El crudo relato de una madre cuya hija fue asesinada por pandilleros en Haití

Fue la peor guerra de pandillas que Haití haya visto en años.

Delincuentes luchando por territorio habían bloqueado casi todas las rutas de escape de la barriada más grande del País en la Capital.

Hombres armados iban de puerta en puerta, incendiando hogares y asesinando a residentes que ellos juzgaban que eran leales a sus enemigos.

No obstante, una mujer llamada Mamaille tenía esperanzas.

Criaba sola a sus cuatro hijos, luego de que el padre de los niños desapareció meses antes. Mamaille, de 39 años, nunca averiguó si fue asesinado o simplemente huyó de la violencia interminable.

Ahora había hallado la forma de sacar por lo menos a una hija de su barrio.

Sería peligroso, pero quedarse cruzada de brazos significaba vivir con el miedo de saber que atrocidades indescriptibles podrían suceder en cualquier momento. Significaba recorrer kilómetros a pie para pedir limosna frente a iglesias para alimentar a su familia, cuando simplemente salir de casa podría costarle la vida.

Los asesinatos aleatorios, las masacres, las casas incendiadas por completo, los cuerpos chamuscados y mutilados que se acumulaban bajo el Sol —esas pesadillas estaban bien documentadas. La gente compartía fotografías de las víctimas más recientes de las pandillas en sus grupos de chat de WhatsApp. Para Mamaille, la pobreza hacía que huir fuera casi imposible. Entonces, se enteró de un plan que involucraba a una monja intrépida quien ella creyó que podría salvar a su hija.

El barrio de Mamaille, Cité Soleil, está dominado por dos pandillas rivales con zonas de control tan bien definidas que los residentes pueden trazar un mapa preciso de las calles que dividen sus territorios.

Antes las pandillas hacían un mayor esfuerzo para ganarse la confianza de la gente que dominaba, señalaron expertos.

No obstante, eso aparentemente cambió en años recientes, a medida que el Gobierno cedía más poder que nunca a grupos armados que empezaron a anexar un extenso territorio nuevo —y perpetrando secuestros y extorsiones a gran escala.

“Perciben tanto dinero que no están tomando órdenes de nadie”, dijo Reginald Delva, un asesor de seguridad haitiano.

Para reafirmar su dominio, los grupos armados se han convertido en agentes de terror incontrolable. Una de sus armas preferidas: las violaciones.

“Es otra forma de intimidar a la población”, dijo la hermana Paesie, una monja que ha abierto varias escuelas y albergues en algunas de las zonas más pobres de la Capital.

En una de sus instalaciones, la monja ha acogido a docenas de mujeres y niñas que fueron violadas o amenazadas por pandilleros.

Tantas mujeres han huido de Cité Soleil que Paesie se quedó sin espacio para albergarlas, así que empezó a rentar hogares en barrios más seguros para ellas.

En julio, Paesie recibió una llamada de una de las escuelas que opera en Cité Soleil. Se propagó el rumor de que la monja estaba lista para llevar a niños de escuela a un área más segura y, por lo tanto, cientos de alumnos se habían reunido en una capilla local para esperarla.

La hija de 17 años de Mamaille se contaba entre ellos.

Sin embargo, Paesie no pudo ingresar al área debido a la intensa violencia ese día —así que Mamaille y su hija se dirigieron a casa.

Justo antes de llegar a casa, estalló el fuego de armas automáticas.

“Vi que mi hija había recibido un disparo”, recordó Mamaille. Para cuando llevó a su hija a una clínica, la chica ya había muerto.

El día siguiente, Paesie logró llegar a los límites del barrio de Mamaille, y dijo que, con el tiempo, sí ayudó a evacuar a cientos de niños. La monja ha sido testigo de mucho dolor en Haití. Pero lo que les sucedió a Mamaille y su hija la ha hecho sentir más impotente que casi cualquier otra cosa.

Tras dejar el cuerpo sin vida de su hija en la clínica, Mamaille deambuló por las calles gritando de angustia.

Su llanto debió haber llamado la atención de pandilleros porque un grupo de hombres armados la llevaron a rastras detrás de una casa y la violaron, uno por uno, dijo Mamaille. Eran ocho hombres y la golpearon antes de marcharse, narró ella.

Luego de que se fueron los hombres, Mamaille no tuvo más opción que ponerse de pie, caminar a casa y de alguna forma reanudar la labor de sobrevivir.

Por las noches, cuando Mamaille mira fijamente el techo en su choza, puede ver el cielo a través de los orificios de bala que quedaron en su techo de lámina tras un enfrentamiento el verano pasado.

Imagina a su hija allá arriba. “Creo que su alma podría estar en el cielo y empiezo a llorar”, expresó Mamaille.

Por: Este artículo fue escrito Natalie Kitroeff, Andre Paultre y Adriana Zehbrauskas

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