‘Lo que se derrotó en Chile fue el intento de refundar el país’: Roberto Ampuero

El excanciller, exministro de Cultura, exembajador en España, el chileno Roberto Ampuero, responde a una pregunta trascendental: ¿qué pasó en Chile? ¿Es cierto que al presidente Boric lo derrotó lo que muchos titulares de prensa llaman la ‘extrema derecha’?

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Señor excanciller Ampuero, la pregunta es: ¿qué pasó en Chile con la elección del Consejo Constituyente?

Creo que en Chile se han restablecido la sensatez y el sentido común. Después de ese tremendo estallido social, que también fue delincuencial, que incorporó elementos terroristas, del narco y la delincuencia común, surgió esta alternativa que se le propuso al país: un acuerdo entre sectores de la oposición y el gobierno del presidente Piñera, redactando una nueva Constitución, que la inmensa mayoría de los chilenos apoyó en el sentido abstracto: es decir, sí, tal vez eso nos ayuda para restablecer el orden en este país.

Estabilizar a Chile fue el propósito que produjo tanto entusiasmo inicial…

Exactamente. Después, cuando empieza a funcionar esa Convención Constitucional, viene una decepción tremenda por la falta de seriedad y responsabilidad con la que sectores radicales de la Convención empezaron a actuar. Al final, la gente rechazó con claridad, el 4 de septiembre del año pasado, la nueva Constitución. Ahora, para escoger nuevos constituyentes, los chilenos optaron por buscar gente seria, con experiencia y que quiere conservar lo esencial de Chile, lo que somos los chilenos. 

Los titulares que circularon sobre los resultados de esta nueva elección hablaban de que la extrema derecha había derrotado al presidente Boric. ¿Eso fue lo que sucedió?

Lo importante para los partidos serios sería tratar de interpretar qué es lo que produjo este crecimiento tan sorpresivo del Partido Republicano, aplastante, único e inédito en la historia de Chile.

No. Quien está hablando de la extrema derecha en Chile es gente muy de izquierda, entre otros, el Partido Comunista, que se identifica con Maduro, con Cuba, con Nicaragua, con Kim Jong-un en Corea del Norte, y no es broma. Están acusando al Partido Republicano, que ganó las elecciones, de ser un partido extremista. La impresión que tengo de sus declaraciones, de su actitud y conducta, es que se trata de un partido, yo diría, conservador en lo valórico, de derecha.

Un partido que destaca mucho los elementos que tienen que ver con la patria, no en el sentido nacionalista; sí que tienen que ver con lo nacional en el sentido de que ello se vio amenazado por la Constitución que se intentó imponer, que amenazaba lo nacional en su integridad. Recuerde que quisieron incluso eliminar los símbolos patrios y cambiar la canción nacional. Pero calificar al Partido Republicano de extremista es bastante exagerado.

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Más allá de lo que yo pueda pensar, su jefe máximo, José Antonio Kast, ha dicho que ellos no creían necesario establecer una nueva Constitución, sino modificar o reformar la anterior, o sea, la actual. Pero ya que la ciudadanía le ha entregado este mandato, dice que va a tratar de redactar un nuevo texto entendiéndose con todos los sectores y avanzando en todas aquellas coincidencias que puedan ser viables. No veo ningún intento de violentar el orden público saliendo a las calles a cometer desmanes, o a tratar de derrocar al presidente Boric, como sí le pasó al presidente Piñera con la izquierda dura. Por lo tanto, pienso que es bastante exagerado decir que en Chile ganó la extrema derecha.

José Antonio Kats.

Pero entonces volvemos a la pregunta del comienzo: ¿qué pasó?

Lo importante para los partidos serios sería tratar de interpretar qué es lo que produjo este crecimiento tan sorpresivo del Partido Republicano, aplastante, único e inédito en la historia de Chile, salvo en el año 65 con la Democracia Cristiana, cuando esta emerge, poderosísima también.

El Partido Republicano se quedó con 23 miembros de 51 de la Convención Constituyente. Otro partido, Chile Seguro, alianza de la derecha tradicional, y al que tampoco se le puede llamar extrema derecha, se quedó con 11 miembros más, contra los tan solo 16 que obtuvo la izquierda…

Son partidos de derecha, no extremistas. En cambio, sí tenemos problemas de pleno extremismo en Chile. Como movimientos de grupos en Araucanía; los hay de extrema izquierda, armados y terroristas. El partido más grande del gobierno, el Partido Comunista, simpatiza, como le decía, con las dictaduras de Cuba, de Venezuela, Nicaragua y Corea del Norte. Bueno, si empezamos a buscar extremismos, yo creo que habría que comenzar por allí.

