La tendencia no es nueva, pero con cada nuevo año escolar que comienza, como el que arrancó este martes en Estados Unidos, más y más colegios han comenzado a prohibir o limitar el uso de teléfonos celulares en aulas y centros educativos del país.
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En total, a lo largo de los últimos años, al menos cuatro estados –Florida, Indiana, Luisiana y Carolina del Sur– han aprobado leyes para eliminar los teléfonos inteligentes y celulares de los colegios y por lo menos en cuatro más –Virginia, Ohio, Connecticut y Alabama– ya tienen en vigor algún tipo de limitación o están en vías de adoptarlas.
Y son numerosas las ciudades o distrititos que vienen haciendo lo mismo a nivel individual. Si bien en cada estado, ciudad o distrito las medidas son diferentes, las razones detrás del “veto” son las mismas: cada vez más, profesores, políticos, funcionaros y expertos coinciden en que el uso aparatos no solo están interfiriendo en la educación de los jóvenes sino contribuyendo a problemas con la salud mental.
En junio de este año, el distrito educativo de Los Ángeles (California), que es el más grande del país con casi 450.000 estudiantes, se convirtió en uno de los primeros en prohibir de manera total el porte de los aparatos y el uso de redes sociales durante el día escolar.
Sabiendo lo que ya sabemos, algo teníamos que hacer. Los teléfonos inteligentes, y el contenido al que pueden acceder con ellos las 24 horas del día está distrayendo a nuestros hijos, impidiendo su educación y erosionando su salud mental.
Aunque los detalles específicos aún se están desarrollando, pues la prohibición entrará en vigor en enero-, la medida, como mínimo, exige que los teléfonos estén apagados mientras los estudiantes están en clases.
Algo muy similar a lo que prevé la ley aprobada en Florida que, si bien permite el porte de teléfonos, impide su uso durante clases “salvo cuando esté expresamente autorizada por un profesor y solo para fines educativos”.
La ley también les exige a los colegios bloquear el acceso a redes sociales desde los computadores, a menos que sea para enseñar a los estudiantes sobre los peligros de este tipo de plataformas.
Hoy día, casi el 100 por ciento de todos los jóvenes entre los 11 y 17 años tiene uno de esos aparatos y al menos el 97 por ciento lo utiliza durante una hora o más durante la jornada escolar.
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Como los casos de Los Ángeles o la Florida, en otras ciudades o estados las normas varían y son variopintas.
En algunos, por ejemplo, se permite el uso de los apartados durante la hora de almuerzo, o en los corredores de los centros educativos. Otros están implementando “zonas seguras” o espacios determinados donde estarían autorizados.
Muchos, como en el caso de Luisiana, requieren que los teléfonos estén apagados y guardados en casilleros. Y varios vienen experimentando con estuches seguros como los que vende la empresa Yondr, que permite al estudiante cargar el teléfono, pero que queda cerrado de manera automática mientras se encuentre en los predios del colegio.
“Sabiendo lo que ya sabemos, algo teníamos que hacer. Los teléfonos inteligentes, y el contenido al que pueden acceder con ellos las 24 horas del día está distrayendo a nuestros hijos, impidiendo su educación y erosionando su salud mental. Es muy triste entrar a una cafetería y ver a cinco estudiantes en una misma mesa y todos pegados a sus celulares», afirma Alberto Carvalho, superintendente en el distrito escolar de Los Ángeles y uno de los promotores de las medidas.
Parte del problema, de acuerdo con un estudio publicado por Common Sense Media, es que en los últimos 10 años y gracias a los avances y la propagación de la tecnología, los celulares se han convertido casi que una prenda de vestir para los estudiantes.
Hoy día, casi el 100 por ciento de todos los jóvenes entre los 11 y 17 años tiene uno de esos aparatos y al menos el 97 por ciento lo utiliza durante una hora o más durante la jornada escolar.
Ese, por supuesto, no siempre era el caso. De hecho, hasta el año 2009, cuando los teléfonos inteligentes hicieron su irrupción masiva, un 91 por ciento de los colegios en el país no los permitía entre sus estudiantes.
Pero, de acuerdo con el profesor de Harvard, Víctor Pereira, eso empezó a cambiar cuando las empresas comenzaron a desarrollar aplicaciones y programas que permitían utilizar los teléfonos móviles con fines educativos.
De repente, y gracias al lobby de muchas de estas empresas, los teléfonos comenzaron a verse como valiosos dispositivos de aprendizaje reduciendo su prohibición hasta casi el 50 por ciento para mediados de la década pasada.
La pandemia del coronavirus, y el cierre de los colegios que trajo consigo, exacerbó esa dependencia.
