Varios ataques sacudieron a Estados Unidos en las últimas semanas y trajeron un sentimiento de vulnerabilidad que hace mucho tiempo no se vivía en ese país.
Esta violencia está alentada por un odio racial que, bajo el formato del terrorismo nacionalista blanco, ha hecho que los temas de política migratoria y control de armas vuelvan a estar en el centro de la agenda política.
La mezcla de estos tres elementos –nacionalismo blanco, política migratoria y uso de armas de fuego– mueve los más profundos temores de la sociedad norteamericana en un contexto de polarización donde las diferencias se ahondan cada vez más.
El 19 de abril de 1995 una bomba voló la fachada de las oficinas del FBI en Oklahoma City (la capital del estado de Oklahoma), dejando más de 160 muertos y cerca de 700 heridos. El responsable, Timothy McVeigh, era un supremacista inspirado en figuras del nacionalismo blanco como Jeff Cooper y William Turner Pierce, autor de la novela distópica de culto de la extrema derecha ‘Los diarios de Turner’.
McVeigh, un hombre blanco marginado y en bancarrota, había tenido relación con las milicias conservadoras de Michigan y era un asiduo activista defensor del derecho a portar armas. El perfil de este criminal cumplía con todas las características de un ataque por resentimiento propio de un hombre traumatizado por su participación en la primera guerra de Irak y frustrado por el fracaso de sus proyectos económicos y laborales.
El ataque de El Paso, Texas, justificado por su perpetrador, Patrick Crusius, como una respuesta a la “invasión hispana” de Texas, así como los ataques que vendrán, no son de ninguna manera un tipo de terrorismo nuevo, sino el regreso del legado de supremacistas como McVeigh y muchos otros.
Aunque esta vez hay una diferencia. Ya no se trata de un discurso aislado y marginal condenado a la clandestinidad de reuniones secretas y sectas políticas en zonas rurales del sur y el medio oeste de Estados Unidos. Hoy, este discurso se ha posicionado en el centro del debate público, convirtiéndose en una visión ‘mainstream’ afianzada por el propio presidente Trump y divulgada por medios tan importantes como la cadena Fox.
Amenazas inventadas
Entre los difusores del supremacismo blanco se hace eco de una idea que subyace tras esta renovada ola de violencia racista: el ‘gran reemplazo’. También conocida como el ‘genocidio blanco’, es una teoría conspirativa que se consolidó en la cosmovisión política del nacionalismo blanco, según la cual los pueblos blancos y cristianos están siendo reemplazados por otras poblaciones provenientes del tercer mundo. De acuerdo con ellos, este es un ataque contra la diversidad étnica, pues se reclaman como una minoría en potencia.
Aunque esta teoría conspirativa (inspirada en la novela distópica ‘El desembarco’ de Jean Raspail) suene descabellada para gran parte del liberalismo occidental, ha hecho mella en jóvenes blancos radicalizados en Estados Unidos y otras partes del mundo a través de los discursos de políticos conservadores como Donald Trump y Jean-Marie Le Pen. Por ejemplo, Dylann Roof, el joven que en el 2015 disparó contra una iglesia en Charleston, Carolina del Sur, y mató nueve afroamericanos, declaró que su objetivo era empezar una guerra racial.
Los tiroteos de hace unas semanas en Gilroy, California, y en El Paso confirman que el terrorismo nacionalista blanco ha vuelto para quedarse y que, además, se posiciona como la amenaza doméstica de seguridad nacional más importante hoy para Estados Unidos, incluso por encima del yihadismo.
Extremismo y armas
Uno de los estudios más recientes sobre violencia extremista en Estados Unidos señala que entre 2009 y el año pasado el extremismo nacionalista blanco había sido responsable del 73 por ciento de las muertes relacionadas con este fenómeno.
Los ataques aumentan cada año y se expanden a lo largo del país: Portland, Pittsburgh, Charlottesville, Kentucky y California, pero también en otros países como Reino Unido, Suecia, Nueva Zelanda e, incluso, Canadá. De acuerdo con el diario británico ‘The Guardian’, al menos 175 personas han muerto en los últimos años en ataques de este estilo.
En este contexto, y teniendo en cuenta el comienzo de la campaña presidencial, el control de armas, junto con la política migratoria, recobra importancia como uno de los temas más polémicos en el debate norteamericano.
