¿Está Donald Trump por encima de la ley? / Análisis

Las cosas se han puesto feas en Washington después de la publicación, el mes pasado, del informe del fiscal especial Robert Mueller sobre la interferencia rusa en la elección presidencial estadounidense de 2016; y van a ponerse peor. Ya es evidente que Estados Unidos tiene un fiscal general convencido de que su trabajo es proteger al presidente. En su reciente testimonio ante la Comisión de Asuntos Jurídicos del Senado, William Barr (el más alto funcionario a cargo de la aplicación de la ley) mintió y ocultó información con total descaro.

Que Barr asumiera el papel de abogado defensor y operador judicial del presidente Donald Trump no sorprendió a quienes se acuerdan de su actuación como fiscal general durante la presidencia de George Bush (padre), cuando ayudó a ocultar el escándalo Irán-contras de fines de los ochenta.

Para su segunda temporada en el papel, audicionó redactando (por iniciativa propia) un memorándum de 19 páginas en el que sostiene que, por definición, un presidente no puede obstruir la justicia, de modo que la investigación de Mueller parte de un “error de interpretación fatal”. En su ridícula opinión, un presidente puede impedir que lo investiguen si cree que no es justo.

En Barr, Trump encontró por fin a su Roy Cohn, el tristemente célebre abogado neoyorquino que lo sacó de varios aprietos legales. Trump estaba furioso con su primer fiscal general, Jeff Sessions, por recusarse a sí mismo en la investigación sobre Rusia, y terminó despidiéndolo.

En cuanto a Mueller, aunque dio diez ejemplos de probable obstrucción, luego siguió una discutible directriz del Departamento de Justicia en contra de que se acuse a presidentes en ejercicio, se abstuvo de decidir respecto de si hay motivos para procesar a Trump y delegó esa decisión al Congreso.

Pero Barr se adelantó a declarar la inocencia de Trump, primero en una carta del 24 de marzo al Congreso en la que supuestamente resume las conclusiones del informe de Mueller, y luego en una extravagante conferencia de prensa que dio noventa minutos antes de publicar una versión editada del informe. En su testimonio ante el Senado, aseguró que no comprendía por qué Mueller se abstuvo de decidir sobre las acusaciones de obstrucción. Pero en ese momento, la carta del 24 de marzo ya había sido desmentida.

El día antes del testimonio de Barr ante el Senado, ‘The Washington Post’ reveló que Mueller le había escrito para cuestionar la carta, ya que “no representa totalmente el contexto, la naturaleza y las conclusiones” del informe. Mueller le exigió que publicara los resúmenes que él mismo había escrito de los dos volúmenes del informe.

Con la redacción de un resumen propio y demorando la publicación del informe, Barr ganó tiempo para urdir una interpretación falsa de las conclusiones de Mueller (que Trump describió como “exoneración total”). Pero aunque Mueller se abstuvo de recomendar que se procese a Trump, su informe dice explícitamente que no lo libra de culpa. Después de eso, más de 450 exfiscales federales firmaron una carta abierta en la que afirman que, de no ser por la directriz del Departamento de Justicia, Trump ya enfrentaría cargos de obstrucción.

Tras dirigir una investigación de dos años sin ninguna filtración, que Mueller enviara a Barr un mensaje escrito es extraordinario. Se sobreentiende que el autor de una comunicación de esa naturaleza espera que se haga pública. En su testimonio ante el Senado, un Barr visiblemente molesto desestimó la nota enviada por Mueller (a la que calificó como “quisquillosa”) y dijo que fue “probablemente escrita por un miembro de su personal”.

Resulta significativo que después de recibir el escrito de Mueller, Barr haya declarado bajo juramento ante la Comisión de Asignaciones de la Cámara de Representantes que no conocía la opinión de Mueller sobre su carta del 24 de marzo. En cuanto los miembros de la Comisión supieron que Barr ya había recibido el escrito, le exigieron la renuncia. Nancy Pelosi, presidenta demócrata de la Cámara, acusó a Barr de mentirle al Congreso y señaló que eso es “un delito”.

Con su testimonio ante el Senado, Barr quedó muy mal parado. Luego, como era previsible, se negó a presentarse en una audiencia programada para el día siguiente en la Comisión de Asuntos Jurídicos de la Cámara de Representantes (a modo de pretexto cuestionó que los asesores letrados de la Comisión iban a poder hacer preguntas, algo que es rutinario).

La cuestión ahora es si los representantes demócratas iniciarán un juicio político a Trump. Hasta ahora, Pelosi se mostró contraria, por temor a generar una disputa que consolide el apoyo de la base republicana a Trump. Y como es improbable que el Senado (controlado por los republicanos) dé los dos tercios de votos necesarios para condenar y destituir a Trump, Pelosi cree que los demócratas deben dedicar sus energías a derrotarlo en 2020.

