Desde el aeropuerto de Hong Kong.
He tenido la ‘suerte’ –mi familia y compañeros de viaje no opinan lo mismo– de darme de bruces con los disturbios de Hong Kong durante mi breve estancia el fin de semana pasado en la antigua colonia británica, ahora región especial de China bajo el modelo ‘un país, dos sistemas’.
Para colmo, el azar hizo que mi hotel estuviera en una de las zonas de choques entre policía y los estudiantes durante los fines de semana, y que mi vuelo fuera cancelado por la toma del aeropuerto por parte de los protestantes.
Digo suerte porque, para un periodista de formación reconvertido a la comunicación corporativa, esto es una oportunidad para volver a sentir el gusanillo del “oficio más bello del mundo”.
Así cada día, entre visita al Victoria Peak, culinaria y tours, no he podido dejar de conectarme a los sitios web informativos de EE. UU., Europa, China o del mismo Hong Kong.
Primera conclusión, no debe ser tan grave la situación cuando en la ciudad de Hong Kong no existe ningún tipo de censura ni filtro para recibir cualquier información, imagen o televisión.
Y en esta inmersión intensiva en la historia, la economía y la política de Hong Kong, una de las pocas conclusiones a las que he llegado es que las maquinarias de comunicación de China, de la propia ciudad y de los medios occidentales ya han comenzado a crear los que se llama ‘el relato’ de cara a construir una realidad para sus opiniones públicas y al concierto internacional.
El ‘China Daily’, periódico estatal en su versión inglesa, muestra una realidad de Hong Kong destacando los hechos violentos, que las autoridades de Pekín han llegado a calificar de terrorismo, con imágenes que incluyen enfrentamientos, banderas americanas portadas por los manifestantes y policías acosados, haciendo sobre todo hincapié en los problemas económicos que esta situación puede traer a la Región Administrativa Especial de Hong Kong.
También se llegó a hablar de intromisión de fuerzas extranjeras en los acontecimientos. Este es un vehículo chino enfocado sobre todo a lectores extranjeros en China y a lectores en el exterior.
El ‘South China Morning Post’, el diario en inglés con más solera de la ciudad y propiedad desde hace unos años del gigante del comercio electrónico chino Alibaba, mantiene una posición equilibrada en cuanto a conflicto.
Mezcla historias también de manifestantes arrojando la bandera china y artículos de opinión que recuerdan, para los hongkoneses que aún no habían nacido, lo absurdo que puede ser salir con la antigua bandera colonial (la región fue colonia inglesa nada menos que hasta 1999) como se pudo ver en el asalto al “parlamento local”, ya que bajo ese régimen fueron ciudadanos de segunda clase.
También se incluyen análisis sobre el malestar de algunos jóvenes, que en esta ciudad y debido a los altos precios de los apartamentos, tienen casi imposible emanciparse, o al fallo de las élites de la ciudad por mejorar sus condiciones de vida, dando un enfoque diferente al político a la situación.
Algunas empresas han comenzado a publicar comunicados de prensa sobre su posicionamiento en sus páginas.
En el exterior, por lo que he podido ver por internet y descargando ediciones en PDF en la tableta, se destacan imágenes de satélite de fuerzas chinas en la frontera, a lo que se suma declaraciones de la presidenta de Taiwán que dice que los manifestantes tienen “razones” para manifestarse o el tuit de Donald Trump preocupándose por la situación en la ciudad asiática, cuando este mes ha tenido que enfrentarse a dos masacres entre civiles en su propio país, dejando entrever que todo vale en las negociaciones y en la nueva ‘Competición Fría’ entre EE. UU. y China.
Y la BBC, que en esta región es la referencia de información en inglés, lleva semanas conectando en directo a diario para hacer seguimiento de las manifestaciones multitudinarias y pacíficas en su excolonia, y de los enfrentamientos entre policía y unos miles de jóvenes con un corresponsal con casco y chaleco.
En mi humilde opinión, y por lo que conozco como miembro de la SIP e historias personales que me cuentan colegas, cualquier periodista de investigación en Latinoamérica corre más riesgo en sus tareas ordinarias.
Siguiendo el conflicto de forma simultánea por los medios chinos y extranjeros, y en la calle, mi experiencia personal ha sido algo diferente, aunque como toda experiencia personal no deja de ser una breve pincelada de la realidad.
Al tener la ‘suerte’ en encontrarme por casualidad con algunos enfrentamientos en la zona de la oficina de policía de Shim Tsa Sui, Kowloon, entre policías y manifestantes, estos últimos (que principalmente eran estudiantes) te pedían perdón por molestar y te hacían paso, y los policías casi lo mismo.
En medio de estos dos grupos enfrentados, varias decenas de periodistas que, en algún caso, llegaban a ser mayor en número que algunos de los manifestantes “violentos”.
Quien haya vivido este tipo de enfrentamiento en España, en Francia (los ‘chalecos amarillos’) podría pensar que se trataba más de un juego del gato y el ratón que de unos enfrentamientos de una violencia tal capaz de generar eco en todo el planeta y poner en jaque la política internacional.
Hong Kong es, habitualmente, una ciudad muy segura para estándares latinoamericanos e incluso europeos. Y lo sigue siendo, además de un lugar que merece la pena conocer.
Y lo sigue siendo a pesar de los hechos transmitidos por la mayor parte de los medios.
Pero la guerra ya ha comenzado, al menos la batalla de la comunicación. Esperemos por el bien de la ciudad y sus habitantes que solo quede en esto. Los pocos hongkoneses con los que pude hablar en Hong Kong y en la sala de Cathay en la que estoy ahora muestran sobre todo preocupación por la imagen de ciudad, aunque también evitan entrar en temas de mayor calado.
Y es que, por el momento, este ha sido el principal impacto de esta revuelta, aunque en estos nuevos tiempos de incertidumbre solo queda esperar y seguir atento la prensa, o mejor aún, las prensas de diferentes procedencias.
IGOR GALO
Para EL TIEMPO