Este mes se celebra el 30.° aniversario del inicio de una transformación milagrosa que vivió Europa –y la civilización humana en general– y que quedó grabada en la memoria del mundo.
En el verano de 1989, la Unión Soviética estaba en una caída terminal. Allí, las políticas de glasnost y perestroika de Mijail Gorbachov habían abierto las compuertas del cambio, pero Gorbachov parecía creer que el sistema comunista podía salvarse a través de la reforma.
Mientras tanto, en la periferia del imperio soviético, muchos temían que un potencial colapso del sistema traería de vuelta los tanques del Ejército Rojo a las calles y las plazas de las ciudades.
Los recuerdos de las persecuciones soviéticas en Berlín en 1953, Budapest en 1956 y Praga en 1968 se mantenían vivos, al igual que la represión de los Estados bálticos en el período previo a la Segunda Guerra Mundial.
Nacida en el terror, a la Unión Soviética la habían sostenido las botas militares y la policía secreta. Nadie sabía si podía sobrevivir sin recurrir a la fuerza bruta una vez más. Eran momentos de nerviosismo, pero también era un tiempo de cambio.
Los esfuerzos por sofocar al sindicato independiente de Polonia, Solidaridad, habían fracasado. Obligado a llegar a un acuerdo, el régimen comunista polaco llevó a cabo elecciones semilibres en junio de 1989, en las que Solidaridad ganó todas las bancas en disputa excepto una. Mientras tanto, en las tres repúblicas bálticas (Estonia, Letonia y Lituania), amplios “frentes populares” reclamaban más autonomía de la Unión Soviética, y pronto empezaron a exigir plena independencia.
El 23 de agosto, dos millones de personas formaron una cadena humana que se extendió por 600 kilómetros en Estonia, Letonia y Lituania, reclamando independencia.
El momento de la llamada Cadena Báltica no fue accidental. Exactamente 50 años antes, Hitler y Stalin habían sellado un pacto secreto de no agresión, por el cual la Alemania nazi y la Unión Soviética se repartirían Europa del este. Eso preparó el camino para la Segunda Guerra Mundial e inmediatamente decretó el fin de la libertad y la independencia en el Báltico.
Pero la arena central y potencialmente explosiva en 1989 era la llamada República Democrática Alemana (RDA) –es decir, la Alemania del este comunista–. Unos pocos días antes de que se formara la cadena humana en el Báltico, unos 700 alemanes del este hicieron una manifestación pacífica en la cual cruzaron el alambre de púas cerca de Sopron, una pequeña ciudad húngara en la frontera con Austria.
El 9 de noviembre, los líderes de la RDA torpemente abrieron el propio muro de Berlín.
Lo que se conoció como el Pícnic Paneuropeo fue la mayor fuga detrás de la Cortina de Hierro desde la construcción del muro de Berlín. Había sido planeada para probar la reacción de las autoridades soviéticas.
La Cadena Báltica fue tolerada y simplemente se ignoró el Pícnic Paneuropeo. Pero el potencial latente de estas manifestaciones pronto se volvió evidente. La gente empezó a huir de la RDA de a miles. En poco tiempo, las autoridades húngaras no tuvieron otra alternativa que abrir la frontera. Hordas de alemanes del este entraron a Checoslovaquia en busca de una ruta hacia Occidente. El 9 de noviembre, los líderes de la RDA torpemente abrieron el propio muro de Berlín.
El Estado alemán del este desaparecería en menos de un año. Luego de elecciones democráticas en marzo de 1990, los alemanes del este se fusionaron con la República Federal de Alemania. Una vez desaparecida la RDA, el colapso del imperio soviético estaba decretado.
Algunos piensan que el cambio trascendental que comenzó en 1989 era inevitable. En junio de ese año, los dirigentes ancianos de China habían desplegado tanques para aplastar (literalmente) el movimiento pacífico por la libertad en la plaza Tiananmén. Y había muchos líderes comunistas que reclamaban una “solución china” para las manifestaciones de 1989.
En efecto, en el puesto de comando soviético justo al sur de Berlín, mariscales del Ejército Rojo esperaban órdenes para entrar y salvar al imperio por cualquier medio que fuera necesario.
Afortunadamente, esa orden al Ejército Rojo nunca se emitió. Parte de la razón fue que los líderes soviéticos creían, erróneamente, que una represión era innecesaria, y que el sistema sobreviviría. Pero también se debió a que fuerzas democráticas estaban empezando a afirmarse dentro de la propia Rusia. Hace 30 años, Europa experimentó unos pocos meses verdaderamente milagrosos.
*Ex primer ministro y ministro de Relaciones Exteriores de Suecia.