La izquierda, en todo caso, quedó apenas con el 31 % del nuevo Consejo Constituyente; la derecha tiene tres quintas partes, y no necesitaría en principio más votos para diseñar el nuevo texto. La pregunta: ¿es aconsejable que esa derecha de todas maneras haga consensos?

Los representantes del Partido Republicano, y los miembros de lo que se llama la Comisión Experta, que ha elaborado los elementos más importantes que se discutirán ahí en este consejo, todos coinciden en que no van a repetir lo que hizo la izquierda dura, que se negó a debatir con la derecha, porque era minoritaria en la Convención anterior; que es necesario dialogar, buscar los puntos en común, donde todos los chilenos se puedan encontrar. Que no se repita por ejemplo lo que en su momento dijo un personaje famoso de apellido Stingo: aquí nosotros ganamos, nosotros decidimos, y ustedes no tienen nada que agregar…

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En América Latina, en dos años, la izquierda se quedó con Bolivia, Perú, Chile, Colombia y Brasil. Con los que ya había, quedaron 7 en manos de la izquierda, de 10 países que hay en la región. ¿Será que el continente se está devolviendo?

América Latina, después de haber sido seducida por los programas populistas de la izquierda, ha entrado en una etapa de decepción, de desencanto. Muy rápido, por cierto. Los grupos populistas presentan siempre soluciones fáciles, de corto plazo. Por lo tanto, el control de la ciudadanía es inmediato. Pero como dicen en Chile, ‘otra cosa es con guitarra’; es decir, es distinto tener el poder en la mano y estar dirigiendo un país, y otra, exigir desde la calle, desde la vereda, todo tipo de soluciones.

Eso está pasando en Chile, donde la popularidad del presidente ha bajado inmensamente; hoy está por el 28 % y en caída. Aunque hemos visto, por lo menos en lo retórico, que en política de seguridad y de lucha contra el narcotráfico y la delincuencia hay un cambio, una evolución, modesta en un comienzo, pero evolución al fin y al cabo. Boric no tiene mayoría en el Congreso. ¿Entonces, por lo menos aplicar un programa ‘descafeinado’ de sus inicialmente radicales reformas? Eso eleva las posibilidades en el Congreso de que se llegue a un acuerdo.

Los candidatos presidenciales José Antonio Kast (izq.) y Gabriel Boric.

Foto:

Elvis González. EFE – Martin Bernetti. AFP

¿Eso no le traerá problemas internos dentro del gobierno?

Pues sí, porque hay dos almas. Una, la socialdemócrata, que está bien debilitada; otra, la de la izquierda más dura, del Partido Comunista y del Frente Amplio. Pero el presidente Boric ha ido aprendiendo desde La Moneda que si él no se modera, no va a poder avanzar durante los tres años que prácticamente le quedan. 

Al presidente colombiano le ocurre la misma baja de popularidad, hoy por el 30 %. Las causas están más o menos identificadas: polarización, deterioro de la seguridad, desgaste de las soluciones populistas. Lo que me temo es que el ejemplo de Chile sirva para volver la situación de Colombia más dura, en lugar de más conciliadora. Que en lugar de ‘descafeinarse’, se ‘cafeíne’…

Usted apunta bien. El presidente chileno tiene dos caminos. Si se va con la izquierda dura, no tiene ninguna perspectiva de prosperar dentro de este marco democrático, porque simplemente la ciudadanía ya le marcó la línea roja, así como los partidos políticos de oposición y otros que se han sumado a ser críticos del gobierno. Si se vuelve moderado, la izquierda dura le va a declarar la guerra, o la guerrilla le va a hacer la vida muy difícil… Después de estos dos golpes electorales, tanto el del 4 de septiembre del año pasado como este, que prácticamente son muy parecidos en términos de volumen de votos, él tiene que darse cuenta de que como va no puede continuar. Tres años más así es muy difícil, es un camino tortuoso, no solamente para él y su coalición, sino para el país.

El presidente de Chile, Gabriel Boric, mientras participa en los segundos comicios constituyentes, en Punta Arenas (Chile).

