Agricultores intentan burlar el clima en África: ¿cómo lo hacen?

MCHINJI, Malawi — Cuando se trata de cultivar alimentos, algunos de los agricultores más pequeños del mundo se están convirtiendo en algunos de los más creativos del mundo. Al igual que Judith Harry y sus vecinos, están sembrando chícharo gandul para proteger sus suelos de un sol más intenso. Están plantando pasto vetiver para mantener a raya las inundaciones.

Están resucitando cultivos antiguos, como el mijo africano y los ñames olvidados, y plantando árboles que fertilizan el suelo de forma natural. Y algunos se están alejando de un legado del colonialismo europeo, la práctica de sembrar hileras e hileras de maíz y saturar los campos con fertilizantes químicos.

Harry ha abandonado la tradición de sus padres de cultivar sólo maíz y tabaco y agregó cacahuate, girasoles y soya a sus campos. “Un cultivo podría no prosperar”, dijo. “Otro cultivo podría funcionar bien. Eso podría salvar tu temporada”.

No se trata sólo de Harry y sus vecinos en Malawi, una nación mayoritariamente agraria en las líneas del frente de los peligros climáticos. Su variedad de innovaciones se ve multiplicada por los agricultores de subsistencia de todo el mundo. Es por necesidad.

Es porque dependen del clima para alimentarse, y el clima ha sido trastocado por 150 años de emisiones de gases de efecto invernadero.

Las sequías queman su suelo. Las tormentas llegan con venganza. Los ciclones, antes raros, ahora son habituales. A esto se agrega una escasez de fertilizantes químicos, que la mayoría de los países africanos importan de Rusia, ahora en guerra. Además, el valor de la moneda nacional de Malawi se ha reducido. Todo ello, todo a la vez.

Los agricultores de Malawi, un país de 19 millones de habitantes en el sureste de África, sólo pueden recurrir a sí mismos para salvarse del hambre.

El maíz, la principal fuente de calorías de la región, está en problemas. En el sur de África, las crisis climáticas han reducido las cosechas del maíz y si las temperaturas continúan aumentando se prevé que disminuyan aún más.

“El suelo se ha enfriado”, dijo Harry.

Rendirse no es una opción. Así que se hace lo que se puede. Se experimenta. Se toma el azadón y se construyen diferentes tipos de crestas para salvar el huerto de plátanos. Se comparte estiércol con los vecinos que han tenido que vender sus cabras en tiempos difíciles.

No hay garantía de que estas argucias sean suficientes. Eso quedó claro en marzo cuando un ciclón dejó caer seis meses de lluvia en seis días. Se llevó cultivos, casas, personas, ganado.

Aún así, siguen adelante.

“Rendirse significa que no hay comida”, dijo Chikondi Chabvuta, nieta de campesinos que ahora es asesora del grupo de ayuda CARE. “Hay que adaptarse”.

Y por ahora, hay que hacerlo sin mucha ayuda. El financiamiento global para ayudar a los países pobres a adaptarse a los peligros climáticos es una pequeña fracción de lo que se necesita, dijo Naciones Unidas.

Los padres de Alexander Mponda cultivaban maíz. Todos lo hicieron —hasta el Presidente fundador de Malawi, Hastings Kamuzu Banda, un autoritario que gobernó durante casi 30 años. Impulsó a Malawi a modernizar la agricultura, y el maíz era considerado moderno. Proliferaron las semillas híbridas. Los fertilizantes químicos estaban subvencionados. El mijo y el sorgo, que alguna vez se consumieron ampliamente, perdieron un mercado.

Así que Mponda, de 26 años, cultiva maíz. Pero ya no cuenta sólo con el maíz. El suelo está degradado por décadas de monocultivo.

“Nos vemos obligados a cambiar”, dijo.

Mponda forma parte de un grupo llamado Farmer Field Business School que realiza experimentos en una pequeña parcela de tierra. En una cresta, ha sembrado dos plántulas de soya una junto a la otra. En la siguiente, una. Algunas crestas se tratan con estiércol; otras no. Se están probando dos variedades de cacahuate.

El objetivo: ver qué funciona y qué no.

Mponda ha estado cultivando cacahuate, un cultivo comercial que también es bueno para el suelo. Este año plantó soya. En cuanto a su parcela de maíz, le dio media cosecha normal.

Muchos de sus vecinos están plantando camote. Han iniciado experimentos similares dirigidos por campesinos en todo el País.

Malawi ha visto sequías recurrentes en algunos lugares, lluvias extremas en otros, aumento de las temperaturas y cuatro ciclones en tres años. Al igual que en el resto de África subsahariana, el cambio climático ha disminuido la productividad agrícola, y un estudio reciente del Banco Mundial advierte que los impactos climáticos podrían reducir la ya frágil economía de la región entre un 3 y un 9 por ciento para el 2030.

La mitad de su población ya vive por debajo de la línea de pobreza. El 80 por ciento de ellos no tiene acceso a la electricidad. No tienen autos ni motocicletas. Los africanos subsaharianos representan apenas el 3 por ciento de los gases que calientan el planeta que se han acumulado en la atmósfera. Es decir, tienen poca o ninguna responsabilidad por el problema del cambio climático.

No hay mucho que los pequeños agricultores de un país pequeño puedan hacer si los mayores contaminadores climáticos del mundo, encabezados por Estados Unidos y China, no logran reducir sus emisiones.

A los 74 años, Wackson Maona tiene edad suficiente para recordar que en el norte, donde vive, cerca de la frontera con Tanzania, solía haber tres breves ráfagas de lluvia antes de que comenzara la temporada de lluvias. Las primeras eran conocidas como las lluvias que lavan las cenizas de los campos despejados después de la cosecha. Esas lluvias han desaparecido.

Los cielos son un misterio ahora, razón por la cual Maona cuida más el suelo. Se niega a comprar nada. Siembra semillas que guarda y alimenta su tierra con composta que hace. Tiene árboles altos cuyas hojas caídas actúan como fertilizantes. Tiene árboles bajos cuyas flores son pesticidas naturales.

“Todo es gratis”, dice.

Es la antítesis a la agricultura industrial.

Golden Matonga contribuyó con reportes a este artículo.

Por: SOMINI SENGUPTA

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