Arabia Saudita avanza hacia una transición cultural

Los romanos llamaban a lo que hoy es el pobre y violento Yemen la Arabia Felix, porque la actual y rica Arabia Saudita era desértica, pobre en alimentos y verdor, mientras que la esquina de la península arábiga era abundante en cultivos por razones climáticas.

Hoy, por el petróleo Arabia Saudita es un país que lo tiene todo, por lo menos en consumo e ingresos, aunque carece de algunas libertades que existen en las naciones democráticas, como que las mujeres puedan vestirse libremente, entre muchas otras, pero cada vez menos, como explicaré.

Tienen restricciones de ese orden porque viven en una monarquía antigua, que hace unas décadas, tras la independencia del Reino Unido, fue revalidada con la fundación del Estado moderno de Arabia Saudita. Esto permitió que se mantuvieran esas costumbres, que para Occidente son un tanto medievales, no obstante la riqueza y la modernización del país en términos de comodidades.

El actual joven jefe de Estado, Mohamed bin Salmán, quiere cambiar esa situación y modernizar el país, incluso en sus costumbres, para evitar una posible desestabilización de las primaveras árabes, pero también para prepararse para un futuro sin petróleo o sin que este sea importante por la transición energética mundial que se avecina.

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Él cree, al igual que su aliado Emiratos Árabes, que es una forma de frenar también revoluciones de corte islamista radical para crear Estados teocráticos, aunque esto es ahora menos intenso por el acuerdo a que se llegó con Irán recientemente.

Los cambios palpables

Una prueba, para mí, de cambio es que logré visitar el país, luego de que durante más de 30 años traté sin éxito de ir como simple viajero curioso. Hasta hace poco solo recibían a hombres muy ricos que iban a hacer negocios o eran invitados especiales.

Esto, seguramente, porque no necesitaban turismo con los enormes ingresos del petróleo pero también debido a que el wahadismo, rama del Islam por la que optó el país desde su fundación, es una versión muy conservadora. Por lo cual no deseaban influencia occidental más allá de los hiperlujos que han estado comprando con sus petrodólares a partir de los años 70.

Esto ha cambiado y durante una semana pude ver en ese país la más vertiginosa y asombrosa transformación cultural que nunca había podido presenciar en ninguno de los 140 países que he visitado en los últimos 40 años.

Se trata de la conversión de una nación moderna en su forma de consumo y con costumbres de la antigüedad de un Estado no democrático, pero sí con muchas de las libertades que tienen hoy en día en su vida cotidiana los ciudadanos de los países occidentalizados.

La gente en general se muestra feliz porque ya no tiene que tolerar más la intromisión permanente de la policía religiosa, pues si bien esta aún existe, no tiene el poder de antes de vigilar la vida privada de las personas en las casas y abordar a las mujeres en público para llamarles la atención sobre su vestimenta o su comportamiento.

Para entender mejor la situación solicité una visita guiada gratuita en Riad, la capital de Arabia Saudita, que una fundación árabe hace años ofrece para mostrar la identidad del país a los pocos visitantes que llegaban.

En ese recorrido, que dura más de cuatro horas y comienza en un hermoso museo fortaleza con el que se fundó el país, continúa por el zoco y termina en un restaurante típico, se me mostró claramente cómo están orgullosos de su religión y de su sistema político.

Al preguntarles de los cambios, me explicaron que quieren lograr un equilibrio entre los principios religiosos y las necesidades modernas de mayores libertades, pero sin renunciar a su sistema político ni a sus creencias.

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En este sentido, de alguna forma el modelo buscado es lo que sucedió en Dubái y está sucediendo en Abu Dabi (lo vi en ambas ciudades en tres viajes y en épocas diferentes). O sea, la creación de todo un mundo nuevo hipermoderno, que por supuesto va a requerir una relajación cada vez más acelerada de las estrictas costumbres.

Pero hay que tener en cuenta que los Emiratos Árabes Unidos y otros países de la zona (como el hoy ya tan conocido Catar) son pequeñitos y casi sin habitantes locales, que representan menos del 20 % de una población, además, muy escasa. Mientras que Arabia Saudita tiene una proporción totalmente inversa, pues son más de 30 millones, con apenas menos de un diez por ciento de extranjeros.

