Viven un purgatorio migratorio tras hacer caso a la advertencia de Joe Biden

Viven en una choza oxidada, sin agua corriente, escondiéndose de la violencia justo afuera de su puerta, atormentadas por una pregunta: ¿Deberían haber escuchado al Presidente Joseph R. Biden Jr.?

Hace un año, Dayry Alexandra Cuauro y su hija Sarah, de 6 años, huyeron de Venezuela rumbo a Estados Unidos sin llevar casi nada. Pero rápidamente quedaron separadas una de otra en una jungla traicionera conocida como el Tapón del Darién. Durante tres días aterradores, Cuauro se abalanzó sobre colinas lodosas y atravesó ríos, presa del pánico porque su hija hubiera sido secuestrada o sufrido una caída mortal. Después de que finalmente se reencontraron, reunidas en una ráfaga de besos y lágrimas, Cuauro tomó en serio el mensaje de la Administración Biden: el viaje al norte es increíblemente peligroso. Deténgase y solicite venir a Estados Unidos de forma legal.

Muchos de los migrantes que viajaban junto a las Cuauro simplemente ignoraron la advertencia del Presidente, descartándola como una estratagema para mantenerlos fuera. Siguieron adelante, cruzaron la frontera y rápidamente comenzaron a construir nuevas vidas en Estados Unidos.

Cuauro escuchó y abandonó el camino de los migrantes. Pero un año después, lo único que ha recibido es una respuesta automática: sus solicitudes para ingresar legalmente a Estados Unidos han sido enviadas. Consulta el sitio web y todos los días dice lo mismo: “Caso recibido”. Sólo cambian los números: 57 días. 197 días. 341 días.

En línea, es bombardeada por publicaciones jubilosas de venezolanos que han llegado a Estados Unidos —fotografías de ellos en Times Square, vistiendo ropa nueva, comiendo abundantes comidas, yendo a la escuela. Incluso el amigo que guio a su hija de forma segura a través de la jungla siguió adelante y llegó a Pennsylvania, donde ahora gana 140 dólares al día como mecánico.

La vida de Cuauro se limita principalmente a las dos habitaciones de su choza. El crimen y la violencia son tan constantes que rara vez se aventura a salir. Algunos días no hay comida, e incluso cuando la hay, Sarah, que ahora tiene 7 años, a menudo se niega a comer.

“Estoy desesperada”, dijo Cuauro, de 37 años, pidiendo que no se publicara su ubicación por temor a ser atacada.

Más de un millón de personas están atrapadas en una contradicción central de la respuesta de Biden al número récord de migrantes que cruzan la frontera sur de Estados Unidos. Ansioso por frustrar una crisis política, su Administración insta y amenaza a la gente a no hacer el viaje, suplicando a los venezolanos que permanezcan donde están y soliciten un camino legal a Estados Unidos. El Gobierno ha invitado a personas de otras tres naciones emproblemadas de la región —Haití, Cuba y Nicaragua— a presentar solicitud también, dándoles la oportunidad de buscar refugio en el País por hasta dos años de “una manera segura y legal”.

Pero sólo una fracción de los solicitantes ha sido aceptada, mientras que 1.5 millones o más esperan una respuesta fuera de Estados Unidos, en una especie de purgatorio migratorio. Luego, en septiembre, Biden dijo a cientos de miles de venezolanos que habían llegado a Estados Unidos que podían permanecer al menos 18 meses e incluso conseguir trabajo. Biden lo hizo después de que los líderes demócratas advirtieron que las grandes ciudades como Nueva York se hundirían bajo el peso de decenas de miles de inmigrantes que no podían mantenerse por sí solos.

Pero para los miles que habían seguido las instrucciones del Presidente, como Cuauro, fue una bofetada. Si ella lo hubiera ignorado y hubiera logrado cruzar la frontera estadounidense, podría haber sido una de los casi 500 mil venezolanos a los que se les concedió protección especial.

Ahora, sus posibilidades de llegar a EE. UU. podrían desaparecer por completo. Se espera que un juez de Texas se pronuncie sobre la vía legal que ella solicitó, y muchos se preparan para que sea cerrada. Cruzar la frontera sigilosamente tampoco es una opción, porque el indulto de Biden no aplica a los recién llegados, que ahora pueden ser deportados a Venezuela.

Conocí a Sarah en una montaña conocida como la Colina de la Muerte. Era principios de octubre del año pasado, su quinto día en el Tapón del Darién. Ella y su madre acababan de pasar la noche bajo lonas en lo profundo de la jungla. Cientos de personas, exhaustas y sucias, algunas demacradas por la falta de alimentos, habían dormido con ellas en una extensión lodosa junto al mar Caribe. La mayoría eran venezolanos que escapaban de casi una década de crisis económica presidida por un líder autoritario, pero agravada por las sanciones estadounidenses. Otros procedían de Haití, Ecuador, China o Afganistán. El Tapón del Darién, un puente terrestre boscoso que conecta Colombia y Panamá, era la única forma de llegar a pie de América del Sur a América del Norte.