Hace poco dijo que se necesita una victoria demócrata contundente, ya que de lo contrario Trump podría cuestionar el resultado e incluso negarse a dejar el cargo (una posibilidad cada vez más comentada en Washington).

Que el Congreso no cumpla su deber constitucional de exigir rendición de cuentas a un presidente entre elecciones puede sentar un peligroso precedente y alentar una conducta todavía más autoritaria de Trump. Aunque los senadores republicanos siguieran protegiéndolo (en privado lo consideran un peligro), los representantes demócratas todavía pueden dejar en claro que la conducta del presidente fue inaceptable.

‘No es el momento’: Pelosi

Pero Pelosi insistió en que “todavía no es el momento”. Tanto ella como Trump parecen estar haciendo tiempo; en algún punto, la elección de 2020 estará demasiado cerca para iniciar un juicio político. Pero puede que los acontecimientos la obliguen a cambiar de idea.

Trump ya está tratando de blindarse contra futuras investigaciones, no solo en cuanto a Rusia, sino también en lo referido a sus prácticas comerciales (es el primer presidente en décadas que no publica su declaración de impuestos) y sobre la posible influencia de sus negocios privados en su política exterior. Afirmó que el caso “está terminado”, y describió a los demócratas como obsesionados con investigarlo, en vez de avanzar en cuestiones de interés público.

Se opone a que se llame a dar testimonio a funcionarios actuales (e incluso anteriores), y su gobierno ya está ignorando citaciones del Congreso con carácter legal. Buen conocedor del poder de la televisión, ahora se desdijo y no quiere que Mueller se presente ante el Congreso. Una conducta similar fue la base de uno de los tres elementos de juicio político contra el presidente Richard Nixon.

Entre tanto, Trump dejó la puerta abierta para que Rusia acuda una vez más en su auxilio en 2020. La Casa Blanca y los líderes republicanos en el Congreso bloquearon un proyecto de ley para proteger las elecciones estadounidenses de ataques extranjeros. Y funcionarios de la administración recibieron instrucciones de no mencionar el tema de la interferencia rusa al presidente, para no poner en duda su legitimidad.

El siguiente acto de este drama está por comenzar. Barr, con ayuda del compañero de golf de Trump y presidente de la Comisión de Asuntos Jurídicos del Senado (el republicano Lindsey Graham), ya está ocupado en difundir la fantasía de Trump de que la investigación de Mueller fue una “cacería de brujas” organizada por miembros del “Estado profundo” que siguen a Hillary Clinton.

Una vez más, se perseguirá a agentes (actuales y pasados) del FBI, sea por haber criticado a Trump o por haber iniciado una investigación por motivos de seguridad nacional en torno de la interferencia de una potencia hostil en la elección presidencial estadounidense (que siguió durante la elección intermedia de 2018). De hecho, Barr acaba de designar al fiscal John Durham para que indague el origen de la investigación contra Trump.

El director del FBI, Christopher Wray, comentando el informe de Mueller, dijo que los rusos ya están “mejorando el nivel de juego”. Con una fiscalía general corrupta y un Partido Republicano obsecuente, un vengativo Trump está decidido a ponerse por encima de la ley. La próxima ronda de degollina está cerca y habrá inocentes lastimados.

La novela de la investigación de la trama rusa

Un informe de la Dirección de Inteligencia Nacional de Estados Unidos (DNI, por su sigla en inglés) concluyó en 2017 que hubo intervención de Rusia en las elecciones presidenciales de Estados Unidos de 2016, que llevaron al triunfo del republicano Donald Trump. Según la investigación, Rusia habría ordenado la intervención para debilitar la confianza en el proceso electoral de EE. UU. y perjudicar a Hillary Clinton. La DNI informó que Rusia ‘hackeó’ al Comité Nacional Demócrata y filtró documentos a WikiLeaks. Trump, entonces presidente electo, rechazó el informe.

El Senado defendió el trabajo de las agencias de inteligencia y propició una investigación que pretendía determinar si hubo coordinación entre el equipo de Trump y el Gobierno ruso en la injerencia electoral. Robert Mueller, exdirector del FBI, fue nombrado como fiscal para el caso. En marzo, el fiscal general, William Barr, dijo que “la investigación no encontró que la campaña de Trump o cualquier persona relacionada con ella conspiró o coordinó con Rusia en sus esfuerzos por influir en las elecciones presidenciales”.

ELIZABETH DREW*
© Project Syndicate
Washington* Elizabeth Drew es una periodista y escritora residente en Washington. Su libro más reciente se titula ‘Washington Journal: Reporting Watergate and Richard Nixon’s Downfall’ (‘El diario de Washington: Watergate y la caída de Richard Nixon’).

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