La diferencia con los Emiratos Árabes es que la transformación cultural de Arabia Saudita, que es un país mucho más grande, con poca población extranjera, y donde está el origen del mundo árabe y musulmán, no sería un simple experimento.

Entre lo antiguo y nuevo

De todos modos, los cambios no son tan visibles a primera vista y no tienen nada que ver con el ambiente hipermodernizado de Dubái de hace dos décadas y el de Abu Dabi hoy, que va por esa línea lentamente, como lo comprobé en ese mismo viaje, días antes de que viajara a Arabia Saudita.

La prueba de ello para mí fue que durante las primeras 24 horas en la ciudad a la que primero visité, Yeda, no vi ni un solo turista estilo occidental, como yo, ni siquiera en el modernísimo aeropuerto con acuario incluido o en el centro histórico. Esto no me había sucedido ni siquiera en Yemen o Malí, países tan detenidos en el tiempo.

De hecho, al caminar por el malecón de esa ciudad, donde van de paseo por las tardes los sauditas, vi los preparativos para el campeonato de Fórmula Uno, como si de cualquier ciudad occidental se tratase, pero todo en medio de una multitud de mujeres vestidas con sus túnicas negras, sin ninguna excepción.

Logré hablar con las familias, compuestas de más de una esposa, y las señoras, con permiso de sus maridos, me explicaron que están cómodas con sus atuendos, aunque sus hijas ya no. A las jóvenes se les permite ropa más europea cuando salen con sus amigas, aunque en familia la regla sigue siendo para todas.

Como trabajo en una investigación sobre migraciones colombianas a posibles nuevos destinos de acogida masiva, los colombianos en Arabia Saudita a los que entrevisté me explicaron que, aunque no se ven a simple vista, los cambios han sido radicales.

Yo también lo viví así. Si bien vi a un saudita en Riad regañar con rabia a una colombiana a la que estaba entrevistando por no estar vestida con la túnica negra, que ya no es una exigencia para las extranjeras, esa misma noche vi las transformaciones en una especie de zona rosa de la capital.

Se trata de una especie de parque temático muy moderno que se inventaron los sauditas para comer y hablar, en el que comparten sin restricciones visibles hombres y mujeres, lo que era impensable hasta hace poco (aún hay muchos restaurantes segregados en todo el país).

Lo más llamativo que vi fue cómo el abogado de Manizales al que estaba entrevistando en ese lugar era frecuentemente abordado por mujeres jóvenes que lo querían ver de cerca, darle sus números de WhatsApp, decirle tiernamente que era bonito y hasta proponerle matrimonio (a través de mí, pues asumían que yo era su tutor, por mi edad).

En la entrevista él me explicó que por lo llamativo de sus camisas multicolores, sus tatuajes y sus piercings, en la tienda de café colombiano donde trabaja como barista, se sentía tratado como una estrella de rock por las clientas.

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Y le creo porque solo pudimos entrar al lugar por una puerta trasera, ya que las entradas estaban agotadas para esa noche desde muy temprano, y asumieron que era un cantante europeo del show con su mánager, y no nos atrevimos a desmentirlos.

Otros entrevistados me contaron que los han multado por ir de pantalón corto y tatuados por las calles, lo que demuestra que lo nuevo y lo antiguo se entremezclan de manera constante en este repentino cambio cultural.

Ana Milena Muñoz, embajadora de Colombia para Egipto y Arabia Saudita, explicó que la apertura de los sauditas debe ser aprovechada por Colombia, no solo en términos políticos, sino también en inversión. La apertura de Arabia Saudita necesita de una oferta de bienes y servicios.

No es extraña la visita hace pocos días de Adel al Jubeir, ministro de Estado para Asuntos Exteriores de Arabia Saudita, a Colombia, quien dijo, como señaló el titular de EL TIEMPO el pasado 29 de mayo: “La relación de Arabia Saudita con Colombia va a florecer y la gente verá los resultados”.

DAVID ROLL (*)
PARA EL TIEMPO

(*) Profesor titular de la Universidad Nacional de Colombia.

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