Qué tan lejos está el mundo de una guerra en el estrecho de Ormuz

Al cierre de esta semana, la pregunta que se hace el mundo es si las tensiones desatadas entre Irán y Estados Unidos por las explosiones y ataques contra dos buques cisterna cerca del estrecho de Ormuz pueden desembocar en una desestabilizadora guerra, un escenario de espanto tanto para la región, que ya padece varios conflictos abiertos, como para la economía mundial, que ve que por este estratégico paso circula 20 por ciento de la producción de petróleo que va por mar.

Por ahora va en ‘guerra verbal’, con un gobierno estadounidense exhibiendo pruebas de un supuesto barco con miembros de la Guardia Revolucionaria iraní retirando lo que –dicen– es una bomba que no explotó y estaba adherida al casco de una de las embarcaciones atacadas; y con un gobierno iraní negando cualquier participación en los supuestos atentados y argumentando que fueron quienes llegaron de primeros al área para auxiliar a las tripulaciones que se lanzaron al mar.

“Vemos el barco, con una mina que no ha explotado y está firmada por Irán”, dijo el presidente estadounidense, Donald Trump. Esta versión fue apoyada por el Gobierno de Londres y también por algunos de los países árabes petroleros y suníes que ven en el régimen chií de los ayatolás un enemigo que se atraviesa en múltiples frentes a sus intereses.Entre tanto, la comunidad internacional hace llamados a la contención de parte y parte y, en el caso de Naciones Unidas, a que haya una investigación parcial independiente sobre lo sucedido.

De momento, los analistas coinciden en que los incidentes “no son suficientes para crear un casus belli”, como asegura Aaron David Miller, experto en Oriente Próximo, exasesor de la Casa Blanca en gobiernos demócratas y republicanos y miembro del Wilson Center. “Si luego de este incidente la administración Trump decidiera atacar directamente navíos iraníes, el territorio iraní o fuerzas iraníes en Irak, Siria o Yemen, tendrá cero apoyo” internacional, dijo el analista a la AFP.

Pero “los dos bandos podrían muy fácilmente caer en una guerra que ellos dicen que quieren evitar”, escribió en Twitter Colin Kahl, exasesor de la administración de Barack Obama y actualmente profesor de la Universidad de Stanford.

Trump ha dicho y repetido que no involucrará al ejército de EE. UU. en conflictos caros y “sin fin”. Si bien el secretario de Defensa interino, Patrick Shanahan, dijo estar determinado a “defender” las “fuerzas” y los “intereses” estadounidenses alrededor del mundo, ha reiterado que Washington no está buscando un conflicto. “El Gobierno está poniendo el énfasis en la diplomacia”, insistió.

En el Pentágono subrayaron que ni intereses ni personas estadounidenses han sido atacados en esta instancia, y que se trata entonces de una amenaza a la libertad de navegación y del comercio que deberá resolverse a nivel internacional.

Vemos el barco, con una mina que no ha explotado y está firmada por Irán.

Pero para nadie es un secreto que del lado de los estadounidenses, asesores tan influyentes como John Bolton ven con buenos ojos una guerra para provocar un cambio de régimen en Irán con el objetivo de instalar otro más afín a su agenda regional, a la de Israel y a la de Arabia Saudí.

Más allá de la respuesta a estos ataques, lo que aún no se visualiza con claridad es el objetivo ulterior de la estrategia de presión de EE. UU. En 2018, Washington se retiró unilateralmente del acuerdo internacional de 2015 que buscaba impedir que Teherán se hiciera con bombas atómicas, argumentando que su intención era obligar a la República Islámica a aceptar condiciones más estrictas en cuanto a ese tipo de armas y a cesar sus acciones “desestabilizadoras”.

Más recientemente, mientras su equipo de gobierno reforzaba la presión económica, diplomática y militar contra Irán, el magnate llamó en múltiples oportunidades a un diálogo directo con dirigentes iraníes.

El guía supremo iraní, ayatolá Alí Jamenei, descartó categóricamente cualquier tipo de conversación con Trump ante la mediación del primer ministro japonés, Shinzo Abe. Ante esta negativa, el presidente estadounidense se ha mostrado indeciso o errático.

“Es muy temprano aún para llegar a un acuerdo”, escribió Trump en Twitter el jueves, para luego repetir la invitación al diálogo el viernes: “Los queremos de regreso en la mesa de negociación (…) Cuando ellos estén listos, yo estoy listo, no tengo apuro”.
“El problema de fondo es que esta administración no sabe qué es lo que quiere”, dice Miller. “Un colapso del régimen o un cambio resulta fantasioso en este momento”.
“¿Cuál es el propósito de las sanciones?”, se preguntó.
“¿Destruir la economía iraní o arrastrar a los iraníes a la mesa de negociación y conseguir un acuerdo mejor que el que consiguió Obama? No creo que esta administración esté preparada para el tipo de concesiones que los iraníes podrían exigir en una negociación seria”.

Y tampoco está preparada para afrontar un conflicto bélico a pocos meses de la carrera por la presidencia. De hecho, Trump anunció que este martes lanzará su campaña por la reelección, y si bien es cierto que las tensiones en sí mismas pueden hacerle ganar apoyos, los eventuales soldados muertos en una guerra, sin duda, terminarán quitándoselos, en un contexto en el que Trump ha tomado la decisión de evacuar tropas de conflictos, incluso contra la opinión de sus asesores militares, que ven la partida como algo prematuro y de consecuencias impredecibles.

Los dos bandos podrían muy fácilmente caer en una guerra que ellos dicen que quieren evitar.

De momento es claro que la ‘diplomacia del martillo’ de Trump no parece funcionar con Irán tan bien como con México, por ejemplo.

La razón es que tan extremas presiones, a pesar de que golpean directamente a los iraníes, por la fragilidad de su economía debido a las sanciones, terminan haciendo que la población se una en torno a sus líderes y la teocracia iraní se fortalezca, con lo cual la idea de un cambio de régimen terminaría siendo un mal cálculo político.

Esto, mientras el precio del petróleo se dispara.

Un sitio estratégico

Cerca de 60 millones de barriles de petróleo viajan a diario por los mares del mundo, y un tercio de ese volumen pasa por el estrecho de Ormuz, paso clave para el tráfico mundial de crudo que une el golfo Pérsico y el golfo de Omán.

La mayor parte de las exportaciones petroleras de Arabia Saudí, Irán, Emiratos Árabes Unidos, Kuwait e Irak pasan por esa ruta y es la vía para el gas natural exportado por Catar.

* Con AFP

Entradas relacionadas

Deja tu comentario