El rey emérito, Juan Carlos I, que desde 2014 dejó de ser monarca para asumir tareas puramente representativas de la Casa Real, anunció su retiro definitivo de la actividad pública.
Tras más de 80 años frente al constante escrutinio de la sociedad y bajo los focos de los medios de comunicación, pasa este domingo a llevar una vida privada, sin volver a participar en ningún acto institucional.
En su primer discurso el 22 de noviembre de 1975, al ser proclamado rey, en medio de las expectativas de un país que salía del régimen franquista de más de cuarenta años, dijo que quería ser “el rey de todos los españoles”.
En realidad, ¿lo fue? Nieto de rey y padre de rey, Juan Carlos de Borbón logró llegar al trono por decisión del general Francisco Franco, que lo educó desde niño. Su proclamación, por lo mismo, estuvo rodeada de expectativas, de temores y casi nadie apostaba un centavo por el reinado que inició hace 45 años.
Pocos pensaron entonces que duraría tanto. Juan Carlos I no se convirtió en el ‘Breve’, como lo llamaban los escépticos en sus comienzos, sino en protagonista de uno de reinados más largos en la historia de España.
Se la jugó por todos los españoles cuando, junto al político Adolfo Suárez, se empeñó en la transición de una dictadura a una democracia. Eran tiempos difíciles. Un régimen de casi medio siglo no se borra de un plumazo.
El rey Juan Carlos no solo animó los pasos y estrategias de Suárez, sino logró que el Partido Comunista, el peor enemigo de Franco y el franquismo, fuera legalizado. Los exiliados volvieron al país y los españoles recuperaron todas sus libertades.
El rey, artífice de muchos episodios durante la transición, materializaba su proclama: era en efecto el rey de todos los españoles. De franquistas y no franquistas.
Cuando tiempo después se le comentó su vinculación con el general Franco desde los 10 años de edad, no dudó en afirmar: “Yo era sucesor de Franco, sí, pero heredero de diecisiete reyes de mi familia”.
La casa de los Borbones, milenaria, se remonta hasta Hugo Capeto, rey de los francos, quien dio origen a la dinastía más antigua de Europa.
Consciente de esa larga tradición monárquica, Juan Carlos I apuntaló pronto el reino de España, como se conoce constitucionalmente. Buscó en el exterior reconocimiento y apoyo a la democracia naciente y recorrió el territorio español para ganarse a los ciudadanos.
Yo era sucesor de Franco, sí, pero heredero de diecisiete reyes de mi familia».
Con su personalidad bonachona, se echó al bolsillo a multitudes que lo aclamaban a su paso, mientras despachaba con los presidentes de turno sin intervenir en las decisiones políticas, que se fraguaban en el Parlamento. Tenía clara su misión: había que reinar, pero no gobernar, premisa que no siguieron sus antepasados, lo que tuvo resultados desastrosos.
El lunes 23 de febrero de 1981, al caer la tarde, un coronel irrumpe en el Congreso de los Diputados, echa tiros al aire y habla en nombre del descontento con la democracia. Era el primer paso hacia un golpe de Estado. El de los nostálgicos del franquismo.
Varios militares de alta graduación se sublevaron contra el régimen parlamentario y el conjunto de los conspiradores esperaba que el rey Juan Carlos, jefe supremo de las fuerzas armadas, secundara la operación.
La voluntad del rey fue implacable. No estaba dispuesto a favorecer la implantación de una nueva dictadura militar. Habló con políticos, con generales destinados por toda España, con amigos y consejeros.
Y se dirigió al pueblo español por televisión: contó que había dado órdenes a los capitanes generales para que tomaran “todas las medidas” que fueran “necesarias para mantener el orden constitucional”.
En pocas horas, la democracia salía indemne. El rey se había jugado el todo por el todo a favor de los españoles demócratas. Continuó por años su labor impecable de jefe de Estado, tiempo durante el cual se afianzó la monarquía y actúo con éxito como garante de la unidad nacional.
Tras la abdicación del rey Juan Carlos, Felipe se convirtió en monarca de los españoles. Acá con la reina Letizia, en Sevilla.
Julio Muñoz, Efe
Las cosas comenzaron a cambiar en 2008 en plena crisis económica. El rey se había ido de cacería de elefantes a África, acompañado por una mujer, Corinna Zu Sayn-Wittgenstein, con la que se lo relacionaba sentimentalmente. El asunto no gustó. Casi al tiempo, su yerno, Iñaki Urdangarin, y la infanta Cristina se vieron involucrados en un caso judicial por corrupción.
El rey Juan Carlos perdió popularidad y la valoración sobre la monarquía se vino abajo. Pidió perdón a los españoles y no tuvo más remedio que abdicar en su hijo Felipe el 2 de junio de 2014.
Con el paso de los días, el rey emérito recuperó la imagen perdida y se convirtió en el mejor embajador de Felipe VI. Desde ese año hasta ahora, cumplió a cabalidad con las tareas que le encomendaba y representó a la Corona en centenares de actos públicos.
Por donde pasaba volvió a ser aclamado. Era recordado por su valentía en los peores momentos de la democracia. De él dijo alguna vez su padre, Juan de Borbón: “¡Mi hijo tiene un buen par de pelotas!”.
MARIO JARAMILLO
Fiscal de la Real Asociación de Hidalgos de España, institución nobiliaria a la que pertenecen el rey Juan Carlos y Felipe VI.