Foto:

Presidencia de Chile

Al presidente Piñera, al año y cinco meses, le organizaron una acción de violencia y destrucción…

Así es. En cambio, el presidente Boric cuenta con la suerte de tener ante sí a una oposición muy responsable, que se ha enfrentado con él en términos políticos y de debate parlamentario. No se ha utilizado ningún tipo de paro, por ninguna parte. Eso ha contribuido, en la medida de lo posible, a que el país funcione con normalidad. El Congreso ha apoyado sus reformas dirigidas a mejorar el trabajo de Carabineros, poner a las fuerzas armadas en el lugar donde se necesita, que estén en la Araucanía o en la frontera. En eso ha contado con el apoyo de una oposición responsable, democrática, madura, que está pensando en el bien del país. Gran diferencia con el tratamiento que se le dio al presidente Piñera.

¿Cree, don Roberto, que puede haber una lección entre lo que pasó en Chile y lo que podría pasar en Colombia?

La lección es que no conducen a buen término los intentos refundacionales de un país. Son conceptos que hoy se utilizan, sobre todo en las transformaciones profundas, porque ya cayó en descrédito el concepto revolucionario y de revolución.

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No hay ningún político hoy, que sea realmente revolucionario, que diga que es revolucionario. Entonces, la aspiración revolucionaria se oculta bajo el disfraz del lenguaje.

Pero mire, los países son algo muy serio, con su historia, sus tradiciones, su población, sus formas de ser. No son sustancias que están allí, a la mano de cualquier político para que los transforme como le dé la gana, como si fueran una silla, al gusto del político que pase. Los países a los que le va bien en el mundo, ya sea en Europa, Estados Unidos o Asia, no arrojan por la borda lo que han sido su historia, sus tradiciones. Se montan sobre ellas para seguir prosperando. Desgraciadamente, en América Latina tenemos esta teoría de que es posible tomar un país y reconstruirlo, rehacerlo, refundarlo, recrearlo, como si fuera arcilla que se le entrega al partido o al presidente, para que él, como si fuera un artista, lo modele a su gusto y semejanza. Eso es fatal para los países.

Siento que el retrato que está haciendo de la situación en Colombia es exacto. Aquí sí nos han amenazado con una revolución si los intentos ‘refundacionales’ del gobierno Petro no son acogidos en el Congreso, o por las cortes, que tiene que revisarlos…

Lo que se decide en un país democrático como el camino por tomar no radica en la cantidad de gente que usted saca a la calle, sino en los votos que se cuentan en las urnas.

Lo que pasa es que se ha producido en los últimos decenios un cambio de la política de los partidos de izquierda más radicales de América Latina. En los años sesenta, setenta, ese sector de la izquierda dura, radical, se fue a la guerrilla en el monte o a la urbana.

Después de la caída de los socialismos reales, esa alternativa ya no funciona. Ya no cuenta con el respaldo militar y financiero de países del este de Europa, que hoy no existen como países socialistas. Se produjo una adecuación a condiciones que son fundamentalmente democráticas.

Por cuenta de ello hoy se opera, no ya en guerrillas militares, sino en una suerte de guerrillas urbanas, pero desarmadas, con movimiento de masas en las calles, para lograr los objetivos. Y fíjese, se quiere confundir algo que no puede ser confundido: lo que se decide en un país democrático como el camino por tomar no radica en la cantidad de gente que usted saca a la calle, sino en los votos que se cuentan en las urnas, en elecciones transparentes, limpias y pluralistas. Confundir eso, y querer señalar que lo que prima y que lo que pesa más en una democracia es sacar gente a la calle y que el que más sume gente es el que tiene la razón, es asesinar a la democracia. Es liquidarla.

Usted, además de exministro y exembajador, tiene otras facetas muy interesantes. En su juventud fue un hombre de izquierda; hoy podemos definirlo como un liberal de centro; incluso escribió un famoso texto sobre ese viraje que se llama ‘Diálogo de conversos’ con el exministro Mauricio Rojas. Pero además, usted es escritor. Entre otras cosas, de novelas policíacas, cuyo personaje central es el detective privado Cayetano Brulé. ¿Si yo le hubiera preguntado a Cayetano Brulé qué pasó en Chile, qué me hubiera contestado?

Le hubiese dicho: léase Demonio. Es la novela más reciente de Cayetano Brulé, donde él investiga justamente lo que usted pregunta. Las causas de lo que pasó en Chile a partir de octubre de 2019. Justamente la escribí para responder a esa pregunta.

Vea usted, saldré inmediatamente a comprarla…

MARÍA ISABEL RUEDA
Especial para EL TIEMPO

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