Hace poco, el jefe de la inteligencia militar de Ucrania, el general Kyrylo Budanov, sostuvo que su país y las tropas invasoras de Rusia pelearán “una decisiva batalla esta primavera, que será la última gran batalla antes de que termine la guerra”.
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Aunque no ofreció una fecha específica, la mayoría de los analistas militares coincide en que ocurrirá en cualquier momento a partir de la semana entrante, cuando está previsto que finalice la “raspútitsa”, el fenómeno climático primaveral que, tras fundirse los hielos del invierno, convierte los suelos de las planicies de Ucrania en un lodazal.
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“Una vez los suelos estén secos y endurecidos, los tanques, los carros artillados y los pesados vehículos de transporte de tropa y equipo podrán avanzar”, explicó hace pocos días en una reunión académica de carácter reservado un analista de la alianza atlántica Otán.
Si la fecha del ataque es imprecisa, también lo es la zona específica donde arrancará la ofensiva en algún punto de los más de mil kilómetros de frente abierto, desde la desembocadura del río Dniéper, en el sur de Ucrania, hasta la región al norte de Bajmut, al este.
Para definir ese punto, el estado mayor de las fuerzas ucranianas y sus asesores occidentales llevan semanas examinando en imágenes de satélite los movimientos de tropa y equipo del enemigo y analizando sus comunicaciones.
“Esas imágenes de inteligencia –comentó hace pocos días el exgeneral australiano Mick Ryan tras una visita a Ucrania– revelarán dónde puede haber debilidades en la defensa rusa, así como la ubicación de su cuartel general, la logística de sus tropas y la ubicación de sus fuerzas de reserva”.
Decenas de miles de soldados ucranianos están listos para la acción, pero aún deben esperar unos días más, mientras sus comandantes terminan de acoplar las nuevas brigadas formadas y entrenadas con ayuda de Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y un puñado de aliados más de Kiev.
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La espera no debería prolongarse, pues no habrá un mejor momento que el actual, con las tropas rusas agotadas por meses de desgaste para tomar Bajmut
“La espera no debería prolongarse –sostiene un documento de análisis que ha circulado en las cancillerías de la Unión Europea–, pues no habrá un mejor momento que el actual, con las tropas rusas agotadas por meses de desgaste para tomar Bajmut, una zona en la que, a cambio de unos pocos kilómetros de avance, han perdido decenas de miles de soldados”.
La nueva ola de reclutamiento ordenada por el presidente Vladimir Putin para remplazar esas bajas tardará semanas de entrenamiento y de entregas de equipo y munición, antes de producir resultados. “El oso está herido, es hora de acabar con él”, repiten los oficiales ucranianos en el frente.
¿Dónde atacarán?
«Aguantar la tormenta, agotar al enemigo y luego contratacar”, ha sido la triple instrucción del alto mando militar que acompaña al presidente ucraniano, Volodímir Zelenski. Los dos primeros objetivos están cumplidos gracias a la resistencia de meses en Bajmut y en otros puntos del ataque ruso. La pregunta es si sucederá lo mismo con el tercero: el contrataque.
La primera y más delicada decisión es dónde lanzar la ofensiva. Y aunque el estado mayor de Ucrania trabaja sobre varias hipótesis, las apuestas se centran en la franja de 120 kilómetros que separa los alrededores de la ciudad de Zaporiyia, en el centro del frente de guerra, de las costas del mar de Azov, hacia el sur.
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Si las tropas de Kiev lograran atravesar esa región y, por ejemplo, recuperar Melitopol, cortarían el largo puente terrestre que comunica Rusia, al este, con la península de Crimea, al suroeste de la zona de guerra.
Crimea, que hacía parte del territorio ucraniano desde el final de la Unión Soviética, fue anexada por Putin en 2014. Si Ucrania cortara ese acceso, pondría en peligro la conquista de la que el Kremlin se siente más orgulloso. Es el tipo de victoria estratégica de Ucrania que obligaría a Putin a sentarse a la mesa a negociar.
Y justamente porque lo sabe, el alto mando ruso ha fortalecido, con la ayuda de los mercenarios de Wagner, la defensa de esa región. La línea de protección son más de 100 kilómetros de sudoeste a noreste con trincheras de dos metros de ancho y una doble línea de dientes de dragón, estructuras piramidales de concreto y hierro diseñadas para destruir las orugas de los tanques y paralizar su avance.
Una docena de nuevas brigadas con entre 1.000 y 3.000 hombres cada una (las cifras exactas son mantenidas bajo reserva), y otras seis brigadas de reserva, estaban casi listas la semana pasada del lado ucraniano. Kiev cuenta con más de 200 tanques, 800 vehículos blindados y 150 piezas de artillería pesada. Ucrania posee más tanques y vehículos de ataque, pero los necesita en otras zonas del largo frente. En todo caso, lo que tiene a mano para la contraofensiva es una poderosa fuerza.
