La doctora Siobhan Weare, de la Escuela de Derecho de la Universidad de Lancaster, en Reino Unido, llevó a cabo la primera investigación sobre penetración forzada en ese país.
Esta ocurre cuando una mujer obliga a un hombre a tener sexo con ella sin su consentimiento.
Según las leyes de Inglaterra y Gales, cuando un hombre tiene sexo con penetración con una mujer sin el consentimiento de esta, es violación. Pero si una mujer fuerza a un hombre a tener sexo con penetración sin su aprobación, esto no se considera violación.
Tras recabar información de más de 200 hombres a través de una encuesta online, Weare cree que, sin embargo, quizás sí debería considerarse como tal.
Su último estudio, publicado esta semana -basado en entrevistas personales con 30 hombres realizadas entre mayo de 2018 y julio de 2019-, explora en mayor detalle el contexto en el cual se produce la penetración forzada, sus consecuencias y la respuesta del sistema criminal de justicia.
A todos los participantes se les garantizó el anonimato, pero démosle el nombre de John a uno de ellos.
Violencia en la pareja
John dice que la primera señal de que algo iba mal fue cuando su pareja empezó a autolesionarse. Tras un incidente particularmente aterrador, acudió corriendo al servicio de urgencias para buscar tratamiento.
La pareja discutió durante horas cuáles podrían ser las posibles causas psicológicas.
Unos seis meses después, en lugar de autolesionarse, puso la vista en John.
«Yo estaba sentado en la sala y ella entró desde la cocina, me golpeó con fuerza en la nariz y se fue con una risita», cuenta.
«La violencia empezó entonces a tener lugar con regularidad».
Según John, su pareja intentó buscar la ayuda del médico de cabecera, acudió a algunas sesiones de terapia y fue remitida a un psicólogo, aunque no asistió a la cita.
Ella llegaba a casa desde el trabajo «y básicamente demandaba sexo», dice John.
«Se ponía violenta, y llegó el punto en que temía su vuelta a casa después de trabajar».
En una ocasión, la víctima se despertó y descubrió como su pareja había esposado su brazo derecho al marco metálico de la cama. Entonces comenzó a pegarle con un altavoz, amarró su otro brazo con una cuerda de nylon y le forzó a tener sexo.
Asustado y adolorido, John fue incapaz de satisfacer sus deseos, así que su pareja le pegó una vez más y le dejó atado a la cama durante media hora.
Tras liberarle, ella se negó a hablar sobre lo que había sucedido.
Poco después de ese incidente, quedó embarazada y la violencia se aplacó. Pero meses después, John se despertó otra noche esposado a la cama.
Entonces, cuenta, su pareja le forzó a tomar viagra y le amordazó. «No pude hacer nada al respecto».
«Después, me fui a la ducha y me senté pensando, no recuerdo durante cuánto tiempo. Cuando salí y me reencontré con ella, lo primero que me preguntó fue qué había para cenar».
Cuando John ha intentado contarle esto a otras personas, habitualmente se topa con la incredulidad.
«Me preguntan por qué no he dejado la casa. Pues bueno, porque fue la casa que yo había comprado para mis hijos. Financieramente estaba muy encerrado en la relación también», reconoce John.
«Todavía siguen desconfiando de mí mismo y me preguntan que por qué no le devolvía los golpes». Eso me lo dicen bastante, pero es mucho más fácil decirlo que hacerlo».
«Ojalá hubiese escapado antes».
«Penetración forzada»
Estos aspectos de la historia de John se repiten en otros hombres que la doctora Weare ha entrevistado.
Uno de sus hallazgos es que el perpetrador en casos de «penetración forzada» es a menudo la pareja o expareja femenina (su investigación se enfoca solo en la penetración forzada que involucra a hombres y mujeres), y que esta experiencia es solo una muestra más de un abuso doméstico más amplio.
Otros entrevistados también han sentido que sus experiencias generan desconfianza.
«Haberlo disfrutado o habertlo denunciado antes»; relata un hombre lo que le dijo un policía.
Algunos resultados de la doctora Weare incluyeron que los hombres sienten vergüenza de hablar del abuso sexual y doméstico, que el estrés postraumático que sufren es severo y que muchos de ellos tienen percepciones negativas sobre la policía, la ley y el sistema de justicia criminal.
Algunos de los mitos que la investigación de Weare despeja es que la penetración forzada es imposible porque los hombres son físicamente más fuertes que las mujeres y que consideran cualquier oportunidad sexual con una mujer como positiva.
Un tercer mito es que si el hombre tiene una erección significa que quiere sexo. De hecho, «una erección es un instinto puramente fisiológico», según Weare.
«Los hombres pueden experimentar y mantener una erección incluso cuando están asustados o enojados», prosigue Weare.
«También existe una investigación que muestra cómo las mujeres pueden responder sexualmente cuando son violadas (teniendo un orgasmo, por ejemplo) porque sus cuerpos están respondiendo fisiológicamente. Es una cuestión común para hombres y mujeres víctimas que no se discute mucho, pero existe una clara evidencia sobre esto.»
Presión
Un número de participantes del estudio contaron experiencias de penetración forzada después de emborracharse o estar drogados, y ser incapaces de detener lo que estaba ocurriendo.
Uno de los entrevistados describe cómo fue a casa con una mujer después de una noche en un club, y cómo no recuerda nada después de haber consumido lo que él sospecha fue una droga de violación. Reconoció que después tuvo sexo sin consentimiento.
Otro describe, en un nuevo estudio, cómo fue presionado para tener sexo durante su trabajo en un campamento de verano, cuando era estudiante.
Sucedió después de que una compañera de trabajo descubriese una carta que había escrito a su novio. Entonces le amenazó con divulgar que era homosexual a no ser que accediese a acostarse con ella.
Pensaba que si tenía sexo con una mujer «transformaría su vida y se convertiría en heterosexual», comenta este entrevistado, que como no había reconocido su preferencia ante familiares y amigos, se vio sin escapatoria.
El nuevo estudio de Weare indica que la mayoría de los participantes reconocieron sus experiencias de penetración forzada como «violación», y algunos sentían frustración de que tales hechos no contaran como violación bajo la ley de Inglaterra y Gales.
También lamentaron que la sociedad británica también fuera tendente a no reconocerlo como violación.
«Hablar sobre cómo tu expareja se emborrachaba y te forzaba a tener sexo, violarte básicamente, es lo que la mayoría de hombres desearían, ¿no?», dijo uno de los participantes.
«En el pub, ya sabes, ella se pone un poco borracha, se anima…¡Eso es! ¡Sería fantástico! ¡Me encantaría un poco de eso! Pues no, no lo desearías. No sucede en la manera que piensas.»
En uno de los documentos de la doctora Weare -titulado Oh, eres un hombre, cómo pudiste ser violado por una mujer, eso no tiene sentido (traducción literal de Oh, you’re a guy, how could you be raped by a woman, that makes no sense)- establece que en varios estados de EE.UU. la violación es ampliamente reconocida como un contacto sexual no consensuado.
Y que en Victoria, estado en Australia, existe un delito específico de «violación por penetración persuasiva.»
Una de las ocho recomendaciones del último estudio es que la reforma de la ley debe incluir los casos de penetración forzada como objeto de «grave consideración».
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