Ambos temas aparecen ligados en el discurso nacionalista blanco a manera de amenaza y salvación. Así lo demuestra una reciente investigación sobre porte de armas en Estados Unidos, reseñada por Jeremy Smith en el blog ‘Scientific American’.
En este texto, Smith parte de un dato que demuestra la magnitud del problema. En Estados Unidos existen 300 millones de armas en poder de civiles –casi un arma por habitante–, lo que corresponde a un estimado del 48 por ciento de las 650 millones de armas en manos de civiles en todo el mundo. Sin embargo, la parte reveladora es que casi la mitad de esas armas están en manos del tres por ciento de la población estadounidense.
Es decir, el país está ante una situación de profunda polarización política, donde cerca de nueve millones de ciudadanos tienen armas acumuladas. El tema es aún más grave, pues los estudios sugieren que esas personas cumplen con un perfil específico: son hombres blancos con un grado de educación medio y cuyas motivaciones para estar armados incluyen la ansiedad por proteger a sus familias, la incertidumbre sobre el mercado laboral y el miedo racial. Sienten que los migrantes amenazan su trabajo, su propiedad y su familia.
Esta es una verdadera bomba de tiempo que se vuelve escalofriante cuando se tienen en cuenta algunos rasgos de los ataques de las últimas semanas.
En términos legales, el tirador de El Paso no estaba incurriendo en ningún delito hasta el momento en que empezó a disparar indiscriminadamente, ya que las leyes del estado de Texas autorizan el porte de este tipo de armas bajo licencia. ¿Cómo prevenir estos incidentes con un marco legal así?
En el caso de Dayton, Ohio, que al parecer no estuvo directamente relacionado con el nacionalismo blanco, el tirador tenía un proveedor de 100 cartuchos, algo también legal. Aunque la Policía lo neutralizó en tan solo 24 segundos, el desenlace fue de 9 muertos y 24 heridos. Esto es demasiado poder de fuego en manos de una persona que tenía tendencias homicidas desde el colegio y que hacía parte de una banda de metal ‘Pornogrind’ (subgénero), la cual profesa abiertamente la misoginia.
Como se ha dicho en diferentes ocasiones, existe suficiente evidencia de la relación entre armas de fuego y problemas de violencia derivados de la falta de regulación del porte y uso de armas. Aunque el fenómeno del nacionalismo blanco no es nuevo ni sucede solo en Estados Unidos, allí es más letal que en otros países desarrollados, al igual que el fenómeno de pandillas o la violencia urbana, por el simple hecho de la circulación desregulada de armas de fuego.
Estados Unidos está ante una situación de profunda polarización política, donde cerca de nueve millones de ciudadanos tienen armas acumuladas
Lo peor está por venir
El contraste entre las acciones tomadas por Nueva Zelanda tras el ataque terrorista en Christchurch en marzo de este año y las anunciadas por el presidente Trump tras los más recientes ataques demuestra la improbable solución a este problema en el mediano plazo en Estados Unidos.
Mientras que en el país oceánico se adoptaron estrictas regulaciones de control de armas, el presidente Trump y sus aliados no han dudado en calificar el problema como uno de salud mental e, incluso, sin ruborizarse, han planteado la posibilidad de que esté relacionado con la violencia de algunos videojuegos de moda, como Fortnite. Tan solo un día después de que un tirador fuera capturado mientras entraba con un rifle de asalto y material de intendencia a un almacén en Kansas, la cadena Walmart anunció que retiraría de sus tiendas los videojuegos violentos, pero no las armas.
Lo cierto es que mientras el nacionalismo blanco, liderado, o al menos avalado, por el discurso del presidente Trump, quien calificó el problema migratorio como una invasión (el mismo término utilizado por el atacante en El Paso), permanezca intacto y adquiera mayor espacio político en el país, sus ciudadanos estarán atemorizados.
Unos días después de los ataques, una estampida tuvo lugar en Times Square, luego de que alguien confundiera el ruido de una moto con disparos de fusil. Esto es síntoma de un país traumatizado, en donde se puede ser víctima de un ataque en la iglesia, la universidad, el colegio, el centro comercial o en cualquier otra parte.
JORGE MANTILLA*
Razón Pública
* Investigador asociado del Great Cities Institute, Chicago
Twitter: @jmantillaba