En todo el mundo hubo repercusiones económicas

El mapamundi muestra que para ir desde Colombia hasta Ucrania hay que recorrer cerca de 11.000 kilómetros en línea recta. Por grande que parezca, dicha distancia puede llegar a ser inexistente en un planeta globalizado, pues mucho de lo que sucede allá tiene efectos aquí o en cualquier otra latitud.

Y es que, aun si se hace abstracción de lo que pasa en el campo de batalla, no hay duda de que la invasión de las tropas rusas ha afectado en forma significativa a la economía mundial y, de paso, el bienestar de una parte importante de la humanidad. Muchas de esas consecuencias se vieron de manera inmediata, pero otras son de largo plazo y se sentirán a lo largo de décadas.

De tal manera, aquí está en juego algo que trasciende las condiciones de seguridad regionales o la propia geopolítica. Puesto de manera directa, los historiadores hablan de un punto de inflexión que cambia en forma trascendental el rumbo del progreso presente y futuro. 

Efectos varios

En un primer momento lo que ocurrió fue una interrupción súbita en las cadenas de suministro de alimentos, minerales e insumos industriales, por parte de dos grandes exportadores de materias primas. No hay que olvidar que las dos naciones eslavas venden en conjunto el 12 por ciento de las calorías que consumen los habitantes de la Tierra, una décima parte del petróleo o una alta proporción de los fertilizantes, por lo cual el choque se sintió rápidamente.

De un lado, las hostilidades llevaron al cierre de varios puertos del mar Negro y de incontables fábricas, con lo cual se desplomó la oferta de trigo, maíz o acero. Del otro, Moscú redujo el bombeo de gas natural a Europa, mientras el Viejo Continente aplicó múltiples sanciones que incluyeron el crudo que vende Rusia.

En ambos lados del Atlántico los índices de precios llegaron a ubicarse por encima del 10 por ciento anual a mediados del año pasado, la tasa más alta de los últimos 40 años

Como resultado, las cotizaciones de los bienes primarios se dispararon y, de paso, la inflación. En ambos lados del Atlántico los índices de precios llegaron a ubicarse por encima del 10 por ciento anual a mediados del año pasado, la tasa más alta de los últimos 40 años.

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Si bien el fenómeno ya había empezado a hacerse evidente por cuenta de los desequilibrios causados por la pandemia, lo que parecía ser algo temporal y manejable acabó volviéndose permanente y complejo de controlar. Así, a los principales bancos centrales no les quedó más remedio que subir sus tasas de interés con el fin de poner la carestía en cintura.

Dicha determinación trajo consigo una menor tasa de crecimiento mundial, tanto en 2022 como en las proyecciones de este año en adelante. En términos prácticos, ello equivale a moverse por un carril más lento del que se habría transitado en ausencia del conflicto.

Como lo han señalado diversas entidades multilaterales, las cosas habrían podido salir peor. En lo que atañe a los europeos, estos pudieron evitar el escenario de cortes de energía o de tarifas de luz y calefacción prohibitivas, gracias a una combinación de estrategias y a cierta ayuda de la naturaleza, pues el invierno actual no ha traído un frío extremo.

Por otro lado, las medidas para contener la inflación empezaron a dar resultados antes de lo esperado, con lo cual el ritmo de las alzas es menor ahora. Gracias a lo sucedido, los intereses tendrán un apretón adicional, pero mucho menos fuerte de lo que se llegó a prever.

Todo apunta, entonces, a que ya no habrá una recesión generalizada en 2023. De hecho, en su más reciente ejercicio de proyecciones el Fondo Monetario Internacional elevó ligeramente la apuesta sobre el crecimiento global de 2,7 a 2,9 por ciento este año.

Aparte de que sigue habiendo muerte y destrucción en territorio ucraniano, no hay ninguna solución pacífica a la vista y los riesgos siguen a la orden del día

No obstante, que las cosas no hayan resultado tan mal en los meses recientes es algo muy distinto a decir que la emergencia haya quedado superada. Aparte de que sigue habiendo muerte y destrucción en territorio ucraniano, no hay ninguna solución pacífica a la vista y los riesgos siguen a la orden del día.

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Mecanismos como el que le permite a Ucrania exportar sus cereales por barco son frágiles. Por su parte Rusia anunció que recortará en un cinco por ciento sus despachos de crudo, algo que, combinado con la reactivación de China, mantendrá arriba las cotizaciones de los hidrocarburos.

Bajo esa perspectiva, la lucha contra la inflación no ha terminado. Cualquier especialista en estos asuntos sabe que hay unas inercias subyacentes que obligan a los bancos centrales a mantener corta la rienda durante un largo rato. Para citar un ejemplo reciente, el fortalecimiento experimentado por el dólar en los últimos días, responde a las expectativas de que el costo del dinero en el hemisferio norte se mantendrá elevado.

Costos sociales 

Lo señalado a lo mejor le suena lejano al ciudadano de a pie que en cualquiera de los cinco continentes debe enfrentar los desafíos de su realidad diaria. Pero el impacto está presente cada vez que una persona acude a un mercado a comprar comida, paga la cuenta de un restaurante o llena su vehículo de gasolina.

Aquello de que el dinero no alcanza es resultado de múltiples factores, pero sin duda los episodios en Ucrania tienen una alta cuota de responsabilidad en la estrechez que afecta a millones de familias. Una caída en los ingresos reales se traduce en tasas de pobreza más elevadas.