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Pero hay debilidades. Varios analistas occidentales piensan que el número de piezas de artillería es bajo para las dimensiones del ataque. Además, para preparar el avance sería de gran utilidad un bombardeo intensivo sobre las sólidas líneas de defensa rusas y Kiev apenas cuenta con un limitado número de aviones cazabombarderos, y dependerá mucho de lanzamisiles y de cañones de largo alcance.
Pero para que esa artillería pesada sea efectiva, necesita una enorme provisión de proyectiles. Y hace pocos días Zelenski se quejó –una vez más– ante los gobiernos de la Otán por la lentitud en el suministro de municiones. Sin ellas, el esperado contrataque podría arrancar pero no sería sostenible durante las semanas necesarias, y eso podría llevar al fracaso de toda la operación.
Una de las joyas con que cuenta Kiev son los sistemas de misiles Himars, suministrados por Estados Unidos, que vienen debilitando la retaguardia, los depósitos de armas y combustible y las líneas de suministro del invasor.
Los rusos han querido destruir esas bases misileras, pero han sido víctimas del engaño: Ucrania ha creado copias de madera y pintura metálica de esas bases y los rusos las han atacado con gran desperdicio de munición. Pero, además, al hacerlo, han revelado las posiciones de su propia artillería, y los Himars reales las han bombardeado y debilitado.
Según el exgeneral australiano Ryan, los engaños se multiplicarán en los días por venir. En declaraciones a The Economist, Ryan explicó que, antes del verdadero ataque, “veremos muchas miniofensivas lanzadas para confundir a los rusos y despistarlos sobre el objetivo real”.
Pero el alto mando ucraniano también tendrá que luchar contra la confusión. Uno de los mayores desafíos a la hora de lanzar una ofensiva es la coordinación: el alto mando debe combinar el avance de tanques y tropas, con disparos de artillería pesada y misiles, y bombardeo de aviación y drones.
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Tanques y tropas no pueden alcanzar sus objetivos demasiado pronto –porque su propia artillería les puede hacer daño–, ni demasiado tarde –porque el enemigo puede haber vuelto a fortalecer el punto atacado–.
Para evitar fallas de coordinación, los comandantes ucranianos han corrido cientos de simulaciones en computador con la ayuda de oficiales americanos expertos en operaciones combinadas. Además, acumularon mucha experiencia en la ofensiva de septiembre en el noreste, y en la que liberó Jerson en noviembre.
Las tres guerras
Hace pocos días, el analista español del diario El Mundo, José Ignacio Torreblanca, explicó cómo Ucrania no está librando una guerra sino tres. Para empezar, hay una “guerra donde los soldados viven (y mueren) en el barro de unas trincheras machacadas por la artillería” como ocurría en la Primera Guerra Mundial.
Otra de “operaciones de armas combinadas (infantería, vehículos blindados, helicópteros y aviación) que buscan desbordar la posición del enemigo y ganar territorio, como en la Segunda Guerra Mundial”.
Cuando esta guerra acabe Ucrania será una potencia digital y tecnológica, como Israel
Y, finalmente, “una guerra del siglo XXI dominada por la recolección y manejo de datos, los drones de todo tipo (de observación, abastecimiento, ataque y suicidas), las municiones inteligentes, los satélites de baja órbita y el despliegue de redes de internet sobre el campo de batalla”.
En ese campo, agrega Torreblanca, “el gran activo de Ucrania es su joven ministro de Transformación Digital, Mijaíl Fedorov, empeñado en dotar a su país de una superioridad tecnológica sin par sobre el campo de batalla”, lo que ha permitido a su país innovar “sobre el terreno de forma rápida y descentralizada, fomentando la colaboración entre desarrolladores, emprendedores y militares”.
“Cuando esta guerra acabe –sostiene el analista–, Ucrania será una potencia digital y tecnológica, como Israel”, y esa es “la única manera de ganar a un enemigo superior en número y fuerza”.
Está claro que el desafío de Ucrania en la ofensiva que está por comenzar, es romper el modelo estático de la primera de estas guerras, que solo le conviene al invasor, para luego imponerse en la segunda guerra gracias a la superioridad que parece tener en el campo de la tercera guerra, la tecnológica.
Pero todo esto son hipótesis. La verdad solo comenzará a dilucidarse cuando el presidente Zelenski y sus comandantes den la luz verde para comenzar el avance, y quede claro, en el campo de batalla, qué tanto resisten los rusos y qué tanto avanzan los ucranianos.
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Según Michael Kofman, analista del CNA, think-tank estadounidense especializado en cuestiones militares, “Ucrania está en capacidad de sostener su contraofensiva durante la primavera y quizás el verano”. Pero lo hará a un costo enorme que, de seguro, agotará sus fuerzas y, también, la capacidad de apoyo financiero y militar de sus aliados occidentales.
Por eso, es fundamental que consiga avances sustanciales y que, en lo posible, propine una derrota estratégica a Rusia que obligue a Putin a sentarse por fin a la mesa, no para imponer condiciones como invasor, sino para negociar un retiro más o menos digno.
MAURICIO VARGAS LINARES
ANALISTA
EL TIEMPO