, en particular con los 39.000 millones de libras esterlinas que se supone que Londres debe pagar a la UE por el ‘brexit’.
Esta cantidad podría utilizarse como medio de presión hasta que se firme un nuevo acuerdo de relaciones comerciales con la UE. Para evitar el retorno de una frontera a Irlanda durante este período transitorio, Johnson se ha referido al uso de soluciones tecnológicas o exenciones, y, según dice, todo puede estar resuelto “mucho antes” de las próximas elecciones parlamentarias del Reino Unido, previstas para mayo de 2022.
Tercer escenario
Queda la solución muy incierta de obtener clemencia de los líderes europeos. Pero Bruselas debería evitar hacer demasiadas concesiones que sentarían un precedente para otros euroescépticos del continente. Por ello, la amenaza de un ‘no deal’, o ‘brexit’ sin acuerdo, tiene sentido.
Pero este escenario temido por la comunidad empresarial tendría consecuencias más graves para el Reino Unido que para el continente, que tiene una economía mucho más grande y diversificada.
Esta solución también podría poner en peligro el acuerdo de paz de Irlanda del Norte, el cual puso fin a décadas de violencia, y sería un rotundo fracaso diplomático para el Reino Unido.
La estrategia de Johnson despierta escepticismo, agravado por declaraciones recientes que causaron perplejidad, como cuando dijo que la salida de la UE el 31 de octubre, incluso sin un acuerdo, no se traduciría en nuevos derechos de aduana de inmediato. Pero eso solo ocurriría si Londres y Bruselas se ponen de acuerdo, algo que Johnson no conocía.
Crisis con Irán
Johnson debe decidir qué hacer con el Stena Impero, el petrolero británico en poder de Irán. El régimen en Teherán determinó su precio: la liberación del Grace 1, un barco iraní que llevaba petróleo a Siria y fue capturado por la Armada Británica en Gibraltar. Johnson debe saber que tal intercambio sentaría un precedente peligroso que alentaría a Irán a tomar más barcos en el estrecho de Ormuz.
El tanquero iraní fue detenido por infringir las sanciones de la UE contra el régimen sirio de Bashar al-Assad. Muchos interpretan que el buque británico, en esencia, fue tomado como rehén, como lo demuestra la oferta de canje.
Su amigo puede no serlo
Otro frente que se revelará es su relación con el presidente estadounidense Donald Trump, con quien comparte factores como el repentismo político, su explosividad e impredecibilidad. Es cierto que se han cruzado elogios en los últimos meses, pero cruzaron fuego hace ya algunos años, cuando ocupaban otros cargos.
Johnson y Trump tienen personalidades similares, comparten un desdén por la ideología y, a la vez, son volátiles. Ahí radica el riesgo de que la relación se complique.
“Ninguno de ellos se preocupa tanto de los asuntos como se preocupan por ellos mismos”, dice el politólogo Ian Bremmer, presidente del centro de reflexión estadounidense Eurasia Group.
Redacción internacional
Con AFP y Efe*