Lo más grave de todo es el salto en la inseguridad alimentaria aguda en zonas de África o Asia. De acuerdo con cifras de la Naciones Unidas, cerca de 350 millones de personas se encuentran en esta condición, más del doble que antes de la pandemia. Y de ese total, alrededor de un millón se encuentra en peligro de morir de inanición.

Ya sea en Sri Lanka, en Egipto o en Haití, los estómagos vacíos se traducen en cambios de gobierno, desórdenes y críticas al sistema que en algunos lugares se reprimen a la fuerza

Ante la escasez o los mayores precios, el descontento no tarda en aparecer. Ya sea en Sri Lanka, en Egipto o en Haití, los estómagos vacíos se traducen en cambios de gobierno, desórdenes y críticas al sistema que en algunos lugares se reprimen a la fuerza.

América Latina no es ajena a la circunstancia. Un documento escrito para el PNUD por Mauricio Cárdenas y Alejandra Hernández, señala que “las repercusiones económicas de la invasión rusa en Ucrania han tenido profundos efectos” sobre esta parte del mundo.

De acuerdo con el trabajo mencionado, las repercusiones incluyen los canales de comercio exterior, la inflación, el crecimiento y la estabilidad fiscal. Ni los efectos ni las respuestas individuales de los países del área son homogéneas.

Por ejemplo, los exportadores de bienes primarios experimentaron una pequeña bonanza que ayudó a una expansión económica más elevada. Así, en 2022 el Producto Interno Bruto de América Latina y el Caribe tuvo un aumento de 3,9 por ciento, superior al promedio mundial, de acuerdo con el Fondo Monetario Internacional.

La otra cara de la moneda es el deterioro en los indicadores sociales. La misma entidad afirma que 40 por ciento de la población de la zona se enfrenta a inseguridad alimentaria, 15 puntos porcentuales más que en 2022. Además, cerca de 14 por ciento entra dentro de la categoría de “severa”, pues no logra asegurar el consumo diario de calorías necesario.

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Colombia tampoco se aparta de lo que les pasa a sus vecinos. Si bien la economía nacional se encuentra en el grupo de las de mostrar, como lo comprobó una tasa de crecimiento de 7,5 por ciento el año pasado, su dinámica empezó a resentirse en los últimos meses.

Como si fuera poco, el desafío inflacionario es grande y el peso ha salido mucho más golpeado que las monedas de otras naciones emergentes. Dentro del territorio nacional también el coletazo de la situación en Ucrania impacta la calidad de vida de todos.

Efectos permanentes 

Si bien la futurología es una ciencia imperfecta, las secuelas de la guerra en Europa Oriental se verán igualmente en dos temas clave. Lo primero es una mayor preocupación por la autosuficiencia en áreas críticas, algo que en el caso del Viejo Continente comienza con el desarrollo de fuentes de energía.

Y es que aparte de la construcción de plantas de regasificación o instalaciones para traer combustibles del norte de África, viene un auge todavía mayor de parques solares o eólicos con el fin de reducir la dependencia externa. La afirmación suena contradictoria a la luz del mayor uso de termoeléctricas movidas por carbón o lo hecho por Alemania al posponer el retiro de sus plantas nucleares, pero a la vuelta de unos pocos años la necesidad de usar el gas ruso –que cubría el 40 por ciento de la demanda antes de la invasión- se reducirá a un mínimo.

A lo anterior se le agregan los estímulos fiscales adoptados por Estados Unidos y la probabilidad de que los europeos hagan lo propio. Los más optimistas sostienen que la velocidad del cambio indispensable para disminuir las amenazas que representa el calentamiento global será mucho mayor, por cuenta de preocupaciones no solo ambientales sino geoestratégicas.

Por otra parte, hay un elemento nuevo. Este consiste en la voluntad de numerosos gobiernos de aumentar sus respectivos presupuestos de defensa hasta el equivalente del dos por ciento del Producto Interno Bruto. En términos prácticos ello implica saltos de doble o hasta triple dígito que se mantendrán durante décadas.

No hay duda de que la guerra fría terminó, pero otro tipo de amenazas inquietan a las democracias occidentales

Los motivos de incrementar el gasto militar son evidentes. El tamaño del arsenal ruso es de tal magnitud que han aparecido riesgos que no estaban en el radar de aquellos que veían cerrado el espacio para la guerra en el territorio europeo. No hay duda de que la guerra fría terminó, pero otro tipo de amenazas inquietan a las democracias occidentales.

Más dinero para un sector quiere decir que habrá que hacer recortes en otros. Todavía es muy temprano para saber si los programas sociales o la ayuda para el desarrollo recibirán el mayor golpe, pero como señalaba en sus libros el legendario Paul Samuelson es inevitable escoger entre mantequilla o cañones.

Y ese es otro saldo lamentable de la ambición de Vladimir Putin, quien aparte de dejar una enorme estela de pérdidas materiales y vidas humanas, es el gran responsable de desatar fuerzas que afectan y afectarán negativamente a la humanidad entera. Así la paz vuelva a florecer en los campos de Ucrania los vientos sembrados en este último año seguirán desatando tempestades durante muchísimo tiempo, en campos directamente relacionados con la economía y el bienestar general.

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RICARDO ÁVILA – Analista sénior
Especial para EL TIEMPO
En Twitter: @ravlapinto

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