El descuartizador del Hotel Comercio: el crimen que dejó paralizado a Perú

Sus pómulos se resaltaban bajo la tenue luz que emitían las viejas lámparas de la habitación 89 del famoso Hotel Comercio, ubicado en Lima, Perú. Con su cabello bien peinado y su quijada afilada, el hombre español tomó un martillo y sin dudarlo dos veces impactó el cráneo de su mejor amigo, Marcelino Domínguez.

Aquel golpe sordo fue lo único que se escuchó en medio de la calurosa noche del 23 de junio de 1930. Seguido a esto y acompañado de los susurros del suave viento peruano, el joven Genaro Ortiz continuó golpeando a su compañero de robos hasta la muerte.

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Sin embargo, allí no acabó el macabro asesinato que cambió por completo la historia de todo un país, pues era la primera vez que el país sudamericano se enfrentaba a un hecho tan impactante.

Una vida llena de robos, estafas y sueños rotos

Todo comenzó el 20 de junio de 1930, cuando, en medio de la gran turbulencia económica que azotaba a Latinoamérica en ese entonces, dos jóvenes españoles llegaron a Perú después de haber pasado una extensa temporada probando suerte en Argentina.

Los hombres conocidos como Genaro Ortiz y Marcelino Domínguez se caracterizaban no solo por su elegante porte, sino que también por haber estafado a decenas de ciudadanos y comerciantes mientras pasaban por la parte sur del continente.

Sin embargo, todo cambió cuando llegaron a la estación de tren Desamparados, en Lima, Perú, la cual actualmente es reconocida por ser la sede de la Casa de la Literatura Peruana, después de haberse llevado un gran botín producto de un robo efectuado en Bolivia.

Con los bolsillos llenos, pero cansados de escapar constantemente, los jóvenes decidieron hospedarse en uno de los hoteles más lujosos y conocidos de la época: El Comercio.

Aunque no se sabe muy bien cuánto tiempo querían quedarse o cuáles eran sus verdaderos planes, lo que realmente se puede afirmar es que aquel lugar sería testigo de su último crimen.

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Las tensiones se habían sentido conforme pasaban los días, pues, de acuerdo con las crónicas de la época, existía una tensión constante ocasionada por el tema del dinero. Preguntas como: «¿Quién se quedaría con cuánto?» o «¿Cómo debían gastarlo?» Fueron las desencadenantes de múltiples disputas que terminaron, finalmente, un hecho tan atroz que marcó para siempre la historia peruana.

Las dos maletas llenaron los titulares de prensa

En la noche del 23 de junio, Domínguez había llegado ebrio después de ver un partido de fútbol en el Estadio Nacional. Con el alcohol hirviendo en la sangre, mezclado con la rabia que le generaba el no poder manejar a su gusto el dinero robado, el hombre discutió con su compañero durante varias horas, hasta que, de repente, Genaro Ortiz tomó un martillo que se encontraba en la habitación y rompió su cráneo múltiples veces.

El español discutió en repetidas ocasiones con su compañero por la distribución del dinero robado.

Foto:

YouTube: Brief Case.

La sangre lentamente impregnó el suelo de aquella habitación -la cual, más tarde fue clausurada debido al horroroso crimen- así como las manos del joven español. Con el corazón retumbando en sus oídos y el pánico invadiendo su cuerpo, Ortiz tomó varias toallas, limpió lo que pudo y se dispuso a idear un plan que le permitiera librarse de la cárcel.

Fue así como se le ocurrió salir a comprar un cuchillo y posteriormente, descuartizar el cuerpo de la víctima. Tras esto, colocó cada parte en dos de las maletas que llevaba con el fin de luego abandonarlas en una habitación que, para entonces, estaba siendo arrendada por la familia Buendía, en la calle Jirón Ica (la cual, en aquel momento, era llamada calle Cochán).

Las horas pasaron hasta que a la mañana siguiente, el victimario tomó las dos maletas, anunció formalmente su salida del hotel y se dirigió a la casa de los Buendía, lugar en el cual descargó el cuerpo, cerró con llave su habitación y aseguró que volvería en horas de la noche.

Esther Buendía, quien era la encargada del lugar, quedó encantada por la amabilidad y aspecto físico del joven. Tanto así, que no sospechó de nada cuando Genaro no volvió a la edificación.

No fue sino hasta semanas después, cuando un olor putrefacto comenzó a inundar el lugar, que la joven decidió llamar a las autoridades. Cuando la Policía llegó el 1 de julio de aquel año se encontraron algo nunca antes visto en la historia policíaca del país: el cuerpo de un hombre, seccionado en seis partes y guardado en dos maletas, estaba descomponiéndose en medio de una casa de familia.

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Horrorizados, rápidamente llevaron la evidencia a la morgue. Allí, los médicos concluyeron que había fallecido debido a un golpe en el cráneo y que posteriormente habría sido desmembrado con el fin de ocultar la evidencia.

Mientras que Lima estaba conmocionada por los hechos, la prensa cubría de manera incesante el asesinato y las autoridades buscaban pistas sobre lo ocurrido, el español estaba alojado en Panamá, planeando como escapar del continente.

La captura de uno de los asesinos más buscados de Perú

Sin embargo, la Policía logró pisarle los talones a Genaro en tan solo un par de días. El 10 de julio fue capturado luego de que las autoridades rastrearon los movimientos que había hecho con el pasaporte falso que llevaba consigo.

De acuerdo con los registros, en un principio optó por alojarse en Ecuador, pero finalmente se estableció por un tiempo en Panamá. Allí, fue arrestado y devuelto a Lima, lugar en el que fue llevado a juicio y condenado a 25 años de prisión.

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Una de las crónicas que llevó a la fama este caso fue realizada por el escritor Luis Jochamowitz, quien narra que al ser capturado, el entonces acusado prácticamente confesó su crimen al decir: “Me encomiendo a las manos de Dios, lo hecho, hecho está”.

Finalmente, aunque su pena era de medio siglo, en 1950 el presidente Manuel Prado Ugarteche indultó al asesino como parte de su estrategia política. Tras esto, el hombre se cambió su nombre y vivió en las sombras del anonimato por el resto de su vida.

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Laura Natalia Bohórquez Roncancio
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