Sarah, la única hija de Cuauro, nació en 2016, en medio de la crisis de Venezuela. Amigos estaban logrando llegar a Estados Unidos. Ella y Sarah también necesitaban irse.

Sarah subía lentamente el Cerro de la Muerte, cubierta de lodo y agarrada de la mano de Ángel García. Él no era su padre, explicó, sino un amigo de la madre de Sarah, quien le había pedido que ayudara a la niña a cruzar el terreno accidentado. La levantó sobre troncos, la ayudó a evitar grietas y le dio pláticas para levantarle el ánimo.

Supusieron que la madre de Sarah seguía sus pasos. Las ampollas le habían desgarrado los pies. Esa mañana, cada paso se había vuelto insoportable, llevándola a pedirle a García, un compatriota venezolano que había conocido en el viaje, que la ayudara con Sarah. Mientras tomaba la mano de la niña, García, de 42 años, pensó en su propio hijo de 6 años, un niño llamado Andrés, a quien había dejado atrás. Cuauro se movía lentamente, resbalándose en el lecho rocoso de un río. Sarah, con la mano firme de García, avanzaba rápidamente, desapareciendo a menudo de vista.

Cuauro había pensado que la esperaran al pie de la colina. Pero cuando llegó allí, Sarah ya no estaba.

“¡Sarah! ¡Sarah!”, gritó Cuauro, buscando a su hija en la oscuridad en la cima del Cerro de la Muerte. Sarah iba horas delante de ella, habiendo ya bajado por el otro lado de la colina con García, quien se apresuró a buscarle un lugar para dormir. Esa noche, Sarah tembló bajo la lluvia mientras él y dos amigos levantaban una tienda de campaña. Ella durmió entre ellos.

En la mañana, los amigos la colmaron de atenciones. García decidió que cuanto antes la sacara de la selva, más segura estaría. Siguieron adelante.

En el octavo día en la selva, Sarah y sus compañeros llegaron a un puesto de control panameño cerca del final del bosque. Al enterarse de la niña perdida, los funcionarios se llevaron a Sarah. Horas más tarde, su madre entró cojeando, llorando y besándola.

Unos días después, otro shock: durante meses, la Administración Biden había estado permitiendo a miles de venezolanos cruzar por la frontera sur. Estados Unidos tenía pocas relaciones con el Gobierno de Venezuela, dificultando enviar gente de regreso allí.

La apertura había inspirado a Cuauro y a muchos otros a arriesgar el viaje. Pero justo después de que ella y Sarah emergieron de la jungla, la Administración Biden anunció un cambio. Los venezolanos en la frontera con Estados Unidos ahora podrían ser devueltos y enviados a México.

Cuauro y Sarah tomaron un autobús a Costa Rica, luego otro a Nicaragua, luego caminaron por otro bosque, luego tomaron un bote, luego más bosque y finalmente subieron a una motocicleta. En cuestión de días, la hermana de Cuauro, que había llegado a Estados Unidos meses antes, generó una nueva esperanza: el camino legal de la Administración Biden para los venezolanos. Entrar no sería fácil. Las reglas exigían un patrocinador dispuesto a asumir la responsabilidad financiera de Cuauro y su hija.

Cuando The New York Times publicó una nota sobre el viaje de las Cuauro a través de la jungla, los lectores tomaron el asunto en sus propias manos. Cinco extraños formaron un comité Cuauro extraoficial, presentando solicitudes para patrocinar a las Cuauro, y una mujer en Colorado les abrió su casa. Cuauro esperó en Tegucigalpa, la capital de Honduras.

Al paso de los meses, el comité Cuauro comenzó a contactar a grupos de ayuda a inmigrantes y congresistas, en busca de información sobre el estado de las solicitudes de las Cuauro. ¿Había algún problema con la papelería? ¿Necesitaban proporcionar más información? Nadie podía obtener una respuesta.

Sarah ha crecido, pero está tan delgada como siempre. Todavía está en primer año, no en tercero, como debería estar, habiendo perdido ya gran parte de su educación. Por las noches, madre e hija practican inglés en Duolingo. La última obsesión de Sarah es aprender la letra de la canción pop “Unstoppable”.

“Me puse mi armadura, te muestro lo fuerte que soy”, canta Sarah en inglés. “¡Soy imparable!”.

Recientemente, un miembro del comité Cuauro la contactó con una solicitud. Un venezolano que la había contactado pidiendo ayuda estaba a punto de emprender la ruta del Darién. La mujer le pidió a Cuauro que intentara convencerlo de que solicitara la vía legal.

“Lo hice, pero no quiso escuchar”, dijo.

El hombre llegó a la frontera estadounidense y, a los pocos días, cruzó a Estados Unidos.

Por: JULIE TURKEWITZ

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