Uno de ellos, realizado por Instituto Tecnológico de Nueva York entre estudiantes universitarios en el 2022, mostró mejoras considerables entre jóvenes a los que se les retiró el celular durante las clases.
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Descubrimos que las personas que no tenían sus teléfonos tenían niveles más bajos de ansiedad, niveles altos de comprensión del curso y niveles altos de atención plena
Desde entonces, decenas de estudios muestran el efecto negativo que también tienen en la educación.
Uno de ellos, realizado por Instituto Tecnológico de Nueva York entre estudiantes universitarios en el 2022, mostró mejoras considerables entre jóvenes a los que se les retiró el celular durante las clases.
«Descubrimos que las personas que no tenían sus teléfonos tenían niveles más bajos de ansiedad, niveles altos de comprensión del curso y niveles altos de atención plena», afirma Melissa Huey, profesora asistente de psicología y una de las autoras del estudio.
Según Huey, los resultados probablemente serían más pronunciados si se midiera a los estudiantes entre grados de kínder y bachillerato. Eso es algo con lo que una gran mayoría de profesores coincide. De acuerdo con una encuesta del Pew Center realizada el año pasado, al menos el 73 por ciento de ellos cree que el uso excesivo de teléfonos está entorpeciendo su labor como educadores y causando otro tipo de problemas.
Según ellos, el asunto no es simplemente que algunos niños y adolescentes utilicen compulsivamente aplicaciones como Snapchat, TikTok e Instagram durante las clases, distrayéndose a sí mismos y a sus compañeros.
De manera paralela son empleados para matoneo, intimidación, explotación sexual o la propagación de vídeos de agresiones físicas contra compañeros que se han vuelto virales.
Aunque el problema parece muy claro y el péndulo parece estar girando hacia la prohibición o limitación de los teléfonos inteligentes, en la práctica también han venido surgiendo obstáculos.
Por un lado, muchos padres de familia y organizaciones que los representan han comenzado a expresar preocupación.
Para ellos limitar los celulares es limitar el acceso que tiene a sus hijos. Especialmente para casos de emergencia y en un ambiente como el actual donde los tiroteos en centros escolares son frecuentes.
Bandera de Estados Unidos.
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Entiendo por qué los quieren prohibir y no es bueno estar navegando dos horas seguidas en TikTok. Es fácil pintar una mala narrativa. Pero también, más personas de las que puedas imaginar lo están utilizando para ser más inteligentes, y más inteligentes que cualquier generación anterior
Para abordar algunas de estas preocupaciones, algunos estados y distritos están llegado a alternativas creativas. En una enmienda que se incluyó en la Ley de Escuelas sin Teléfonos que avanza en California, los legisladores agregaron algunas excepciones, como que las escuelas no pueden prohibir a los estudiantes el uso de teléfonos durante emergencias.
Otras, por ejemplo, les apuestan a dispositivos como el de Yondr, que les permite a los estudiantes conservar sus dispositivos a todo momento en lugar de tener que entregarlos a la entrada o dejarlos guardados bajo llave.
Además, hay que entender, dice Francine Ávila, directora de un colegio en Los Ángeles, que los teléfonos son ya como una parte del cuerpo de los jóvenes y que removerlos de por si genera angustia.
“Y solo porque les retiremos o limitemos los teléfonos no quiere decir que los otros problemas que existen, como el matoneo y las redes sociales van a desaparecer de sus vidas. Además de medir el impacto en la educación, los colegios deben considerar estos otros elementos”, añade Anthony Vaccaro, profesor de psicológica en la Universidad de Carolina del Sur.
Adicionalmente, también pesa en la discusión el impacto que tendría la prohibición de un dispositivo que, bien utilizado, podría ser beneficioso para los estudiantes.
“Entiendo por qué los quieren prohibir y no es bueno estar navegando dos horas seguidas en TikTok. Es fácil pintar una mala narrativa. Pero también, más personas de las que puedas imaginar lo están utilizando para ser más inteligentes, y más inteligentes que cualquier generación anterior», le decía al Washington Post Nate Casibang, estudiante de último año de la escuela secundaria Sickles en el condado de Hillsborough, en Florida.
Por eso otros, como el profesor de inglés Calvin Dillon, favorece un enfoque que corrija problemas, pero aproveche también las ventajas.
“Las prohibiciones totales no funcionan. No es realista pensar que se pueden eliminar los teléfonos de un momento a otro. Lo que también hay que hacer es crear en el aula una experiencia para el estudiante que sea más atractiva que estar mirando un teléfono todo el día”, sostiene Dillon.
En todo caso se trata de un debate que crece con cada día que pasa y que va a condicionar la experiencia de millones de estudiantes de Estados Unidos en los años que están por venir.
SERGIO GÓMEZ MASERI
Corresponsal de EL TIEMPO
Washington